“¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido”, cavilaba Dorotea en “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo.

Juan Preciado se encuentra ante un pueblo deshabitado, lleno de fantasmas, con olor a muerte que, al final, provoca la suya producto del terror y del desconcierto. Comala podría ser la nada, pero también todo. Un lugar irreal pero terriblemente real, donde habitan muertos vivientes, devorados, día a día, por la desilusión. Un pueblo que muere por sí mismo y que no lo mata nadie. Un lugar que se deja ir, se deja morir.

La desilusión, una palabra que suena fuerte al pronunciarla, pero más al sentirla y ser parte de su nacimiento y de su irremediable azote.

Latinoamérica sufre su silencio y un abandono desde hace muchas décadas. Un vacío de liderazgo y de esperanza carcome sus estructuras, día a día, año a año.

Su sitial político en este mundo ancho y ajeno no está equiparado con la ventura. Su desventura está en su clase política desclasada que tira siempre hacia lo delictivo, hacia la delincuencial. Ruines y pillos que lo pudren todo, incluso el incipiente nacimiento de lo ético y transparente.

Como una peste negra, la politiquería del pasado y del presente ha atacado sin medida ni clemencia en este resto del mundo.

Latinoamérica ha tenido que soportar (y todavía lo hace) a autócratas, caudillos, jefes, mandamases, dictadorzuelos, tiranos y miserables delincuentes de cuello blanco y negro. Todo bajo la consigna de equidad y lucha de clases. Al final siempre queda la acción inclaudicable de usurpar, degradar y de hacer añicos las estructuras sociales y económicas.

Desde la conquista, las luchas por la independencia, las reformas, la modernización social, política y cultural, las dictaduras, hasta el populismo del pasado y del presente, América del Sur ha sufrido una ausencia de institucionalidad.

A cinco años de pandemia, no podríamos afirmar que la desarticulación del continente se deba, precisamente, en su totalidad, a este hecho. La pandemia puso de cabeza al mundo, sin embargo, la larga cola de la crisis integral en Latinoamérica data de hace décadas y eso contribuyó, con mucho, para que el presente y el futuro estén condenados a un constante escrutinio y duda de si será posible salir de este atolladero que se ahonda cada vez más.

Si los años de vacas gordas, producto de la venta de materias primas, sirvieron para engordar el ganado político y corrupto del poder, no sirvieron para potenciar la industria, el mercado laboral, la salud, la reducción de la pobreza, el desarrollo, la vivienda y la equidad sociales.

Las políticas populistas, corruptas y de compadrazgo debilitaron profundamente la economía. Los gobiernos de turno, sea de izquierda o de derecha, perdieron apoyo y credibilidad de la población e intentaron e intentan salvar su pellejo con medidas de hecho, impositivas y normas que sólo significan mayor crisis, corrupción y estancamiento.

Tras largos años de bonanza, sin precedentes, pero sin políticas gubernamentales que encauzaran el desarrollo y la independencia de los mercados mundiales, se reafirma la pobreza, la crisis, las asimetrías sociales y el descalabro.

Ni derechas ni izquierdas, ni populistas, ni neoliberales, ni tecnócratas, ni hipócritas, supieron encarrilar sus gobiernos hacia la potenciación de sus sociedades y el bien colectivo.

De nueva cuenta, el Estado es asaltado por el poder de los gobiernos criminales que saquearon y saquean la poca o mucha riqueza de los países.

El gobierno, como arma delincuencial, se ha apropiado de las almas y de las conciencias. El régimen compra, vende, prostituye y corrompe.

Del neoliberalismo al populismo, una transición de cambio para que nada cambie, como dirían los economistas. Tal cual. Ambas bandas delincuenciales cayeron en el mismo saco de pillos. Hoy, nuevamente se reconfigura el mapa político de Latinoamérica.

Para mal, hay un carnaval de pasiones, deseos y codicias obscenas que desvinculan sus modelos económicos con ese principio elemental de los años 80: “el buen vivir”.

