El filósofo y lingüista Tzvetan Todorov fue un tenaz fiscalizador de la democracia occidental.

Lo ubicaba en ese tiempo histórico en el que se debe ser honesto y crítico para identificar los males que aquejan a esta humanidad que ahora, más que nunca, necesita una brújula para la conciencia, la reflexión y el humanismo. Neoconservadurismos, fanatismos, populismos, misoginia y muros sociales, son ingredientes que mezclan la masa y van deteriorando la cuestionada política y democracia occidental.

Esa que, sin pudores ni demoras, encabezó (a) el político republicano más populista y demagogo que ha tenido los Estados Unidos, Donald Trump.

El que echó al tacho de basura la institucionalidad de un país que históricamente se forjó a base de mezclas raciales y libertades apegadas a la ley y durante su gobierno parecieron removidas por un tornado donde "el pueblo se transformó en masa manipulable".

Todorov y “Los enemigos íntimos de la democracia”, ajustaron cuentas con esos cuatro años de gobierno de Trump.

Rituales políticos en los que las promesas y los paraísos terrenales corroboraron, paradójicamente, las esperanzas de los ciudadanos estadounidenses. Acaso tan parecidos al ejercicio político populista y delincuencial de los gobiernos latinoamericanos.

En el séptimo capítulo del libro “Los enemigos íntimos de la democracia”, “El futuro de la democracia”, Todorov plantea que el régimen democrático supone articular con eficiencia equilibrando principios fundamentales y determinantes. Esto supone, desde luego, inquirir “El remedio a nuestros males en una evolución de la mentalidad que permitiera recuperar el sentido del proyecto democrático y equilibrar mejor sus grandes principios: poder del pueblo, fe en el progreso, libertades individuales, economía de mercado, derechos naturales y sacralización de lo humano”.

“Los enemigos íntimos de la democracia” es un libro lleno de revelaciones y alertas que nos lleva a comprender a cabalidad los despropósitos globalizadores de este aciago mundo que parece atomizase en taras, mezquindades, desprecios, racismos, individualismos y mesianismos.

Bellacos, estúpidos, corruptos, perversos y bravucones. Joyitas a granel en un país en el que poco importa agredir con lenguaje racista, misógino y excluyente, casi nada, disparar a quemarropa a negros, hispanos y hasta blancos.

No presumo de que sea bueno, pero en tierra de G. Washington, A. Lincoln, F. D. Roosevelt, la doble moral es inmanente a sus ciudadanos ridículamente conservadores.

Falsos pudores que dislocan la verdadera esencia de lo políticamente correcto e incorrecto.

Esa es la larga estela que dejó Donald Trump después de dejar el trono, y que ahora se perfila como uno de los más evidentes candidatos a ganar la proclamación a la presidencia, por segunda vez, por el partido republicano.

La lista de joyitas está escrita con letras de oropel vacuo: Warren Harding, Herbert Hoover, Dwight D. Eisenhower, Richard Nixon, Ronald Reaga, el de la medalla de diamantes, George W. Bush y, claro está, el maestro, Donald Trump.

“¿Cómo es posible que un hombre como Ronald Reagan llegue a ser presidente de los Estados Unidos?” le preguntó en una ocasión el desaparecido presidente de Francia, François Mitterrand, al escritor William Styron, Styron le respondió: “Los estadounidenses admiramos a las estrellas de cine por encima de todo”.

Los Estados Unidos, a la cabeza de Trump, tejió ese trecho histórico que alertaba Todorov.

El capataz no se hizo de la noche a la mañana, surgió de un crisol social occidental en el que confluyeron hartazgos, desequilibrios sociales y fanatismos.

El gran señuelo tendido por Trump, fue hacerles creer a los “estúpidos hombres blancos” que estaban pasando a ser ciudadanos de segunda y que, junto a su país, habían perdido el primer puesto en este, cada vez más deshumanizado, planeta. La sociedad estadounidense es por excelencia un universo de obsesiones. Trump es un ciudadano obtuso y obsesivo por el poder y el dinero. Es un terminator con un exoesqueleto de negociator.

Ese es el discurso que sedujo a una sociedad estadounidense polarizada: poder, dinero, transacciones, imposiciones.

Trump es el arquetipo del empresario negociador tramposo que recurrió al juego sucio para chantajear el voto de ese electorado que se dejó seducir por la vena de las obsesiones.

“Los demagogos se niegan a admitir ese principio fundamental de la política, que dice que todo logro tiene un precio”.

Todorov cuestiona los daños que implica el ultraliberalismo, haciendo que el imperio de la economía se sobreponga a la política. También, desde luego, el poder de los medios de comunicación que, en muchos casos, se cuadran a ese imperio.

