El sábado pasado fue el primer día en el que pudo disfrutarse este Madrid vacío que tanto añoran quienes jamás lo han conocido, porque son quienes se van de él. Yo me encontraba solo y como a veces hago en estos casos me fui a mi bar de confianza para engañar al tiempo leyendo un libro. Hacía semanas que tenía a medio empezar Retrato de humo, una novela negra, más bien grisácea, que me recomendó Pedro Cuartango y de la que sólo había podido comenzar a degustar sus primeras páginas amargas. La historia de Krassy me inutilizó para cualquier otra cosa que no fuese mirar sin observar el tráfico, así que al cabo de un rato indeterminado tuve que volver a casa lentamente sin pensar exactamente en nada, paladeando todavía esa dulcísima tristeza que algunas tardes muertas anida en el corazón y amenaza con encharcarlo todo.

En algún momento del camino, no sé por qué razón, saqué el móvil y escribí: "Llegará un día, no lo sé, en el que nuestros vastos descendientes encontrarán en los yacimientos de nuestra era cosas tan maravillosas como unas llaves, se me ocurre. Y se sorprenderán, admirativos, ante tamaño ingenio. Y creerán estar un poco más cerca de comprender cómo fuimos y cómo vivimos. No podrán, sin embargo, escuchar el sonido del metal introduciéndose, el suave traqueteo misterioso entre los dedos firmes. Ni entenderán la sensación que aporta un cerrojo cuando por fin se abre. La tenue calma imprecisa de notar el manojo en el bolsillo y saber, sin necesidad de analizar ese sutil conocimiento, que en algún lugar hay una casa. Y que esas llaves garantizan su seguridad".

Esta mañana he recordado todo esto de la forma más imprevista. El 3 de diciembre de 2021, conmemorando el cumpleaños de Joseph Conrad, la cuenta de Alianza Editorial decidió promocionar su edición de El corazón de las tinieblas con una cita apabullantemente oportuna: "No, es imposible; es imposible transmitir la sensación de vida de una época cualquiera de la propia existencia; lo que le confiere veracidad y significado, su esencia sutil y penetrante. Es imposible. Vivimos igual que soñamos: solos". Me maravilla pensar por qué esa cita me ha saltado hoy.

Lo fácil sería admirarse o preocuparse ante las aptitudes cada vez más sorprendentes de un algoritmo que parece ser capaz de desencriptar estados mentales profundamente personales entre mis notas del móvil para recomendarme libros. Yo, supongo que siguiendo esta tendencia mía por desdeñar lo razonable, me he dedicado a pensar sin embargo en que esa posibilidad terrorífica, hace tan sólo unos años, nos habría resultado igual de increíble y mágica que su contrario. Es decir, que el hecho de que fuese yo quien escribiese esas líneas movido por algún providencial algoritmo incrustado en lo más profundo de mi adn. O, por decirlo de otra forma, que ese sentimiento inabarcable me tenía que avasallar precisamente este sábado para que pudiese escribir lo que escribí tan sólo unos días antes de que me saltase una cita igual de sugerente. Que tenía que darse esa casualidad para ayudarme a sumergirme en este estado de soledad cósmica, esencialmente mía y por lo tanto universal. Y todo en los comienzos de Semana Santa, quizá para que me resultase más sencillo desatarme a pensar después en que hace dos mil años se sucedieron tres días de tinieblas en los que los discípulos de Cristo debieron de sentirse exactamente igual de abandonados. Es imposible, lo sé. Y sin embargo, después de tanta paja absurda, me es más sencillo imaginar lo que significa para el creyente que Jesucristo resucitase.

QOSHE - Tres días de tinieblas - Luis Herrero Goldáraz
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Tres días de tinieblas

4 1
26.03.2024

El sábado pasado fue el primer día en el que pudo disfrutarse este Madrid vacío que tanto añoran quienes jamás lo han conocido, porque son quienes se van de él. Yo me encontraba solo y como a veces hago en estos casos me fui a mi bar de confianza para engañar al tiempo leyendo un libro. Hacía semanas que tenía a medio empezar Retrato de humo, una novela negra, más bien grisácea, que me recomendó Pedro Cuartango y de la que sólo había podido comenzar a degustar sus primeras páginas amargas. La historia de Krassy me inutilizó para cualquier otra cosa que no fuese mirar sin observar el tráfico, así que al cabo de un rato indeterminado tuve que volver a casa lentamente sin pensar exactamente en nada, paladeando todavía esa dulcísima tristeza que algunas tardes muertas anida en el corazón y amenaza con encharcarlo todo.

En algún momento del camino, no sé por qué razón,........

© Libertad Digital


Get it on Google Play