Todos hablamos en voz baja, en voz alta y a voces de la estúpida composición de una derecha española cuya estructuración actual impide, y seguirá impidiendo, una victoria electoral indiscutible que permita el enderezamiento cabal de la democracia española de modo que siete votos no puedan condicionar a la mayoría del Congreso y del Senado y someter a un chantaje asqueroso a su gobierno.

Ciertamente. Lo hemos vuelto a ver este fin de semana. Gran manifestación en Madrid convocada por el PP y congreso nacional de Vox, cada uno por su lado sin que parezca por ahora que hay una aproximación sensata. Reconozco que Vox lleva mucha razón cuando alega que ha sido el partido más vilipendiado de la reciente historia de España, mucho más que los golpistas, mucho más que los bilduetarras, mucho más que los comunistas, de tenebrosa historia universal y nacional, y mucho más que un PSOE que, desde Zapatero, no hace más que volar hacia atrás como los extraños pájaros de Borges que preferían ver de dónde venían en vez de mirar a dónde iban.

El PP se descompuso con Pablo Casado, tras el trastorno total de un Rajoy que pareció regalar, sin que nadie sepa por qué y para qué o a cambio de qué, la presidencia del gobierno a un Pedro Sánchez a quien su propio partido había señalado y purgado como bicho peligroso. Casado acuchilló a Abascal en un inolvidable navajeo que no entendió nadie hasta después cuando hizo lo mismo a Isabel Díaz Ayuso y demostró que lo peor de la política no es privativo del sátrapa que nos gobierna.

Pero llegó Alberto Núñez Feijóo y lo arregló casi todo menos su relación con Vox. Pasó lo que tenía que pasar. Habida cuenta que ya es sabido que la derecha española o gana por mayoría absoluta o no puede gobernar, la división de PP y Vox, bien atizada por las izquierdas, dejaba entrever la posibilidad de que perdieran. Llegaron las elecciones del 23J convocadas con toda la mala leche política del mundo y lo que iba a ser una victoria conjunta de PP y Vox terminó siendo la derrota de ambos arrastrando al barro político a la España que no quiere lo que está ocurriendo pero que no sabe cómo resolver el entuerto.

Si miramos con cierta atención lo que está pasando ahora es que quien se está descomponiendo es la izquierda social-comunista-golpista. Fíjense inicialmente en el PSOE que tras expulsar a Redondo Terreros y a Leguina, ignora a Felipe González y a Alfonso Guerra entre otros y pone en entredicho a todo un barón de alcurnia, presidente de Castilla la Mancha. Su camino está cada vez más lleno de cadáveres políticos sometidos a la tiranía de un Sanchespierre sin escrúpulos.

Pero, ¿qué pasa en la izquierda comunista, yolandista, bolivariana o neoestalinista? Lo mismo. Se han navajeado durante años los de Lady Cohete y los del clan de Galapagar, con bajas tan señeras como la Niña del Sí es Sí y ahora, sigilosamente, la de Lilith Verstrynge, otra odalisca del harén del macho alfa (que se ha peleado hasta con Juan Carlos Monedero) que se ha largado dejando escaño y cargo, lo que ha jodido a Podemos y beneficiado a la Joly disparate que espera una antología de sandeces como el comer. Es una idea.

No acaba aquí porque hay muchos monstruos en Sánchenstein. Fíjense en el PNV, los ricos beatos aranistas, que han liquidado sin sangre aparente a Íñigo Urkullu y han colocado en su lugar a alguien que sólo el espíritu del racista Sabino debe saber quién es. Lo que está claro es que tiene que disputar en mayo o junio unas elecciones que, si nadie lo remedia, van a ganar los sanchietarras con el apoyo de Podemos. Según los últimos sondeos ya alcanzan, PSOE, Bildu (que ya anunció que Otegui no iba a ser cabeza de lista, que ya lo veremos) y Podemos, la mayoría absoluta de 38 escaños. El PNV, felón por excelencia, probará el sabor de la charca.

En Cataluña, la cosa sigue descomponiéndose. En Esquerra han apuñalado por la espalda a su gurú golpista, el desacreditado Oriol Junqueras, que, al menos, tuvo el coraje de no meterse en un maletero para huir de España como hicieron otros. Y en Junts ya nadie sabe nada porque caen y suben cabezas sin más sentido que la sumisión al golpista prófugo Puigdemont que no hace otra cosa que amenazar a propios y extraños gracias a sus siete escaños. Por ejemplo, ¿alguien recuerda a Quim Torra?

Y, oh, milagro, a pesar de esta descomposición, el jugoso enlace del interés compuesto que mantiene a esta pérfida molécula política infectando España, los mantiene unidos. Sin embargo, ni por ésas vemos que PP y Vox den pasos hacia la comprensión cabal de que o se unen de alguna manera o la España democrática de la Transición se va a ir por el desagüe. Tienen todavía algo de tiempo. Las elecciones gallegas, las vascas y las europeas. Si algo falla, la baraja se habrá roto. Cuando el enemigo se está descomponiendo y tú te empeñas en descomponerte más, es que hay algún cable pelado en alguna o algunas cabezas huecas.

QOSHE - La descomposición de los adversarios, y ni por esas - Pedro De Tena
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La descomposición de los adversarios, y ni por esas

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29.01.2024

Todos hablamos en voz baja, en voz alta y a voces de la estúpida composición de una derecha española cuya estructuración actual impide, y seguirá impidiendo, una victoria electoral indiscutible que permita el enderezamiento cabal de la democracia española de modo que siete votos no puedan condicionar a la mayoría del Congreso y del Senado y someter a un chantaje asqueroso a su gobierno.

Ciertamente. Lo hemos vuelto a ver este fin de semana. Gran manifestación en Madrid convocada por el PP y congreso nacional de Vox, cada uno por su lado sin que parezca por ahora que hay una aproximación sensata. Reconozco que Vox lleva mucha razón cuando alega que ha sido el partido más vilipendiado de la reciente historia de España, mucho más que los golpistas, mucho más que los bilduetarras, mucho más que los comunistas, de tenebrosa historia universal y nacional, y mucho más que un PSOE que, desde Zapatero, no hace más que volar hacia atrás como los extraños pájaros de Borges que preferían ver de dónde venían en vez de mirar a dónde iban.

El PP se descompuso con Pablo Casado, tras el trastorno total de un Rajoy que pareció regalar, sin que nadie sepa por qué y para qué o a cambio de qué, la presidencia del gobierno a un Pedro Sánchez a........

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