De todos los amigos que tuve, el más persuasivo fue siempre el pirómano. Esto da más miedo recordarlo ahora que vivirlo en el momento, porque la verdad es que el muy cabrón sabía cómo engatusarte. Soltaba su chapa con semejante lascivia chamánica y mezclaba conceptos inconexos con una pericia tan criminal que de no ser por su inesperada muerte por inhalación de humos lo más probable es que ahora fuese argentino. Yo salía de charlar con él una tarde cualquiera de invierno y volvía a casa sin abrigo y musitando frases dispersas sobre purificaciones y cenizas. Sólo ahora me doy cuenta de que si no acabé en la cárcel o en el seminario fue por este carácter de sibarita acomodado que me ha guardado siempre de caer en tentaciones revolucionarias.

La clave del magnetismo de mi amigo estaba en el contacto visual. Era arrancarse a hablar y se levantaba una humareda de palabras opiáceas de la que emergían dos ojos sin párpados como dos Saurons espasmódicos. Su tono, además, se acomodaba al estado de ánimo de la habitación, parasitándolo sibilinamente y retorciéndolo a su antojo, por lo que tenerlo cerca era lo más parecido que se me ocurre a estar casado con Guardiola. Yo he pensado mucho en mi amigo esta semana mientras contemplaba a Patxi López, quizá porque no hay cosa más sugestiva que el contraste.

Bien es verdad que no debe ser nada fácil tener que defender estos días las posturas de un PSOE que si no se ha lanzado directamente a promulgar las bondades purgadoras del fuego es porque teme que algo así pueda ser asociado con alguna clase de fascismo. En su lugar, Patxi ha usado el eufemismo de la amnistía como alumbradora de democracias, argumento primoroso donde los haya que parece fundarse en el lema aquel de las Islas del Hierro, de Juego de Tronos —"Lo que está muerto no puede morir"—, sólo que referido a nuestra Constitución. En la serie, el arribista más exitoso de ese reino moría celebrando una victoria pírrica sobre un rival sentenciado mientras a su alrededor se desataba el apocalipsis.

Se entiende, por tanto, que Patxi no esté para nadie. Bastante tiene con tratar de hipnotizarnos sin motivación, improvisando bailes macabros al son de una música que ni siquiera controla él. No había más que verle este martes coreografiando la necesidad de quemar los delitos de los independentistas para hacer brotar de sus cenizas un nuevo inicio en España mientras a sus espaldas Miriam Nogueras, de Junts, reclamaba venganza contra jueces, policías, periodistas y demás opresores del Estado español. O este miércoles, justificando la moción de censura pactada con Bildu en Pamplona por aquello de que, siguiendo el razonamiento de Óscar Puente, vale más un filoetarra por progresista que por filoetarra, no digamos ya si se declara antifascista.

Aunque tampoco está la cosa como para regodearse en la lástima. A nadie se le escapa que lo primero que aprende a superar un político es el miedo escénico, sobre todo cuando descubre que nadie presta verdadera atención a sus espectáculos. Los únicos condenados a hacerlo somos los plumillas. Valga esa penitencia para dejar por escrito, al menos, que una amnistía jamás sirvió para alumbrar nada nuevo, sino para borrar del mapa lo inmediatamente anterior. En 1977 fue el franquismo. Ahora será lo que sea que fundase un año después, entre otros, el PSOE.

QOSHE - Prende la mecha, Patxi - Luis Herrero Goldáraz
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Prende la mecha, Patxi

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14.12.2023

De todos los amigos que tuve, el más persuasivo fue siempre el pirómano. Esto da más miedo recordarlo ahora que vivirlo en el momento, porque la verdad es que el muy cabrón sabía cómo engatusarte. Soltaba su chapa con semejante lascivia chamánica y mezclaba conceptos inconexos con una pericia tan criminal que de no ser por su inesperada muerte por inhalación de humos lo más probable es que ahora fuese argentino. Yo salía de charlar con él una tarde cualquiera de invierno y volvía a casa sin abrigo y musitando frases dispersas sobre purificaciones y cenizas. Sólo ahora me doy cuenta de que si no acabé en la cárcel o en el seminario fue por este carácter de sibarita acomodado que me ha guardado siempre de caer en tentaciones revolucionarias.

La clave del magnetismo de mi amigo estaba en el contacto visual. Era arrancarse a hablar y........

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