Personalmente, Oruro me gusta más cuando no es tiempo de carnaval. El espacio maravilloso que se abre en esas fechas es innegablemente un imán, un poderoso polo de atracción donde se ve el portento y la vastedad de la cultura boliviana, un crisol de luces brillantes que fue declarado por la Unesco Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad en 2001, uno donde se estima que participan 52 fraternidades con aproximadamente 65 mil danzarines y más de 15 mil músicos.

Realmente emociona presenciar un momento así, donde las imágenes nos seducen con todo su poder, pero a mí me gusta más vivir ese Oruro cotidiano, con gente con prisas que caminan las calles como si la altura no existiera, niños, cosa que no es usual en otras ciudades, jugando en los parques, la gente que abre las puertas metálicas de sus negocios para empezar el nuevo día, el bullicio de los mercados y los chicos con esos “raros peinados nuevos” que bailan en la avenida cívica ritmos K-Pop.

Pero el tema es el carnaval, con sus deslumbrantes imágenes que se suceden una tras otra, como un gran festín de colores, purpurina y máscaras, sin dejar de mencionar la música de las bandas, sobre todo al alba, cuando presenciamos a todas ellas en un mismo espacio, en una fiesta intensa de sonidos.

Pero este año, gracias o no tan gracias a la vida laboral que no perdona ni feriados ni carnavales, se me escapó de los dedos la oportunidad de vivir esta gran celebración y en el mejor lugar del mundo para experimentar la fiesta.

Sin embargo, de las imágenes que más perduran está la del osito enojado que recorre el carnaval cargando con dos añitos, un traje que le pesa, que pesa mucho.

Lo que se ve no se pregunta dicen por ahí, para qué dar retahílas sobre cómo tener sentido común sobre todo con los que dependen de nosotros, si un niño parece realmente agotado de bailar, ¿qué deberíamos hacer? Pues responda cada uno qué amerita hacer.

Sin embargo, como nos dicen siempre, no hay mal que por bien no venga y la Secretaría del Comité de Derechos Humanos e Igualdad de Oportunidades de la Cámara de Diputados, hizo entrega de un reconocimiento a Henry Arthur Evaje, el niño de dos años que recorrió la ruta de la Entrada del Carnaval de Oruro que parece visiblemente cansado, pero que ahora es nombrado como “ícono del folklore”.

Sin duda, y siendo optimistas este reconocimiento viene para él y sus padres, según quienes otorgan el premio, por inculcar el amor por el folklore a un infante, eso es encomiable, pero ¿bajo qué condiciones? Respondamos cada uno como creamos que es correcto.

Quizá no tengamos que darle tanto bombo a un tema así, quizá cada “pepa” periodística usada por los medios guste de exprimir una historia a todo lo que da, cruzando dedos para que el siguiente carnaval se tenga un nuevo cuento que contar.

Y sin dar mayores vueltas, Oruro, ahora ya sin el vértigo que abre su espiral cada año, pase a esa cotidianidad que parece esperar nuevamente ese momento de vital despliegue, hasta volver a despertar con el sonido urgente de las trompetas y los platillos carnavaleros, con un osito enojón, que se hizo viral gracias a los medios sobre todo los digitales y que, además, provocó muchas opiniones, tan diversas como encontradas.

Esto dice mucho del tiempo actual, basta que una cámara te encuentre haciendo algo que tiene el potencial de viralizarse y serás la historia de la semana o el día.

Por mi parte, celebro la bravura del osito enojón que recorrió el carnaval, que a pesar del desaliento, persiste y con sólo dos años de edad nos muestra su valía.

Quizá el viaje del héroe podemos verlo no en los grandes superhéroes que en las pantallas del cine nos muestran grandes e imposibles proezas, quizá está en los verdaderos héroes chiquitos que, bajo un disfraz de osito, siguen bailando, bailando sin parar.

QOSHE - Un osito enojado recorre el carnaval - Cecilia Romero
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Un osito enojado recorre el carnaval

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27.02.2024

Personalmente, Oruro me gusta más cuando no es tiempo de carnaval. El espacio maravilloso que se abre en esas fechas es innegablemente un imán, un poderoso polo de atracción donde se ve el portento y la vastedad de la cultura boliviana, un crisol de luces brillantes que fue declarado por la Unesco Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad en 2001, uno donde se estima que participan 52 fraternidades con aproximadamente 65 mil danzarines y más de 15 mil músicos.

Realmente emociona presenciar un momento así, donde las imágenes nos seducen con todo su poder, pero a mí me gusta más vivir ese Oruro cotidiano, con gente con prisas que caminan las calles como si la altura no existiera, niños, cosa que no es usual en otras ciudades, jugando en los parques, la gente que abre las puertas metálicas de sus negocios para empezar el nuevo día, el bullicio de los mercados y los chicos con esos “raros peinados nuevos” que bailan en la avenida cívica........

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