Iris es irlandesa, sagaz, descendiente de granjeros del Ulster y de una madre aficionada a cantar ópera por el pasillo de una casa de Phibsborough. Es certera, filósofa y escritora quirúrgica, disecciona la moralidad, el sexo, la violencia y después los sobrevuela. Su inteligencia destella como los ojos de una serpiente. Se apellida Murdoch y aunque el Alzheimer acabó con ella su siguiente disparo desde la tumba nos alcanzará en pocos meses. Hay quienes la consideran “la mujer más brillante de Gran Bretaña”. No sé qué pensarían de esta aseveración Isabel II, Margaret Thatcher o Tracey Emin. Yo no soy nadie para contradecirla.

Iris es una flor que juega con una combinación de complementarios infalible, morado y verde, salpicados los pétalos de motas amarillas como si alguien estuviera comiendo con descuido un tartar acompañado de mostaza sobre un ramo que mantuviera bien apretado entre los muslos. Si nos empeñamos en adjudicar un simbolismo a las flores diremos que esta representa la esperanza porque hubo una diosa que se llamaba Iris cuya función consistía en hacer llegar los mensajes de los dioses a los mortales y ya se sabe que en la espera de noticias anida siempre la esperanza.

Iris es algo que nos hace únicos. La combinación y disposición de colores que rodean la pupila y emiten su magnetismo refugiados tras la córnea nos identifica con la misma exactitud implacable que nuestra huella dactilar. Como el futuro ya está aquí muchas empresas han implantado su lectura digital para identificar a sus empleados en el acceso a las instalaciones o a dependencias concretas. El iris y la huella no son los únicos en ofrecer certeza. Los rasgos de cada rostro también. Vueling es la primera aerolínea que ha implementado el reconocimiento facial en los aeropuertos. Barcelona, Madrid, Baleares y, en breve, Canarias. Adiós DNI y tarjeta de embarque. Hay a quien le resulta violento. Brillante. Invasivo. Hay quien ha recibido este mensaje de los dioses con la esperanza de agilizar trámites. De momento, es optativo.