A lo largo de los últimos días, se han sucedido en los medios de comunicación diferentes análisis sobre las causas materiales de la movilización de los agricultores y ganaderos en toda Europa, pero singularmente en España. Sin embargo, no he leído un solo artículo sobre la evolución del conflicto en el mundo rural a lo largo de la historia reciente de nuestra democracia. Y es que, para aspirar a comprender la naturaleza del conflicto, no se puede perder de vista la modificación radical que ha experimentado el mundo rural desde la Transición. Durante el franquismo, e incluso antes, había una visión muy esquematizada y simplista, que pretendía contraponer un aparente primitivismo rural frente a formas reivindicativas más organizadas propias del mundo urbano. Esa visión ha quedado superada en cinco décadas de mutación sustancial. España ya no es la realidad en blanco y negro del tardofranquismo. El binomio rudimentario que durante parte del siglo XX mostraba una sociedad rural bipolar que enfrentaba al campesinado sumiso en el marco del clientelismo caziquil y, por otro lado, el jornalerismo revolucionario, representa ahora una panorámica caduca y felizmente superada.

Para la vieja izquierda, que es la actual izquierda en decadencia, la conflictividad ligada al mundo rural se ha asociado a movimientos revolucionarios, y ha habido fenómenos de idealización de algunas movilizaciones del pasado. Es más, la izquierda durante muchos años pretendió, y lo consiguió parcialmente, vincular la insumisión campesina con la rebelión debida contra los caziques y las élites latifundistas. Las revueltas campesinas en el mundo, pero también en España, eran un reflejo de la necesidad cultural y social de romper con unas tradiciones basadas en la dependencia y, en ciertos casos, en la semiesclavitud, en un entorno muy alejado de un ecosistema institucional donde pudiera garantizarse un sistema estable de garantías y de derechos.

Tal es así que, durante muchos años, sobre todo a partir de la muerte de Franco y con la Transición, la izquierda política aprehendió la lucha campesina como un movimiento de liberación y de desmontaje de las estólidas estructuras arraigadas durante la Dictadura, que ejercían un importante control social sobre agricultores y ganaderos. Así fue como en los años sesenta comenzaron las primeras movilizaciones significativas que ponían en cuestión el modelo de control franquista y la representación sindical amarilla del propio régimen. Porque hubo valientes, a miles, en las postrimerías de la Dictadura, que también llegaron a bloquear con sus tractores y maquinaria el acceso a las principales ciudades de España. Aunque entre ellos había personas de toda significación ideológica, la izquierda en ciernes se apresuró a atraer el movimiento hacia sí misma, entre otras cosas, porque los campesinos ponían también en solfa el modelo de representación sindical y asociativo de la época. La izquierda pronto advirtió que allí se abría un amplio espacio de conquista para la causa, aunque sólo fuera porque se presentaba como representante exclusivo del pensamiento y de la resistencia antifranquista.

La democratización del mundo rural, un proceso complejo en los años setenta, comenzaba. Para variar, la izquierda asumía el rol de protagonista único de ese episodio, negando que pudiera existir un movimiento de respuesta agraria y ganadera promovido por campesinos de una derecha democrática que, en lógica, también surgiría tras la muerte de Franco. Por aquel entonces, las protestas eran provocadas por los bajos precios de los productos hortofrutícolas en el mercado y por la disminución de sus rentas como consecuencia del diferencial con respecto a los gastos para hacer rentable la agricultura (gasóleo, semillas, fertilizantes, gastos de comercialización y distribución). Es evidente que esa indignación no era de izquierdas ni de derechas, porque era mera reivindicación por la dignidad de su trabajo. Como ahora.

