Sentarse en el sofá para disfrutar de una película y dedicarle hora y media. No a verla sino a decidir qué ver. Clásicos contemporáneos. Esto, siendo dos. Si le añades hijos pequeños, sobrinos adolescentes, hermanos, cuñadas, abuelas… No llegas a ver el título en pantalla. Yo quiero algo de terror. ¡¡El Resplandor!! ¿Está bien, tía? Muy, pero no vas a dormir hasta marzo. ¡Ponla! Con 9 años tú no puedes, cariño. ¿Ellos sí y yo no? Claro. ¿Qué es eso del resplandor? Una peli, abuela. Pues entonces It o The Ring. Estamos en lo mismo. ¿El Grinch? Menuda mierda. ¡Una de los Avengers! Buah, chaval. ¿Qué son los avenller? El debate tiende a n. Es infinito. Todo parecía indicar que no lo conseguiríamos ni una sola noche de esta semana navideña extra. Pero hemos dinamitado el cálculo de probabilidad y nos hemos graduado en Mediación en Conflictos. Somos profesionales. Hemos perdido a algunos miembros por el camino, sí, pero tres generaciones diversas hemos conquistado la gloria inesperada de sentarnos en el sofá para disfrutar con una misma actividad durante 90 minutos. Paranormal. No sabemos cuánto durará. En este útero materno que es la casa del pueblo hemos apagado hasta la hilera de leds del abeto, hemos silenciado el murmullo circular del lavavajillas ahí al fondo y hemos sido uno. El lunes nos reímos con una comedia española elegida por mi hijo, Mamá o papá. El martes mi cuñado y yo convencimos para ver el Drácula de Bram Stoker, esa maravilla que lo contiene casi todo, suspense, terror, acción, romanticismo, western... Recordé por qué en su estreno pagué dos días consecutivos la entrada de cine para verla. El jueves mi sobrina eligió El silencio de los corderos. Clarice Starling temblando decidida pistola en mano observada a través de las gafas de visión nocturna de Buffalo Bill. Los ojos de Hannibal Lecter. De nuevo clásicos contemporáneos.

Por un año de negociaciones, de acuerdos y de buenas historias, las que nos ocurran y las que se nos ocurran. Urte berri on!