En las inminentes elecciones domésticas catalanas va a salir de las urnas el peor resultado posible para los intereses estratégicos de Pedro Sánchez. Y es que las va a ganar el PSC por goleada; el PSC, no Salvador Illa. El PSC va a imponerse por dos razones fundamentales. La primera de ellas remite a que el grueso del electorado que todavía se mantenía alineado con Ciudadanos, los últimos de Filipinas, emprenderá esta vez el camino de vuelta hacia la casa del padre y votará socialista de nuevo. La otra, mucho más oculta e inconfesable, tiene que ver con la psicología profunda de las bases nacionalistas.

Porque, al igual que en las generales de julio ya hubo un estrato significativo de nacionalistas que votó PSC ante el temor a que Vox aterrizase en el Consejo de Ministros de la mano de Feijóo, de nuevo bastantes de ellos apoyarán, si bien en el más estricto silencio, al PSC. Y lo harán porque, como todo el mundo en Cataluña, también ellos están cansados. De ahí que, sin dejar de sentirse independentistas, vayan a dar su apoyo coyuntural a lo que perciben como una salida pragmática a fin de desbloquear la situación tras quince años de tensión permanente. Ese es el problema de Sánchez: que los suyos van a quedar primeros, y con diferencia.

Así las cosas, la única esperanza para el presidente pasaría porque los otros partidos no separatistas con escaños en el Parlament, PP y Vox, impidiesen con sus votos en contra que gobierne el PSC; un escenario que resulta ser el más probable, por cierto. Porque, en caso contrario, el pacto de legislatura con Junts y ERC en Madrid se volvería políticamente inviable. ¿Cómo vender a la facción mística e hiperventilada de sus respectivas bases sociológicas que hay que apoyar a un partido del 155 tanto en la Carrera de San Jerónimo como en el Parque de la Ciudadela? Ese menú no hay separatista traburaire que se lo trague. Entonces, ¿qué ocurrirá? Bueno, pues que nadie —ni Sánchez ni el PP, ni los separatistas— deje gobernar a Illa. O sea, repetición electoral.