En el umbral de un nuevo desorden mundial, parece que las capas tectónicas de la política y de la aldea global se van desacomodando peligrosamente. Una señal de multipolaridad acecha el hemisferio y “obliga” a gestar nuevas “políticas de contención”. No solo los muros como los que le obsesionaron y todavía le obsesionan a Trump, sino los otros, esos que se crean en las mentes marginadoras, excluyentes, sociedades cerradas (Popper) ultra nacionalistas que hacen que nazca un temor inexplicable por el otro, por el forastero.

Pavor por el florecimiento de las sociedades abiertas.

Trump es todo un manual del perfecto idiota, rico y conservador republicano estadounidense blanco, no es un político, por ello le hace un hombre sin compromisos, sin responsabilidades ideológicas, morales ni éticas.

Con Donald, surgió una nueva y excéntrica forma de hacer política en los Estados Unidos, tan idéntica al populismo hocicudo de muchos países latinoamericanos.

En la práctica, los Estados Unidos tienen a su comandante Chávez, a su Evo Morales, a su Correa, a su Castro y a su Maduro en un sólo personaje que aún les endulza los oídos y les provoca un orgasmo, a base de insultos, afrentas, acusaciones, mentiras y amenazas, a la comunidad inmigrante, a sus opositores políticos de su mismo partido, a los afroamericanos y a todos los que osen cuestionarlo. Para muestra trágica está el asalto al Capitolio.

“¿Qué hay en un hombre?” se pregunta Shakespeare en Romeo y Julieta, a lo que G. Orwell responde en “1984”: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”.

El pasado 15 de enero, Donald Trump ganó con el 51% de los votos en los “caucus” del estado de Iowa, (donde casi el 90 % de su población es blanca), la primera medición primaria republicana para elegir al candidato del partido con miras a las presidenciales del 5 de noviembre de este año.

Un caucus es una reunión o asamblea de simpatizantes de determinado partido político que eligen, abiertamente, de forma verbal y escrita al precandidato que apoyan y las razones por las cuales los apoyan. Es una palabra que nace de la fusión entre dos palabras algonquinas de los nativos norteamericanos: “caucauasu” que significa “Consejo” y “cawaassough” que significa asesor. Luego de una compleja ecuación matemática, surgen los candidatos ganadores de cada partido.

De acuerdo con los datos oficiales, con 100% escrutado, Trump obtuvo una cifra histórica, 56.260 votos y (51%), mientras que DeSantis sumó 23.420 votos (21,2%).

La tercera fue Nikki Haley, la exgobernadora de Carolina del Sur y exembajadora ante Naciones Unidas, con 21.085 votos (19,1%).

Todavía falta mucho para las elecciones generales, es cierto, pero como dicen las malas lenguas: “el que gana en Iowa, lo gana todo”. ¡Las luces rojas ya se encendieron, y alertan del posible retorno de las oscuras golondrinas del trumpismo!

El autor es comunicador social

QOSHE - De los “caucus” de Iowa a las oscuras golondrinas del trumpismo - Ruddy Orellana V.
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De los “caucus” de Iowa a las oscuras golondrinas del trumpismo

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18.01.2024

El filósofo y lingüista Tzvetan Todorov fue un tenaz fiscalizador de la democracia occidental.

Lo ubicaba en ese tiempo histórico en el que se debe ser honesto y crítico para identificar los males que aquejan a esta humanidad que ahora, más que nunca, necesita una brújula para la conciencia, la reflexión y el humanismo. Neoconservadurismos, fanatismos, populismos, misoginia y muros sociales, son ingredientes que mezclan la masa y van deteriorando la cuestionada política y democracia occidental.

Esa que, sin pudores ni demoras, encabezó (a) el político republicano más populista y demagogo que ha tenido los Estados Unidos, Donald Trump.

El que echó al tacho de basura la institucionalidad de un país que históricamente se forjó a base de mezclas raciales y libertades apegadas a la ley y durante su gobierno parecieron removidas por un tornado donde "el pueblo se transformó en masa manipulable".

Todorov y “Los enemigos íntimos de la democracia”, ajustaron cuentas con esos cuatro años de gobierno de Trump.

Rituales políticos en los que las promesas y los paraísos terrenales corroboraron, paradójicamente, las esperanzas de los ciudadanos estadounidenses. Acaso tan parecidos al ejercicio político populista y delincuencial de los gobiernos latinoamericanos.

En el séptimo capítulo del libro “Los enemigos íntimos de la democracia”, “El futuro de la democracia”, Todorov plantea que el régimen democrático supone articular con eficiencia equilibrando principios fundamentales y determinantes. Esto supone, desde luego, inquirir “El remedio a nuestros males en una evolución de la mentalidad que permitiera recuperar el sentido del proyecto democrático y equilibrar mejor sus grandes principios: poder del pueblo, fe en el progreso, libertades individuales, economía de mercado, derechos naturales y sacralización de lo humano”.

“Los enemigos íntimos de la democracia” es un libro lleno de........

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