Una boca. Un cuello. Una curva. Un cuerpo. Un Jaguar. Un Cartier. Una cuenta en Bahrein. Posición social. Prestigio. Lo ajeno. Lo que no tenemos. A cada cual nos pone lo que nos pone. El deseo mueve montañas, desplaza ciudades, las construye en medio de un desierto, las erige sobre el mar. Nos hace arder, volar, temblar, quemarnos, equivocarnos. Acertar. Genera vida, la destruye. Es el motor. ¿Qué estarías dispuesto a hacer por sentirlo de nuevo? ¿Te da miedo dejarte arrastrar? ¿Prefieres la serenidad, el confort, el control, la calma? ¿Se puede ser casa y objeto de deseo a la vez? ¿Cuidar y desear a la misma persona? ¿Puede ejercer el deseo de corredor de fondo? ¿O sólo funciona en los 100 metros? Hay una filósofa que ha desenfundado el bisturí y con él ha abierto la carne de las relaciones y después ha introducido el dedo en esa grieta palpitante. “Cuando cuidamos mucho al otro deserotizamos el vínculo”. Dice ella. Amamos a costa del deseo y deseamos a costa del amor. Insiste.

Ella es argentina y se llama Florencia Abadi. Y provoca. Provoca revisión, desnudarse mentalmente y sumergirse en el lago que habéis llenado tu pareja y tú para averiguar qué ocurre ahí abajo, en la profundidad abisal. Siempre hay una lucha soterrada entre dos, aunque se envuelva de amor, de complicidad, de respeto. Existe una batalla que se libra en gestos pequeños, una palabra, un cambio de tono, una mirada. Un grito, un comentario afilado, el desprecio. Cuando existe cierta rivalidad quizá haya más espacio para el deseo. Aunque tratemos de domesticarlo, de dulcificarlo y hacerlo amable, cariñoso y seguro el sexo es también una pelea, una lucha entre dos animales. Esta mujer filósofa y argentina cree que hay esperanza, que amor y deseo pueden convivir entre dos que han llenado un lago muy hondo, aunque lo hagan en conflicto. Y que si consiguen convertir la rivalidad en admiración ahí va a haber algo que funcione. ¿Con quién puedes hacer mejor equipo que con un rival? Pregunta.