29/02/202429/02/2024 Varias personas observan los fuegos artificiales durante la primera mascletà madrileña, en el Puente del Rey de Madrid Río, a 18 de febrero de 2024, en Madrid (España).- Fernando Sánchez / Europa Press

Han pasado ya casi un par de semanas desde que en Madrid tuvo lugar una enorme mascletá sobre el río Manzanares. Si alguien hubiera apostado a que alguna vez, en la historia del columnismo, se abriría un texto así, probablemente hubiera sido tomado por necio, ebrio o confundido. Sobre la pertinencia cultural de tal cosa, encender 300 kilos de pólvora para disfrutar del estruendo, no me pronuncio; aborrezco esos pandemonios de ruido, pero entiendo que en su contexto, en Valencia, es algo importante que constituye parte de la identidad de un pueblo. Lo que una no conoce, ni le ha sido explicado por quien lo ama, tiende a verlo con extrañeza. Dejemos una prudente distancia de cortesía a falta de ilustración en el voluptuoso mundo de la pirotecnia. Ojalá la misma entre ella y los animales y sus espacios naturales, sea en la ciudad que sea.

La cuestión no es juzgar la hondura cultural de una mascletá, sino la ubicación, la pertinencia y el gesto político autoritario que supuso la del 18 de febrero junto al Manzanares. El Madrid del Partido Popular, el de Ayuso y Almeida, es una lámpara de moscones fea, un decorado torpe y desconchado como de capilla de casino de Reno; una ciudad que ni siquiera es el valle inquietante de sí misma, sino su versión animatrónica barata. Un lugar del todo poseído por el espíritu de Cortilandia, en el que los árboles se sustituyen por extensiones de hormigón, pantallas extrañas, cuchitriles a precio de antimateria y mucha, mucha cartelería.

El paraíso neoliberal madrileño se fundamenta en tiendas de gofres con forma de polla que se arruinan y son sustituidas por puestos de imaginativos e incomibles churros aderezados, que también se arruinan, y entre unos y otros hacen girar la rueda del emprendimiento basura, adelgazando cada vez que lo hace, los maltrechos cimientos identitarios y culturales de esta ciudad, y sobre todo su gracia.

Isabel Díaz Ayuso ha impuesto ese estilo suyo burlón y desdeñoso, ayudada por el centralismo insoportable de los medios de comunicación. Como imagen de lo madrileño, Almeida lo intenta, pero no llega a ninguna parte y lo paga pisando la hierba y descabezando hormigas como un niño cruel llamado la atención de su madre, en este caso, incendiando la ciudad como un neroncillo cerril. La cosa es que esto se ha exportado como si hubiese estado en Madrid siempre, como si las vecinas y vecinos de la ciudad estuviesen creados a imagen y semejanza de sus líderes políticos, o viceversa, y eso no es así, ni siquiera quienes les votan se les parecen tanto, o no todos.

La gente de Vallecas quiere parques, atención primaria de calidad, transporte público y vivienda asequible; también la de Carabanchel, Aluche, Moratalaz, Vicálvaro, Villaverde, San Blas, Canillejas, Lavapiés, Embajadores o Ciudad Lineal. Las callejuelas que flanquean la Gran Vía fueron una vez barrios obreros, con sus problemas, sus violencias y desatenciones, pero habitables para sus vecinas. Existe aún un Madrid simpático, cálido y callejero que se resiste a estos fangos de naderías y es imperativo recordarlo, homenajearlo y visibilizarlo. Es un Madrid ninguneado, burlado, que pierde fuerza y está siendo devorado vivo a dentelladas de terracita, Inditex, Airbnb y espectáculos grotescos como una inmensa fila de petardos que no le interesa a nadie, excepto a quien se los haya vendido al consistorio.

Dolernos por nuestro río, humilde y carente de las anchuras viejas de los grandes torrentes europeos, pero recuperado y nuestro, dolernos por las aves que lo habitan, por las vecinas que pasean junto a él, por los árboles perdidos, dolernos por nuestra tierra, no es centralismo, es dignidad. No querer ser confundidas con quienes nos están arrebatando el aire, franquiciando mascletás y humillándonos día sí y día también, es obligatorio. Ni todo el estrépito de trescientos kilos de pólvora estallando puede sobreponerse al zumbido de fondo, por ejemplo, de la Cañada Real sin electricidad desde hace años, y si lo hace, toda pólvora es poca pero está mal colocada.

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Una ciudad en llamas

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29.02.2024

29/02/202429/02/2024 Varias personas observan los fuegos artificiales durante la primera mascletà madrileña, en el Puente del Rey de Madrid Río, a 18 de febrero de 2024, en Madrid (España).- Fernando Sánchez / Europa Press

Han pasado ya casi un par de semanas desde que en Madrid tuvo lugar una enorme mascletá sobre el río Manzanares. Si alguien hubiera apostado a que alguna vez, en la historia del columnismo, se abriría un texto así, probablemente hubiera sido tomado por necio, ebrio o confundido. Sobre la pertinencia cultural de tal cosa, encender 300 kilos de pólvora para disfrutar del estruendo, no me pronuncio; aborrezco esos pandemonios de ruido, pero entiendo que en su contexto, en Valencia, es algo importante que constituye parte de la identidad de un pueblo. Lo que una no conoce, ni le ha sido explicado por quien lo ama, tiende a verlo con extrañeza. Dejemos una prudente distancia de cortesía a falta de ilustración en el voluptuoso mundo de la pirotecnia. Ojalá la misma entre ella y los animales y sus espacios naturales, sea en la ciudad que sea.

La cuestión no es juzgar la hondura cultural de una mascletá, sino la ubicación, la pertinencia y el gesto político autoritario que supuso la del 18 de febrero junto al........

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