Por mis orígenes, recuerdo especialmente la "guerra del maíz" en Aragón, que llegó a convocar a más de siete mil contumaces agricultores en Zaragoza en febrero de 1976. Estas y otras concentraciones fueron la base para la creación de determinadas organizaciones como la COAG, que rebasaban el restrictivo contorno de las atávicas Hermandades de Labradores y Ganaderos. Del sindicalismo vertical obligatorio a un sistema de adhesión voluntaria a las nuevas organizaciones representativas. La coacción política dio paso a un modelo de representación democrática, donde, es cierto que la izquierda jugó un importante papel que, con el paso del tiempo, se iría desnaturalizando.

No puede ignorarse la pujanza que tuvo la reivindicación de la Reforma Agraria sobre todo en el sur de España, en Andalucía y en Extremadura. En este caso, la izquierda se hizo con el control de la acción campesina para apostar por un modelo de ruptura frente al reformismo atemperado que se estaba imponiendo basado en un consenso productivista que se compadecía mal con las injusticias sociales endémicas del campo andaluz y extremeño. El impacto performativo en los años ochenta de estas movilizaciones fue muy relevante: ocupación de fincas, encierros y huelgas de hambre. Es más, en los años ochenta, los propios sindicatos del campo reivindicaban en Andalucía un "Pacto Andaluz por la Naturaleza", que acabó siendo el embrión del movimiento ecologista en España y un ejemplo a seguir por los Verdes alemanes. El citado Plan yuxtaponía la exigencia de la sostenibilidad con la defensa del derecho al trabajo, rompiendo con la supuesta incompatibilidad entre ambas pretensiones. El antiguo movimiento jornalero había mudado en un nuevo movimiento social ecologista, con estrategias reivindicativas muy diferentes a las de las dos décadas anteriores.

Cincuenta años después, la izquierda se ha quedado fuera de juego porque nada es igual que antes. No tienen la capacidad de monopolizar la respuesta, simple y llanamente, porque agricultores y ganaderos les han dado la espalda. Pero que nadie se equivoque, porque en su pertinaz lucha, acabarán dando la espalda a todos los que los defrauden, porque hay un conflicto prepolítico y estructural que no se contrarresta con simples promesas incumplidas. Es más, puede caer la derecha política en la tentación de monopolizar también la revuelta, como hizo la izquierda hace cuarenta años. Si fuese así, a corto plazo podrá dar resultados pero, a medio y largo plazo, será un error.

QOSHE - Tractores de ayer y de hoy - Mario Garcés Sanagustín
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Tractores de ayer y de hoy

6 1
22.02.2024

A lo largo de los últimos días, se han sucedido en los medios de comunicación diferentes análisis sobre las causas materiales de la movilización de los agricultores y ganaderos en toda Europa, pero singularmente en España. Sin embargo, no he leído un solo artículo sobre la evolución del conflicto en el mundo rural a lo largo de la historia reciente de nuestra democracia. Y es que, para aspirar a comprender la naturaleza del conflicto, no se puede perder de vista la modificación radical que ha experimentado el mundo rural desde la Transición. Durante el franquismo, e incluso antes, había una visión muy esquematizada y simplista, que pretendía contraponer un aparente primitivismo rural frente a formas reivindicativas más organizadas propias del mundo urbano. Esa visión ha quedado superada en cinco décadas de mutación sustancial. España ya no es la realidad en blanco y negro del tardofranquismo. El binomio rudimentario que durante parte del siglo XX mostraba una sociedad rural bipolar que enfrentaba al campesinado sumiso en el marco del clientelismo caziquil y, por otro lado, el jornalerismo revolucionario, representa ahora una panorámica caduca y felizmente superada.

Para la vieja izquierda, que es la actual izquierda en decadencia, la conflictividad ligada al mundo rural se ha asociado a movimientos revolucionarios, y ha habido fenómenos de idealización de algunas movilizaciones del pasado. Es más, la izquierda durante muchos años pretendió, y lo consiguió parcialmente, vincular la insumisión campesina con la rebelión debida contra los caziques y las élites latifundistas. Las revueltas........

© Libertad Digital


Get it on Google Play