¿Qué podemos hacer con 184.610 euros? Hacer una lista con todos los países que queremos conocer, comprar un lápiz para irlos tachando y un mapamundi que atravesaremos con chinchetas para construir nuestro camino de baldosas amarillas. Invitar a las amigas y a los amigos y a la familia a tomar el vermú, a comer, cenar, salir, a muchas cosas muchas veces. Adquirir un estudio urbano de cuarenta metros cuadrados, o un piso rural de un tamaño suficiente para no atentar contra la salud de quien padezca claustrofobia. Donar lo que consideremos a alguna organización en cuya capacidad de resolver problemas confiemos. Ocupar butacas confortables en salas de cine y de teatro cada semana y dejarnos absorber por la pantalla gigante y el dolby surround, por las voces, la iluminación, la dramaturgia. Invertirlos en un proyecto personal, el arranque de un negocio, un cambio de vida. Desnudarnos bajo las manos del mejor masajista de la ciudad cada viernes. Y cada martes.

¿Qué podemos hacer también con 184.610 euros? Nada. Esta es la opción que eligió una mujer estadounidense cuando encontró su primer trabajo a los 23 años recién concluida su formación universitaria. Lo habréis leído esta semana. Decidió ahorrar el 75% de los sesenta mil euros que ganaba al año. Toda esta frase, el porcentaje, la cantidad y el periodo de tiempo, aquí es simplemente ciencia ficción. No se me ocurre en qué empresa pudo darse esa epifanía. En cualquier caso, Gwen Merz decidió recortar al máximo su vida social. Ni vermús, ni comidas, ni cenas, ni viajes, ni cine, ni teatro, ni amigas, ni compañeros de trabajo, ni amantes, ni parejas. Nada. Ahorró 184.610 euros, doscientos mil dólares, en cuatro años. Le hicieron falta algunos más para darse cuenta de que perdió vida. Asegura que se sentía miserable y que todas sus relaciones, personales y laborales, se resintieron. Lo que no podemos ahorrarnos es vivir. Como le gusta repetir a mi madre, esta mujer sabia, generosa y vital a la que adoro, día que pasa, no vuelve atrás.