A los sitios hay que querer llegar, en ellos hay que poder mantenerse y de ellos hay que saber salir. Todo ello resulta de singular aplicación al avispero de la política y en este momento concreto a las tradiciones abertzales del país encarnadas en Iñigo Urkullu, a quien después de doce años como lehendakari Imanol Pradales sucederá como aspirante jeltzale, y en Arnaldo Otegi, que renuncia a liderar la lista de EH Bildu –cuando por primera vez desde la ilegalización de Batasuna en 2003 no pesa impedimento legal como eventual candidato– en el marco de una retirada progresiva del foco aunque siga como coordinador de la coalición. Cambio de época para Euskadi.

Urkullu cerrará su fértil ciclo con fuerzas como para haber afrontado una cuarta legislatura que rematar rondando los 67 años y tras forjar un sello presidencial basado en el rigor y el equilibrio. Un estilo que constituirá su mejor legado para el futuro próximo junto con las cuatro leyes clave recién aprobadas o ya encauzadas (salud pública, educación, empleo y transición energética) y los tres traspasos a cerrar para este marzo (en materia ferroviaria, de títulos y estudios extranjeros, más inmigración). Lo cierto es que, ponderando el balance socioeconómico de Urkullu por encima de crisis de toda índole, el EBB ha puesto unas luces más largas y ha priorizado la renovación generacional para, mediante una mejor conexión con la sociedad en su conjunto, preservar el poder como útil de progreso colectivo desde el autogobierno pleno y con vocación de perdurabilidad. Pradales se revela como una versión actualizada de aquel primer lehendakari Urkullu de 51 años solo que con 48, así que de igualar el registro de tres legislaturas en Lakua culminaría la última sin llegar a la edad de jubilación.

Otegi aspira a que, como mucho, no pase de la primera. Pues, a la vista de la solidez de la entente institucional PNV-PSE y del rechazo de Eneko Andueza a una alianza estructural con EH Bildu, esta coalición centra sus expectativas para 2024 en consolidar el alza de los comicios forales y municipales –reforzado en los estatales– con el sueño de erigirse en la sigla más votada a lomos también de la caída de la izquierda clásica. La Lehendakaritza figura más propiamente como su objetivo en el horizonte 2028, en la confianza de recoger íntegro el fruto de su actual pragmatismo político también en Madrid para creciente aproximación al PSOE, mientras el discurrir inexorable del calendario aleja la sombra de ETA y les acerca a la juventud ajena a las décadas de plomo.

El cambio de época en Euskadi, aquilatado asimismo por los nuevos candidatos a lehendakari de PSE (Andueza) y PP (De Andrés), se inserta en una época de cambios a partir de la triple transición en marcha: social, en aras a la cohesión ciudadana; digital, para una transformación tecnológica inclusiva; y ecológica, desde la responsabilidad en la producción y el consumo. Y todo en cumplimiento de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, desafíos globales que precisan de liderazgos solventes y ejemplificantes.