Acabo de leer la biografía que Stefan Zwieg hizo de la vida de Casanova, el famoso libertino y seductor italiano del siglo XVIII. Vértigo es lo que me produjo leerla, ya que las detalladas descripciones del biógrafo austriaco de aquella existencia dedicada nada más que al hedonismo y la lujuria distan mucho de lo que yo había esperado: la vida de un romántico enamoradizo que, más que acostarse con las mujeres, les ganaba el corazón. Es que para Casanova la vida no fue amar, y ni siquiera enamorarse, sino una carrera por consumir, por devorar todo lo que encontraba a su paso; vivió desmarcado de su tiempo romántico o sentimental, en un esprint por tener lo más posible en el menor tiempo posible.

Casanova, cuya vida podría ser arquetípica en nuestro tiempo de consumismo, no solo amó los viajes, la comida, el juego y el dinero, sino también —y sobre todo— el sexo. En su haber hay desde jovencitas y doncellas que se le entregaron por voluntad propia, hasta señoras de edad muy madura y rameras que hallaba en los burdeles más miserables de las urbes que visitaba para disfrutar a sus anchas. Lo curioso de esta existencia de erotismo presuroso, de este recorrido faunesco sin límites, es que ni él amó nunca a las mujeres con quienes se acostaba ni estas lo amaron jamás. Y esa vida, que podría ser quizás el ideal de muchos jóvenes machos y viriles de ayer, hoy y mañana, terminó en la miseria física y espiritual: al final, el cuerpo de Casanova quedó ajado, sin fuerzas, no contaba con dinero para continuar su epopeya hedonista y, lo peor de todo, en su corazón no había más que un vacío abismal.

Hago esta mención a la vida de Casanova porque pienso que tiene muchas similitudes con el ideal erótico de muchos jóvenes (y en este genérico masculino también incluyo a las mujeres) de nuestro presente, ya que la idea del amor (del verdadero) parece haberse distorsionado debido a los nuevos fenómenos comunicacionales y económicos que dominan esta época que, para el recientemente fallecido filósofo Bauman, se llama modernidad líquida, en la cual todo lo cambiante, fluctuante y efímero parece ser lo más provechoso y admirable.

El ámbito erótico y sentimental no parece haberse salvado de esta volatilidad, pues en la modernidad líquida no solo importa cambiar de teléfono inteligente con premura o tener siempre el último ordenador, sino también cambiar rápidamente de amores y noviazgos. En gran medida, es por esto que las parejas hoy temen mucho al compromiso, a la monogamia e, incluso, a la procreación.

Al respecto, el pastor evangélico español Marcos Zapata piensa que el origen del nuevo concepto del amor que esta generación tiene nace en el consumismo, fenómeno cuyos primeros síntomas —muy tenues aún, claro— ya se podían sentir hace por lo menos unos 70 años. Pero yo creo que también tiene que ver con el ego. La premisa de hoy, entonces, es: “Puedo cambiar de cónyuge cuando yo desee, sin importarme lo que mi pareja piense o sienta, pues yo soy el dueño de mi vida. Y si las cosas no salen como las planeo, buscaré a otra persona. Entonces, como todo puede ocurrir mañana, ¿para qué comprometerme?”. El amor, así, ya no es un acto de madurez, responsabilidad y entrega, sino de espontaneidad y “a ver qué pasa”; y como el espíritu humano es tan cambiante y voluble, termina siendo un sentimiento que mañana puede ser rencor o, para no ir a los extremos, sencillamente indiferencia o frialdad: “No sé muy bien por qué, pero he dejado de amarte. Lo siento. Adiós”.

Lo problemático de esta situación es que el ser humano, viviendo así, generalmente termina buscando refugio en otros estímulos, generalmente dañinos: el alcohol, la pornografía, las drogas o el suicidio. Con esto no pretendo insinuar que antes el concepto del amor fuera perfecto o que no hubiera infieles, adictos o suicidas, que los hubo en todas las épocas. Lo que quiero decir es que la tendencia actual es a desechar el compromiso, tendencia que creo que no llega —ni se aproxima— a la felicidad; es más, creo que esta es lo último que se encuentra poniendo en práctica el concepto del amor según la modernidad líquida.

QOSHE - El amor en los tiempos de la modernidad líquida - Ignacio Vera De Rada
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

El amor en los tiempos de la modernidad líquida

11 0
11.12.2023

Acabo de leer la biografía que Stefan Zwieg hizo de la vida de Casanova, el famoso libertino y seductor italiano del siglo XVIII. Vértigo es lo que me produjo leerla, ya que las detalladas descripciones del biógrafo austriaco de aquella existencia dedicada nada más que al hedonismo y la lujuria distan mucho de lo que yo había esperado: la vida de un romántico enamoradizo que, más que acostarse con las mujeres, les ganaba el corazón. Es que para Casanova la vida no fue amar, y ni siquiera enamorarse, sino una carrera por consumir, por devorar todo lo que encontraba a su paso; vivió desmarcado de su tiempo romántico o sentimental, en un esprint por tener lo más posible en el menor tiempo posible.

Casanova, cuya vida podría ser arquetípica en nuestro tiempo de consumismo, no solo amó los viajes, la comida, el juego y el dinero, sino también —y sobre todo— el sexo. En su haber hay desde jovencitas y doncellas que se le entregaron por voluntad propia, hasta señoras de edad muy madura y rameras que hallaba en los burdeles más........

© Los Tiempos


Get it on Google Play