Serapio Abedul y José Linaza amanecieron aquel miércoles de Adviento ensalzando y celebrando a lo loco, habían pasado la noche entera alabando, elogiando y reverenciando al desahuciado, agónico y mortecino equipo de la casaca escarlata para el cual, enhorabuena y en momento malo, tuvieron la clarividencia de tomar las cenizas de un muerto para formar con ellas el cataplasma curativo que logró cicatrizar sus heridas, hasta restablecerlas.

Noche antes, los viejos parecían descascararse mirándose el uno al otro, en un juego infinito de rostros lívidos y gritos de especulación, mientras escuchaban el encontronazo final entre el equipo de sus amores y el rival de ocasión.

Cuando su vetusta radio de transistores se apagó, su equipo había perdido, pero la euforia de la pareja de vejetes era auténtica. No era para menos, ese año, el equipo de sus pasiones había logrado lo imposible: clasificar entre los mejores para representar al país en un torneo de los varios que solían distribuir dinero y gloria como si fuera papel. Por si fuera poco, el año había empezado con el equipo en la quiebra, con millonarias deudas y demandas que lo acogotaban, con sanciones ejecutivas que desmembraban un cuerpo moribundo, e incluso con un dirigente que, a costa de promesas falsas, quiso masacrar al club.

Contraria a todo pronóstico, esa realidad apocalíptica, que parecía la promesa segura al despeñadero, cambió en el momento en que una dirigencia sorpresiva, pero valiente, asumió el reto de salvar a la institución. Gracias a eso y a una hinchada gloriosa, el año terminaba con el equipo peleando el título de uno de los extraños y alucinógenos campeonatos del país, con las cuentas en franca mejoría y habiendo demostrado al país que al Wilster lo salva su gente.

Sí, esa gente que supo poner su peso para lograr el millón, esa que fue a apoyar cuando todo parecía perdido, ese cochabambino que mostró que el que quiere puede.

Ese sería el recuerdo más sólido de Serapio Abedul y José Linaza, porque entre la emoción de ver a su equipo renovado y no poder creer el milagro de la resurrección, ambos murieron de un paro cardiaco a mitad del partido final de aquel campeonato.

Los viejos concuñados se darían cuenta recién un año después, y entenderían porqué hace ya mucho no sentían ni hambre ni sed, también comprenderían porqué todo estaba mal armado y nadie en la vetusta casona les tiraba pelota, ni los nietos que vivían pegados a sus pantallas, ni los hijos que iban de aquí para allá siempre ocupados.

Y lo notarían el día de Todos Santos cuando un hambre arrolladora les haría ir tras los maicillos y los rosquetes, tras la chichita y el pollo al horno, y verían ahí sus fotos lado a lado, sobre un mantel negro y debajo de una gran bandera roja con el escudo de su equipo, que ese año precisamente se coronaría campeón.

QOSHE - El Wilster y los viejos - Ronnie Piérola Gómez
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El Wilster y los viejos

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22.12.2023

Serapio Abedul y José Linaza amanecieron aquel miércoles de Adviento ensalzando y celebrando a lo loco, habían pasado la noche entera alabando, elogiando y reverenciando al desahuciado, agónico y mortecino equipo de la casaca escarlata para el cual, enhorabuena y en momento malo, tuvieron la clarividencia de tomar las cenizas de un muerto para formar con ellas el cataplasma curativo que logró cicatrizar sus heridas, hasta restablecerlas.

Noche antes, los viejos parecían descascararse mirándose el uno al otro, en un juego infinito de rostros lívidos y gritos de especulación, mientras escuchaban el encontronazo final entre el equipo de sus amores y el rival de ocasión.

Cuando su vetusta radio de........

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