En 2013, el “Manifiesto aceleracionista” afirmaba: “En el comienzo de la segunda década del siglo XXI, la civilización global se enfrenta a un nuevo tipo de cataclismo. Los apocalipsis que se avecinan dejan en ridículo las normas y las estructuras de organización política que se forjaron con el nacimiento de los estados-nación, el auge del capitalismo y un siglo XX marcado por guerras sin precedentes. Lo más significativo es el colapso del sistema climático del planeta, que puede incluso poner en peligro la existencia de toda la población mundial”. Ante esto, Williams y Srnicek plantean que “Es necesario construir el futuro. La elección que tenemos que tomar es crítica: o un poscapitalismo globalizado o una fragmentación lenta hacia el primitivismo, la crisis perpetua y el colapso ecológico planetario”.

En 2021, Enzo Traverso expone los traumas conservadores contemporáneos aplicables a cualquier ‘ideología’. Un resumen conceptual de sus palabras afirma que tanto “los posfascismos como el Estado Islámico surgieron en un contexto global caracterizado por la desaparición de un horizonte de expectativas, el ocaso de las utopías y su pérdida de credibilidad, como si condujeran sistemáticamente al totalitarismo, y con la ideología del mercado como única fuente posible de libertad. Por ende, las derechas radicales y el islamismo constituyen sucedáneos de las utopías desaparecidas embanderándose en un ideal de nación amenazada y valores en riesgo que ve al otro (el inmigrante, el pobre, los jóvenes de barrios periféricos, los feminismos) como responsables de la crisis económica y social”.

Este debate, muy propio del mundo europeo ilustrado, nos es relativamente ajeno, pero no menos importante y actual. Aquí todavía nos movemos económicamente con Hayek que en 1981 afirmó que su “preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente” o con Keynes: “El Estado debe desempeñar un papel activo en la regulación de los mercados para evitar abusos y proteger a los más vulnerables”. Y políticamente con la dictadura del proletariado, el privilegio de los ancestros o el proceso de modernización propio del Estado de derecho.

Nuestra nostalgia conservadora es apenas liberal. Nuestra melancolía progresista persiste en la igualdad de oportunidades. Son todavía valores y objetivos necesarios, pero no suficientes porque no constituyen la visión de país de un diminuto margen nacional que pretende contribuir a un siglo XXI que no sea el testimonio del naufragio del humanismo que se fundó después de 1945. Un humanismo encarnado en las cumbres de la modernidad (la Novena sinfonía de Beethoven, de 1824, ley de la relatividad de Einstein, 1916, la marcha de la sal de Gandhi, 1930, los Poemas humanos, de César Vallejo en 1939) a la que tan poco hemos aportado.

Mientras europeos y ciertos asiáticos debaten desde el presente, nosotros persistimos en el siglo XX. Mientras los europeos se preocupan por los posfascismos, la inteligencia artificial o la astrofísica, y los chinos por reinventar la ruta de la seda y el galeón de Manila, nosotros somos testigos de la emergencia de un Estado narco y la tribalización de la política. Porque, ciertamente, los ejes de nuestro debate son la brecha de ingreso, el déficit público, o el fraude y el supuesto golpe. Nada que no sea el cortísimo plazo o los traumas de nuestras derrotas.

Ya llegan las elecciones, pero no las ideas. El bicentenario de la independencia con sus nostalgias conservadoras y su melancolía progresista, pero no el imaginario del futuro que nos arrolla con su vacío. El responsable fundamental de esta miseria intelectual, claro, es el régimen despolitizador que nos ha hecho ajenos a nosotros mismos. Pero también la impotencia de la generación que construyó la democracia como festejo y no como desafío. Quizá no somos “la sociedad del cansancio”, esa “máquina de rendimiento autista” (Han), pero parece que sí estamos ciegos: “la ceguera no es lo que te impide ver, es lo que te impide comprender” (Saramago).

En esta situación extraordinaria, todos los ciudadanos debiéramos ser una vocación posnacional/poscolonial/pospatriarcal. Esa pasión que establezca las condiciones para que todos forjemos nuestro propio destino colectivo. Esa ética que haga inevitable que la semilla de cualquier proyecto de democracia radical y refundación nazca de los sueños del pueblo y no de las consignas ni sus intereses. Porque para reinventar el enamoramiento entre Estado y sociedad, para hacer de nuestra vida cotidiana y de nuestra realidad política una voluntad colectiva, tenemos que ficcionalizar nuestra política.

Tenemos que ser capaces de diseñar para mañana un mundo hoy imposible y de refundarnos como ciudadanos y como comunidad. Tenemos que recorrer la distancia que nos separa de lo mejor de nosotros mismos.

Es un asunto de pasión más que de razón de Estado. Es un asunto de poesía más que de política. Porque queremos un país más justo, pero sobre todo necesitamos un país más hermoso.

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Los Tiempos y la Plataforma UNO fomentan el debate plural pero no comparten necesariamente los puntos de vista del autor.

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La nostalgia conservadora y la melancolía progresista

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01.03.2024

En 2013, el “Manifiesto aceleracionista” afirmaba: “En el comienzo de la segunda década del siglo XXI, la civilización global se enfrenta a un nuevo tipo de cataclismo. Los apocalipsis que se avecinan dejan en ridículo las normas y las estructuras de organización política que se forjaron con el nacimiento de los estados-nación, el auge del capitalismo y un siglo XX marcado por guerras sin precedentes. Lo más significativo es el colapso del sistema climático del planeta, que puede incluso poner en peligro la existencia de toda la población mundial”. Ante esto, Williams y Srnicek plantean que “Es necesario construir el futuro. La elección que tenemos que tomar es crítica: o un poscapitalismo globalizado o una fragmentación lenta hacia el primitivismo, la crisis perpetua y el colapso ecológico planetario”.

En 2021, Enzo Traverso expone los traumas conservadores contemporáneos aplicables a cualquier ‘ideología’. Un resumen conceptual de sus palabras afirma que tanto “los posfascismos como el Estado Islámico surgieron en un contexto global caracterizado por la desaparición de un horizonte de expectativas, el ocaso de las utopías y su pérdida de credibilidad, como si condujeran sistemáticamente al totalitarismo, y con la ideología del mercado como única fuente posible de libertad. Por........

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