marzo 27, 2024 El expresidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, atiende a los medios.- Juan Manuel Serrano Arce / Europa Press

En el barrio de Arganzuela, en Madrid, hay una biblioteca enorme -el Archivo Regional de Madrid- que lleva el nombre de Joaquín Leguina. Por lo visto, entre la multitud de novelistas, poetas, científicos, músicos o artistas que lo merecían, no había nadie, vivo o muerto, más indicado que Leguina para bautizar el mamotreto. En España somos un poco raros con nuestros símbolos, de manera que después de convivir durante cuatro décadas con la jeta de Franco husmeando en nuestros bolsillos -estampada en cada peseta-, decidimos sustituirla, para variar, por la jeta del rey Juan Carlos. Vete a saber si la próxima vez no ponemos la de José María el Tempranillo, la de Luis Candelas o la de José Luis Moreno.

El caso es que, al enterarme de que la biblioteca Joaquín Leguina se había levantado sobre una antigua fábrica de cerveza, pensé que el nombre estaba muy bien puesto, aunque tal vez deberían haber dejado intacta la fábrica de cerveza. Creo que en la fachada del edificio todavía permanecen los azulejos dedicados la marca -El águila- y a su función original cervecera, porque en España, apenas arañas un poco la chapa y pintura del presente, aparecen los restos del pasado: una mezquita, una cuneta, una Dirección General de Seguridad, una cueva prehistórica. Este es un país de rasca y gana. A veces basta rascar apenas el currículum de un demócrata de toda la vida, como Manuel Fraga, y te sale un franquista de tomo y lomo, aunque otras veces rascas el de un franquista último modelo y te sale Ramón Tamames.

Si bien la de Leguina no ha sido una metamorfosis tan brusca ni tan extrema como la de Tamames -del comunismo a Vox en dos saltos de trampolín-, nadie puede decir que no estuviera advertido de la mudanza. En el PSOE hay un montón de desencantados de ese psocialismo facilón que hizo la reconversión industrial, el canibalismo sindical y el mariocondismo económico para cambiar el país de arriba abajo en un par de décadas y al final dejarlo casi como estaba. Ya he dicho más de una vez que, desde que empezaron a caérsele siglas, el PSOE se ha convertido en el PE, una variante del PP que repite aquel viejo chiste de Pajares sobre Adolfo Suárez: un boxeador que amaga con la izquierda para pegarte siempre con la derecha.

A petición de sus nuevos compañeros de viaje, Leguina ha aceptado el puesto de consejero de la Cámara de Cuentas de la Comunidad de Madrid sin saber muy bien en qué consiste el cargo, aparte de cobrar cien mil euros anuales a tocateja. Dice que empezó siendo el primer presidente de la Comunidad de Madrid y que no quiere morir lejos de las ubres públicas. Pese a que Aguirre, González o Cifuentes terminaron protagonizando las páginas de sucesos, Leguina nunca ha criticado a sus sucesores en el cargo, hasta el punto de que ha salido a defender a la presidenta Ayuso de las injustas publicaciones sobre el enriquecimiento súbito de sus familiares y pareja en mitad de una pandemia atroz. Un águila perspicaz, un Quijote enloquecido por demasiadas lecturas, que por algo le han dedicado una biblioteca con olor a cerveza.

El PP de Ayuso coloca al expresidente socialista Joaquín Leguina en la Cámara de Cuentas por 100.000 euros al año


Al igual que a Felipe González y a José Mari Aznar ya no hay dios que los distinga -lo de que Pinochet respetaba los derechos humanos más que Maduro puede acabar de pregunta del Trivial-, Leguina ha entrado finalmente al servicio del PP a sueldo completo. No iban a dejarlo en la estacada después de que el PSOE lo expulsara a las tinieblas exteriores por pedir el voto para Ayuso. Lo que no se entiende es que Felipe tenga todavía el carné y siga cortando el bacalao cuando también le consagraron una biblioteca en Sevilla. Quién iba a sospechar que la Transición era esto.

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27.03.2024

marzo 27, 2024 El expresidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, atiende a los medios.- Juan Manuel Serrano Arce / Europa Press

En el barrio de Arganzuela, en Madrid, hay una biblioteca enorme -el Archivo Regional de Madrid- que lleva el nombre de Joaquín Leguina. Por lo visto, entre la multitud de novelistas, poetas, científicos, músicos o artistas que lo merecían, no había nadie, vivo o muerto, más indicado que Leguina para bautizar el mamotreto. En España somos un poco raros con nuestros símbolos, de manera que después de convivir durante cuatro décadas con la jeta de Franco husmeando en nuestros bolsillos -estampada en cada peseta-, decidimos sustituirla, para variar, por la jeta del rey Juan Carlos. Vete a saber si la próxima vez no ponemos la de José María el Tempranillo, la de Luis Candelas o la de José Luis Moreno.

El caso es que, al enterarme de que la biblioteca Joaquín Leguina se había levantado sobre una antigua fábrica de cerveza, pensé que el nombre estaba muy bien puesto, aunque tal vez deberían haber dejado intacta la fábrica de cerveza. Creo que en la fachada del edificio todavía permanecen los azulejos dedicados la marca -El águila- y a su función original........

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