De los muchos peligros que acechan a los abuelos, el más aterrador de todos es sin duda el atolondramiento senil que vaticina un final difuminado, lento y cruel. Por eso a los abuelos que lo sufren, cuando comienzan a sufrirlo, hay que respetarlos y apoyarlos, pero alejarlos al mismo tiempo de cualquier cargo de responsabilidad. Yo llevo desde ayer sintiendo ganas de agarrar por la mano a esta España sanchista que se nos desorienta en mil contradicciones. Quiero posar mi brazo sobre su hombro y guiarla lentamente hacia un sofá mullido y cómodo, lejos de cámaras legislativas, de púlpitos y de micrófonos. Quiero ir a verla todas las tardes y acompañarla mientras me cuenta sus batallitas, aunque sea sólo para evitar que sienta la tentación de recrearlas en la calle. Y esperar después a que caiga la noche para aliñarle el vaso de leche con un furtivo lingotazo. Y dejarla dormir allí, plácida y caliente, desde hoy hasta el final de sus días, cuando por fin todo se apague y no la acechen más recuerdos mentirosos que la quieran confundir.

Los síntomas de su decrepitud llevan dándose desde hace años, aunque el inicio de esta última legislatura parece haberlos agravado. Porque la cosa no es ya que el gobierno siga removiendo la memoria de todos de forma parcial y selectiva, atolondrada, sino que haya empezado a hacerlo también con nuestra desmemoria. La contradicción más evidente comenzó hace unas semanas, en ese momento en el que el ministro Bolaños trató de convencernos de que la amnistía —la amnesia— sobre unos hechos ocurridos en 2017 es buena y salvífica para España porque es lo que alumbra las democracias; y terminó hace unas cuantas horas, con nuestro presidente regresando noventa años atrás para repetirnos que, por el contrario, sin memoria no las puede haber.

¿En qué quedamos? Lo único seguro es que quienes no lo saben son ellos dos. Hablando del poder de la memoria y de la necesidad del olvido para regresar a la senda de la convivencia, Carl Schmitt escribió un artículo que publicó El País en 1977, año de aquella famosa ley de amnistía que no alumbró nuestra actual democracia, sino que derribó el régimen autoritario anterior y dio portazo, parecía que definitivamente, a nuestra desgraciada y casi eterna guerra civil.

Lo explicaba así: "En la guerra civil, el vencedor de turno está sentado encima de su derecho como encima de un botín. Se venga en nombre del derecho. ¿Cómo es posible romper el círculo vicioso de este mortífero tener razón? ¿Cómo puede terminar la guerra civil?". Y se respondía: "Amnistía significa olvidar y una prohibición de revolver el pasado a fin de encontrar allí motivos para otros actos de venganza y reclamaciones de indemnización después de haber castigado a los culpables". "Después de falsificar tantas palabras, ideas e instituciones, debíamos por lo menos tener cuidado de no envenenar la palabra clave de la paz". "La amnistía es un acto mutuo de olvidar. No es ni un indulto ni una limosna. Quien acepta la amnistía también tiene que darla, y quien concede amnistía tiene que saber que también la recibe".

La amnistía, nos explicaba Schmitt, es un acto de concordia porque es la renuncia de ambos contendientes a sus razones para represaliar al otro. Es un esfuerzo de olvido mutuo, a fin de conseguir una convivencia en paz. De ahí que choque tanto escucharla en boca de nuestro presidente, ese hombre capaz de acudir al Valle de los Caídos a deshacer una amnistía de hace cuarenta y siete años recordando sólo lo que le conviene; y de otorgar, al mismo tiempo, otra en la que quienes la reciben no la tienen que dar. Sólo beneficiarse del olvido ajeno para que su relato sea el único que se recuerde y, con el tiempo, lo que les permita no tener que convivir con quienes les amnistiaron nunca más.

QOSHE - O memoria o amnistía - Luis Herrero Goldáraz
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O memoria o amnistía

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06.04.2024

De los muchos peligros que acechan a los abuelos, el más aterrador de todos es sin duda el atolondramiento senil que vaticina un final difuminado, lento y cruel. Por eso a los abuelos que lo sufren, cuando comienzan a sufrirlo, hay que respetarlos y apoyarlos, pero alejarlos al mismo tiempo de cualquier cargo de responsabilidad. Yo llevo desde ayer sintiendo ganas de agarrar por la mano a esta España sanchista que se nos desorienta en mil contradicciones. Quiero posar mi brazo sobre su hombro y guiarla lentamente hacia un sofá mullido y cómodo, lejos de cámaras legislativas, de púlpitos y de micrófonos. Quiero ir a verla todas las tardes y acompañarla mientras me cuenta sus batallitas, aunque sea sólo para evitar que sienta la tentación de recrearlas en la calle. Y esperar después a que caiga la noche para aliñarle el vaso de leche con un furtivo lingotazo. Y dejarla dormir allí, plácida y caliente, desde hoy hasta el final de sus días, cuando por........

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