El 10 de diciembre se conmemoró el 75 aniversario de aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Más de siete décadas del compromiso de los estados miembros de la ONU de reconocer la dignidad intrínseca de todos los seres humanos sin exclusión alguna y que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base ese reconocimiento.

El horror de los crímenes del nazismo contra el pueblo judío hicieron posible que los estados, más allá de sus diferencias ideológicas, culturales, religiosas o de otra índole, adopten principios y normas contenidos en la Declaración Universal como guías de sus acciones futuras y así evitar la repetición de actos aberrantes que mostraron hasta dónde es capaz de llegar el ser humano impulsado por el odio y el fanatismo.

En los 75 años en el mundo se dieron importantes pasos de carácter normativo e institucional; se crearon organismos internacionales y nacionales de promoción y protección de DD.HH. Pero la humanidad hoy continúa enfrentando situaciones que superan con creces el número de víctimas de los campos de concentración y la persecución del nazismo y el fascismo del siglo pasado; a las guerras entre Rusia y Ucrania o Israel y Palestina se suman las guerras internas Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria, Siria y el Congo demostrando que, ante la ambición económica de poderosos estados impulsores de las guerras internas e internacionales, no hay norma internacional que valga ni institución capaz de frenar la avidez por ampliar territorios y explotar los recursos naturales que poseen esos pueblos. Pequeños grupos de poder son los que alimentan los conflictos para su beneficio; proveen armas, indistintamente a unos y otros, provocando baños de sangre y el éxodo de millones de seres humanos.

Bolivia, un país con un extenso territorio, recursos naturales y reducida población no halla el camino para asegurar a todos sus habitantes una vida digna, con respeto a sus derechos humanos y las instituciones democráticas. Nos hallamos enfrascados en pugnas políticas grotescas que únicamente buscan asegurar los privilegios para unos cuantos en detrimento de la mayoría. El poder político abusivo, en cerca de dos décadas de ejercicio, ha cooptado y sometido a todas las instituciones públicas, incluida la justicia; ha sembrado el miedo que nos paraliza y nos hace incapaces de reaccionar ante los vejámenes y la tortura explícita a privados de libertad por causas políticas y nos induce a la convicción de que los Derechos Humanos son solo para algunos humanos.

DE FRENTE

JULIETA MONTAÑO S.

Abogada, feminista, defensora de DDHH

julietamontañ[email protected]