Brasil, Perú, Bolivia, Venezuela y Colombia, abrazan una común desgracia.

En Centroamérica, el drama es similar, su trayectoria política no sentó las bases para fortalecer su democracia, su eterna e histórica problemática de violencia e injusticia sociales jamás fueron resueltos. La dictadura de Ortega en Nicaragua es el caso más visible.

Latinoamérica ha echado por la borda su mayor hito histórico. Acaso, desde su independencia, no tuvo mejor momento para fortalecer sus estructuras productivas.

¡Después de la farra continental, ahora viene el descalabro! Su crisis se agudiza y retorna, una vez más, al punto exacto de la pedigüeñería y la dependencia internacionales.

México es una eterna contradicción política y social. Andrés Manuel López Obrador (AMLO), aparte de ser un demagogo, es el crisol donde se crean los malos ejemplos, si antes Chávez y Fidel eran los capataces de la finca, AMLO los sustituyó, ahora, es el oráculo de los endiosados y de los innombrables.

El sexenio de AMLO ya es el más violento de la historia de México. Se han registrado 121,655 homicidios dolosos y feminicidios.

En América Latina, existe una representación política que no logra unificar las aspiraciones de desarrollo en sus gobiernos. Las asimetrías sociales se ahondan y la poca distribución, desigual de la riqueza, es insultante. ¡Lo más democrático de los gobiernos latinoamericanos, es que saben distribuir muy bien la miseria!

¿En qué parte de su tránsito histórico se jodió América Latina? La jodieron, sería más justo decir. El club de amigotes que se formó en América del Sur, a la cabeza del extinto comandante Hugo Chávez aún está vigente. La demagogia y las políticas subsidiarias sustentan a regímenes mediocres y autoritarios, Bolivia es un ejemplo de eso. En el país, desde hace 16 años, se ha formado una nueva capa social flotante, pendular, politiquera y zángana.

Viven del empoderamiento minúsculo que irradia el poder del gobierno y del Estado a través de sus tentáculos burocráticos y corruptos, es una capa social inerte, una masa que actúa como escaparate y escudo.

El derrotero de Latinoamérica es oscuro y sin un proyecto sustentable. La piedra de Sísifo rueda eternamente.

El autor es comunicador social

QOSHE - Latinoamérica, el fin del realismo mágico - Ruddy Orellana V.
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Latinoamérica, el fin del realismo mágico

13 0
11.04.2024

“¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido”, cavilaba Dorotea en “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo.

Juan Preciado se encuentra ante un pueblo deshabitado, lleno de fantasmas, con olor a muerte que, al final, provoca la suya producto del terror y del desconcierto. Comala podría ser la nada, pero también todo. Un lugar irreal pero terriblemente real, donde habitan muertos vivientes, devorados, día a día, por la desilusión. Un pueblo que muere por sí mismo y que no lo mata nadie. Un lugar que se deja ir, se deja morir.

La desilusión, una palabra que suena fuerte al pronunciarla, pero más al sentirla y ser parte de su nacimiento y de su irremediable azote.

Latinoamérica sufre su silencio y un abandono desde hace muchas décadas. Un vacío de liderazgo y de esperanza carcome sus estructuras, día a día, año a año.

Su sitial político en este mundo ancho y ajeno no está equiparado con la ventura. Su desventura está en su clase política desclasada que tira siempre hacia lo delictivo, hacia la delincuencial. Ruines y pillos que lo pudren todo, incluso el incipiente nacimiento de lo ético y transparente.

Como una peste negra, la politiquería del pasado y del presente ha atacado sin medida ni clemencia en este resto del mundo.

Latinoamérica ha tenido que soportar (y todavía lo hace) a autócratas, caudillos, jefes, mandamases, dictadorzuelos, tiranos y miserables delincuentes de cuello blanco y negro. Todo bajo la consigna de equidad y lucha de clases. Al final siempre queda la acción inclaudicable de usurpar, degradar y de hacer........

© Los Tiempos


Get it on Google Play