Se le está complicando al cardenal Omella el derribo de la parroquia del Espíritu Santo de Barcelona. La Asociación de Amigos del Templo Parroquial del Espíritu Santo ha puesto una demanda judicial en la que se solicitan medidas cautelares para impedir la demolición de la iglesia. Dicha asociación recientemente constituida alega que la destrucción del edificio supondría la pérdida de un vitral de características únicas dedicado a las diferentes manifestaciones del Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras. La vidriera, construida en los años sesenta, mide doscientos metros cuadrados.
El arzobispo de Barcelona, el antedicho Juan José Omella, es quien ha ordenado el derribo de la iglesia para que sobre los cimientos se construya una facultad de Medicina de la propia Iglesia. Es decir, el arzobispado operando como un agente inmobiliario, no en vano debe ser el primer gran tenedor privado de vivienda y suelo de la capital catalana. Nada que objetar.
Pero es que no se trata sólo del vitral. La parroquia del Espíritu Santo, en la Travesera de Gracia 401, era uno de esos escasos templos abiertos las 24 horas todos los días de la semana, del mes y del año. Siempre. No vayan. La iglesia ya está cerrada y han empezado a retirar el escaso y humilde mobiliario interior. Si el juez no dicta medidas cautelares, la demolición puede comenzar la semana que viene. Será la huella que dejará el cardenal en la ciudad, su firma, la destrucción de una de las parroquias más activas de sus dominios. Todo un legado por parte de un arzobispo que presume ser el típico párroco estilo Bergoglio. Ya, ya. Y se ha cargado una de las pocas parroquias vivas de Barcelona.