La tarea del columnista cada día es más ingrata. En estas horas en que las redacciones bullen, levantamos columnas sin descanso que hemos de derribar antes de entregarlas al cliente, como si en una hamburguesería se enfriara la comida de la cocina a la mesa. Minuto a minuto crecen como setas los titulares, las exclusivas, las filtraciones, y las voladuras controladas. No es fácil distinguir el grano de la paja cuando el reloj te aprieta, y ni siquiera quienes tuvimos la suerte de trabajar de jovencitos en la escuela contrarreloj del editorialismo de los viejos diarios de papel –eso sí era vértigo— llegamos a tiempo a encestar el adjetivo correcto en el delito adecuado. La tentación del articulista es el lugar común, pero Léon Bloy dedicó un libro entero a reprender con su habitual mala leche a los practicantes de tan anodina costumbre, y se trata de una obra difícilmente rebatible.

Si hemos de entrar en el ajo de este carrusel corruptivo, admitamos que lo único que permanece, que sobrevive al paso de las horas, es lo más obvio: la obesidad mórbida del Gobierno, la obsesión confiscatoria, el festival de cuartos traseros del Estado, solo es al fin una invitación constante a la corrupción, que tarde o temprano siempre acaba produciéndose, al menos mientras están los socialistas al mando, que son en sí una enciclopedia ilustrada del trinque. Y un detalle gore para la reflexión: mientras las excentricidades de Pam y su cuchipandi llenaban las portadas y debates semana tras semana, el verdadero Gobierno operaba en la sombra. Aquí operar es eufemismo para evitar hablar de tráfico de órganos.

Y ahora, en plena sangría corrupta de los de Sánchez, cuando los contribuyentes nos escandalizamos ante la sensación de impunidad con que han estado robando a diestro y, sobre todo, a siniestro, el Ejecutivo anuncia la creación de una empresa pública que dispondrá de 20.000 millones para asaltar Telefónica y, en realidad, todo aquello que se ponga por delante. O sea, la misma semana en que constatamos una vez más que el dinero que pasa por los políticos siempre se esfuma en las simas de sus bolsillos luxemburgueses, el Gobierno propone meter un dineral para manejar aún más empresas, más cargos, más negocios, y más influencias. Es como si supieran que, en efecto, tienen los días contados, pero hasta el último minuto no piensan dejar de llevárselo. O como si los ciudadanos hubiéramos olvidado aquello que con su habitual audacia explicaba el añorado P. J. O’Rourke: "Cuando la compra y la venta están controladas por la ley, lo que primero se compra y se vende son los legisladores".

Hay quien se pregunta cómo es posible que actúen con semejante descaro. La inocencia del observador es un peligro. Por supuesto, a los políticos les importan los votantes durante las campañas electorales, después lo que les importa, de hecho, lo único que les preocupa, son los políticos. Guardan las apariencias veinte días cada cuatro años. Después pasan de besar niños y viejecitas, a escupir a los carritos y empujar a las ancianas en los pasos de cebra para llevarse el bolso.

Rezo para que no salga ningún otro tertuliano ruborizado a preguntarse qué pasaría si el Gobierno corrupto fuera del PP, y cómo estarían cercadas las sedes, los especiales en televisiones y radios, y la violencia en las calles. Rezo, sí, para que cesen esos argumentos para el propio consuelo del que los emite, porque no, el Gobierno es del PSOE, y no van a arder las calles; para eso se necesitaría una alianza estratégica de partidos, medios de derechas, y la sociedad civil, y es posible que hoy estemos en el punto más alejado de tal unidad. Además, la derecha se ducha, no habla con la boca llena, no sabe mentir, y no quema contenedores. Gracias a Dios. Si no, seríamos la izquierda.

De modo que (inserte aquí su carcajada) nuestra única esperanza es la Justicia. A la luz de las últimas décadas no es una gran esperanza, pero algo me dice que esta vez podríamos llevarnos una sorpresa agradable. Quede claro también que entrará en prisión hasta el mecánico de vehículos de La Moncloa antes de que veamos a un alto cargo socialista en Alcalá Meco con el pijama de rayas, pero con un poco de suerte se destriparán entre ellos —como antaño— durante el proceso.

Lástima de la corta memoria política de España. De haber elecciones hoy, los socialistas desaparecerían como en las gallegas. De aquí a allá, sabe Dios. Por eso la oposición debería poner toda la carne en el asador para lograr una disolución de las Cortes y volver a votar, que ya le estamos cogiendo gusto. Nunca ha estado tan justificado.

QOSHE - Carrusel corruptivo - Itxu Díaz
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Carrusel corruptivo

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02.03.2024

La tarea del columnista cada día es más ingrata. En estas horas en que las redacciones bullen, levantamos columnas sin descanso que hemos de derribar antes de entregarlas al cliente, como si en una hamburguesería se enfriara la comida de la cocina a la mesa. Minuto a minuto crecen como setas los titulares, las exclusivas, las filtraciones, y las voladuras controladas. No es fácil distinguir el grano de la paja cuando el reloj te aprieta, y ni siquiera quienes tuvimos la suerte de trabajar de jovencitos en la escuela contrarreloj del editorialismo de los viejos diarios de papel –eso sí era vértigo— llegamos a tiempo a encestar el adjetivo correcto en el delito adecuado. La tentación del articulista es el lugar común, pero Léon Bloy dedicó un libro entero a reprender con su habitual mala leche a los practicantes de tan anodina costumbre, y se trata de una obra difícilmente rebatible.

Si hemos de entrar en el ajo de este carrusel corruptivo, admitamos que lo único que permanece, que sobrevive al paso de las horas, es lo más obvio: la obesidad mórbida del Gobierno, la obsesión confiscatoria, el festival de cuartos traseros del Estado, solo........

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