Inscripciones nominativas en el monumento de “Navarra a sus muertos en la Cruzada” (ocultas), placas en memoria de asesinados por ETA en la parte superior de barras verticales donde cayeron abatidos, chapas a pie de calle juntos a los portales donde vivieron víctimas del golpe franquista, y, lo más reciente, adoquines chapeados en rojo en su parte superior e iluminados con la identidad de muertos en el encierro. Memoria histórica por doquier. Al gusto. Desde el grandilocuente Monumento a los Caídos –el segundo más grande de la Dictadura– hasta la humildad de las placas de víctimas de los golpistas. La Federación de Peñas financió hace una década un poste del encierro, en acero, realizado por alumnos del Instituto de Formación Profesional de Tafalla. Con una mención genérica a los muertos en el encierro –habidos y por haber–, el escudo de la propia Federación, el del Ayuntamiento de Pamplona y los de las Peñas sanfermineras. Se ubica en segunda línea de vallado junto a la oficina de Turismo. Lo guarda la Casa de Misericordia. Le habría sabido a poco a la alcaldesa Ibarrola porque la víspera de su salida se apresuró a colocar un adoquín por cada uno de los muertos en el encierro en punto aproximado al respectivo percance mortal. No fuera a salir Asiron o alguno de Bildu a hacerse la foto con una idea de su cosecha. Iniciativa sin consulta a la Mesa del Encierro ni información a las familias. La cita inaugural ante los medios sirvió para explayarse en descalificaciones hacia el Partido Socialista. Digamos que con el cemento de las juntas aún fresco, Cristina se acordó de los muertos. De los del encierro y, en lenguaje coloquial metafórico, de los del partido facilitador de su desalojo. El origen del encierro, ponerse a correr delante de los astados conducidos a la plaza de toros, fue espontáneo como tantas otras expresiones de nuestros Sanfermines. Un acto voluntario. Anónimo. La notoriedad y la competitividad lo malean. Del todo.