En la Galicia marinera, las rías, las altas y las bajas, la calle principal se rompe siempre en mil meandros adoquinados que caen en pendiente infinita hasta algún puerto. Estrechísimas travesías, paredes encaladas y tiestos con geranios, y musgo, que nunca da el sol en estas calles que te empujan hacia la costa, que son como el cauce incierto de una melancolía. Serpenteo entre los charcos, burlando el empedrado irregular, trabajado por los siglos y sus euforias y derrotas, y caigo en el muelle de todos los veranos y escribo ahora, claro, al pie de mi ría. Va a cantar el reloj de péndulo la hora de comer del viernes, todo está a punto para la procesión del Santo Entierro, y solo el rumor tímido de las aguas agitadas por el viento viciado del sur rompe la paz, en el día mundial del silencio en el universo cristiano.

Este desierto de agua, hoy de un verde que sueña con ser azul, solo roto por el río de arena del tesón, cosas de la bajamar, despide Galicia en una orilla y besa Asturias en la otra, y hay veces en que la geografía explica las cosas mejor que la política. Dos caras de una misma España, en una gama de identidades sutilísimas, que se mezclan como las aguas en esta ría, que se engrandecen en lo que comparten.

Lo común es el verde, el azul y la belleza, lo gracioso la fusión de los acentos y gastronomías, y lo definitivo el cielo rasgado que arropa ambas regiones, que clarea a ratos, pero penden sobre él esas lenguas negruzcas que anticipan las lluvias que se esperan en la tarde; por algo miran con desconsuelo a las alturas los de las cofradías de Ribadeo, de Tapia de Casariego, de todos los alrededores, que ayer ya no pudieron salir los pasos de la Pasión, tan larga había sido la espera desde el año pasado, y la tristeza parecía anticipar el Viernes Santo, tras la celebración de la última cena en la iglesia parroquial, en la que no cabía un alfiler, que dicen que las iglesias están vacías pero menos.

Está la ría enturbiada por el temporal de ayer, que rompían las olas en el interior como pocas veces, alterando el suave curso del final del Eo, y tan solo un velerito, una familia de veraneantes, aprovecha la extrañeza del viento sureño para surcar las aguas tan en solitario que desde la costa escucho sus conversaciones. Buscan arribar a una ensenada, soltar el risón, y abrir lo que antes eran fiambreras, ahora les llaman de otra forma más grosera, como si el diccionario de la posmodernidad se estuviera fabricando en Ali Express. Sigo su rumbo con la mirada y les diría que han elegido la peor dirección, que está la costa gallega, más allá de la Villavieja, en Las Aceñas o aún más arriba, todavía tienen marea, en su mejor hora para encontrar la calma, el resguardo de vientos y oleajes, y convertir el barquito en un restaurante de lujo. Pero lo típicamente marinero es contemplar y esperar el error, para ladear después la cabeza, sonreír con una cierta soberbia, y largarse a casa con algo que contar a los de aquí.

Como sea, la estampa es obra de arte, capricho oculto a los mediocres, el sol tibio se enerva cuando los jirones negros de las nubes le abren sus puertas, pica como en una canción de Kiko Veneno, y pienso que escribir aquí quizá sea solo un complemento vitamínico, un regalo del Cristo de la Cruz al náufrago solitario de las letras, que un día soñó ser cronista de los mares y a duras penas alcanzó a ser vocinglero del papanatismo parlamentario. Triste destino el de los de la literatura del siglo XXI. Siempre aspirando a flotar en aguas cómodas. Bien pensado: triste, en realidad, el de los que elegimos naufragar por cuenta propia, por valores propios, por querencias propias. Da igual. No sabríamos hacerlo de otra manera.

Congrego vanas reflexiones en la escollera, escolleira que mi abuelo llamaba escoñeira porque jodió los canales de la ría, tiempo atrás, al comerle al mar media vida. Hoy hace un papel, supongo. Ahora, sin ir más lejos, es mi escritorio de Viernes Santo. Junto ideas por dónde la inspiración se amanceba con el corazón sin pedir permiso, y remuevo recuerdos y propósitos, quizá con la secreta voluntad de huir del vertedero político nacional. Porque esta mañana, craso error, abrí la prensa al desayuno –un gesto casi de resistencia—, y el independentismo catalán volvía a llenarlo todo, como el vómito de la chimenea sin tiro en una habitación sin ventanas. El bostezo infinito. La náusea perpetua.

Desde esta esquina del dique, las regiones que no salen en las portadas se reivindican en belleza, solaz, y serenidad, mientras el ombliguismo secesionista, alipori nacional, martillea sin éxito, porque hoy la España de bien solo mira hacia los paisajes bonitos, aspira salitre y hierba recién cortada, y alza los ojos en silencio al rostro del Crucificado. Del resto, todo lo que importa un poco menos, nos ocuparemos otro día.

QOSHE - La rosa de los vientos - Itxu Díaz
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La rosa de los vientos

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30.03.2024

En la Galicia marinera, las rías, las altas y las bajas, la calle principal se rompe siempre en mil meandros adoquinados que caen en pendiente infinita hasta algún puerto. Estrechísimas travesías, paredes encaladas y tiestos con geranios, y musgo, que nunca da el sol en estas calles que te empujan hacia la costa, que son como el cauce incierto de una melancolía. Serpenteo entre los charcos, burlando el empedrado irregular, trabajado por los siglos y sus euforias y derrotas, y caigo en el muelle de todos los veranos y escribo ahora, claro, al pie de mi ría. Va a cantar el reloj de péndulo la hora de comer del viernes, todo está a punto para la procesión del Santo Entierro, y solo el rumor tímido de las aguas agitadas por el viento viciado del sur rompe la paz, en el día mundial del silencio en el universo cristiano.

Este desierto de agua, hoy de un verde que sueña con ser azul, solo roto por el río de arena del tesón, cosas de la bajamar, despide Galicia en una orilla y besa Asturias en la otra, y hay veces en que la geografía explica las cosas mejor que la política. Dos caras de una misma España, en una gama de identidades sutilísimas, que se mezclan como las aguas en esta ría, que se........

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