Por alguna razón de momento ignota, los encargos en los que participa Félix Bolaños acaban siempre en un estropicio gigantesco con toda clase de restos orgánicos en los techos y las paredes de la escena del crimen. El ministro de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes tiene fama de fino, pulcro y preciso sicario político, pero la operación amnistía es una prueba irrefutable, otra más, de que no estamos ante un hábil cirujano sino frente a un descuidado descuartizador que se viene arriba, demasiado arriba, en la ejecución de la órdenes de Sánchez.

Nadie dijo que fuera fácil amnistiar a miles de delincuentes. Está claro. Hay que meterse en fangales hediondos, tratar con auténticos indeseables, negociar con gentuza y preparar muchas bolsas de plástico. Pero lo que está haciendo Bolaños se parece a una negociación lo mismo que la matanza de Texas a un guateque. La chapuza es de tales dimensiones que hay independentistas que casi prefieren que les juzguen y otros, como el arrojado Wagensberg, que se han dado a la fuga porque no confían ni un pelo en las habilidades de los creadores de la ley del sí es sí entre otras cumbres legislativas.

Han convertido al fiscal general en una marioneta, pretenden acortar los plazos de instrucción de los sumarios para favorecer a los indepes, prometen indultos preventivos a quienes queden fuera de la amnistía. Se arrastran ante Puigdemont los mismos que le llamaban pirado. Inenarrable espectáculo de degradación del poder mientras Sánchez comenta los resultados del festival de la canción. Que prefiere Zorra al Cara al sol. Eso es porque no ha oído la versión de David Guetta.

El daño que están causando a las instituciones y a la democracia es tan grande que no hay vuelta atrás. Cómo será el desastre que Yolanda Díaz no quiere saber nada de las andanzas del ministro de Justicia y se ha puesto del lado de Puigdemont. Una vicepresidenta del Gobierno a favor de la extorsión de un peón de Putin contra su propio Gobierno. Un sindiós.