Lluis Canut

Más allá de las trescientas cincuenta entradas de aforo de que dispone la zona visitante en el estadio Lluís Companys, absolutamente agotadas, más otras cincuenta de deferencia para satisfacer compromisos especiales, nadie es capaz de adivinar la cifra aproximada de seguidores del Girona que presenciarán el partido de esta noche en terreno blaugrana. Entre los que dispondrán de carnets prestados de algún amigo culé, o los que son abonados a ambos clubs, permitirá que a pesar de jugarse en las mismas malas condiciones horarias de las del pasado domingo contra el Atlético de Madrid, se vaya a registrar la peor entrada de la temporada.

Las 34.568 localidades ocupadas, ocho mil por debajo de la media de la temporada, que se registraron con la visita de los colchoneros, ni tan solo supieron aprovechar la tarifa plana de treinta euros por cada localidad de la zona visitante pactada por trece de los veinte clubs de la Liga. Una rebaja que no compensaba, por otra parte, el elevado coste del resto de entradas en venta, que oscilaban entre los doscientos veinte y los noventa euros. Casi nada.

Pero los que viven en la zozobra son los tour operadores, que soportan las mismas exigencias de los mejores tiempos, cuando presenciar un partido del Barça de Lionel Messi se convirtió durante década y media en uno de los mejores reclamos turísticos de la Ciudad Condal. La presencia de ‘guiris’ en las gradas del santuario barcelonista, salpicada de miles de barcelonistas por un día, ataviados de vestimenta blaugrana y entonando en un catalán más que correcto las estrofas del himno del club, forman parte del recuerdo con el obligado éxodo a la montaña olímpica. Ayer mismo quedaba mucho papel por vender entre los operadores, dispuestos a rebajar a la mitad del coste inicial el precio de unas entradas que queman en sus manos más que el seis doble en una partida de dominó.

Era una semana propicia, en la que se podían sumar cinco días festivos si se aprovechaba el puente del jueves entre la Constitución y la Purísima. Pero desde la Liga, con o sin Javier Tebas de presidente, alguien con poco sentido común se cubrió de gloria programando el partido de la jornada dieciséis en el peor de los escenarios posibles, domingo a las 21:00. Un horario en que se prioriza más la comodidad del aficionado de presenciar el encuentro desde el sofá de casa que la del valiente que desafía las inclemencias climatológicas y un horario de retorno a casa que en nada se conjuga con las obligaciones laborales del lunes por la mañana.

Sin embargo, el drama de asistir a un partido en Montjuïc, o cualquiera de los macro conciertos que abarrotan el estadio olímpico en verano, son sus reducidos accesos, que obligan a los asistentes que se movilizan en su propio auto a estacionarlo en los aledaños de Plaça Espanya, extremadamente lejanos. En este lugar se juntan con los usuarios del transporte público, con lo que los buses lanzadera resultan de una capacidad insuficiente y provocan la deserción de más de la mitad de los abonados del Camp Nou que, a la espera de la futura reapertura fraccionada del nuevo coliseo azulgrana, se han tomado un comprensible largo año de excedencia