La pre-dimisión de Sánchez, a falta de lo que decida este fin de semana, pretende convencernos de que estamos a un paso del abismo que supondría su desaparición de la política. No dimitirá, claro, porque eso sería reconocer un fracaso y salir de la vida pública por la puerta que más odian los políticos profesionales, la de la corrupción. Siendo socialista no debería darle tanta importancia a las golferías perpetradas desde el poder, pero el tipo no tolera que se le cuestione como si esto fuera una democracia y los gobernantes tuvieran que rendir cuentas de sus acciones y las de su círculo más próximo.

"Nunca habíamos vivido una campaña de odio tan atroz contra un presidente del Gobierno", dicen en el PSOE. Hombre, a Aznar le pusieron una bomba y a Rajoy le partieron la cara de un puñetazo. Ninguno de los dos anuló su agenda oficial para tomarse unos días de reflexión y valorar su dimisión ante un clima de violencia que había puesto en riesgo sus vidas. Siguieron en el puesto y terminaron sus respectivas legislaturas al frente del Gobierno, que es lo que se espera de alguien llamado a tan alta magistratura.

Sánchez, no. El tipo ha preferido hacer chantaje emocional a los españoles a cuenta de las investigaciones judiciales contra su mujer, otro hecho inédito en España. Es cierto, nunca se ha procesado a la mujer de un jefe de Gobierno, pero es que las esposas de los anteriores presidentes no montaron un chiringuito académico para trincar ayudas públicas que luego tramitaba su marido. Eso lo ha inventado Begoña Gómez, a la que nadie advirtió sobre el evidente conflicto ético de trabajar como conseguidora de subvenciones oficiales, compartiendo alcoba diaria con el que tiene que concederlas. Luego pasa lo que pasa, pero en lugar de hacer frente a sus responsabilidades, la parejita se enclaustra en La Moncloa con un mensaje lacrimógeno a ver si España se echa a la calle, como si en lugar de Madrid estuvieran viviendo en Caracas o La Habana.

De momento, las colas de ciudadanos suicidándose desde el puente más cercano son más bien escasas. Salvo Pedro Almodóvar, que confiesa haber llorado como un niño de teta al leer la carta de Sánchez (yo, en su caso, también lo haría), el impacto de la misiva digamos que ha sido limitado, más allá de los aspavientos del equipo mediático de trincones del sanchismo, que está, también con razón, acojonado. Pero los ciudadanos de a pie siguen con su vida exactamente igual que antes. Podríamos decir, sin temor a exagerar, que la carta de Sánchez nos la sopla. Y eso es lo que más puede doler a un personaje con una opinión de sí mismo de dimensiones mesiánicas como nuestro Sánchez.

No nos va a perdonar el desdén, de eso podemos estar seguros. En estos momentos estamos como el diario El País cuando Al Qaeda derribó las Torres Gemelas, en vilo ante las represalias de Sánchez. Lo mejor que nos puede ocurrir es que el miedo a lo que pueda salir de las investigaciones de su señora y, sobre todo, de su teléfono móvil, le obliguen a hacer mutis por el foro y largarse con Zapatero a hacer proselitismo tercermundista. Como se quede, nos vamos a enterar.

QOSHE - España en vilo a la espera de las represalias de Sánchez - Pablo Molina
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España en vilo a la espera de las represalias de Sánchez

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27.04.2024

La pre-dimisión de Sánchez, a falta de lo que decida este fin de semana, pretende convencernos de que estamos a un paso del abismo que supondría su desaparición de la política. No dimitirá, claro, porque eso sería reconocer un fracaso y salir de la vida pública por la puerta que más odian los políticos profesionales, la de la corrupción. Siendo socialista no debería darle tanta importancia a las golferías perpetradas desde el poder, pero el tipo no tolera que se le cuestione como si esto fuera una democracia y los gobernantes tuvieran que rendir cuentas de sus acciones y las de su círculo más próximo.

"Nunca habíamos vivido una campaña de odio tan atroz contra un presidente del Gobierno", dicen en el PSOE. Hombre, a Aznar le pusieron una bomba y a Rajoy le partieron........

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