07/03/202406/03/2024 Fotograma de 'Bienvenido, Mr Marshall' de Luis García Berlanga

En un viejo relato de Augusto Monterroso, un infeliz llamado Mr. Percy Taylor abandona Boston sin un chavo en los bolsillos para adentrarse en la selva amazónica y convivir con una tribu originaria. Al principio los nativos lo toman por el pito de un sereno y le adjudican una reputación de gringo pobretón y desdichado. Todo cambia el día en que un desconocido le regala una cabeza humana, un cráneo reducido con su buen bigote y sus buenas barbas, todo un amuleto que Mr. Taylor decide remitir por correo a su tío Mr. Rolston. El tío, vecino de Nueva York, se siente tan fascinado con el obsequio que le pide a su sobrino cinco, diez, veinte cabezas más. Mr. Taylor sospecha que alguien se está lucrando a su costa.

Mr. Rolston y Mr. Taylor, por su puesto, se alían en la exportación de cabezas nativas con el beneplácito de las autoridades locales. El caso es que la demanda crece, las cabezas escasean y las autoridades buscan la forma más expeditiva de aumentar la mortalidad. Las leyes se endurecen y las faltas más inocentes se castigan con la horca. Fallecer es un acto de patriotismo y no hay médicos más valorados que aquellos que nunca curan. La industria de los ataúdes sube como la espuma. La economía del país despunta sin límite aparente. Pero llega un día en que no quedan más nativos que los políticos y los periodistas, así que no hay otro remedio que declarar la guerra a las tribus vecinas.

Con esta fábula de apariencia infantil y giros hilarantes, Monterroso denunciaba la expansión colonial de la United Fruit Company y señalaba a Estados Unidos y a la CIA, que por entonces habían desplegado sus artes conspirativas contra el gobierno de Guatemala. Al presidente Harry Truman no debió de agradarle la victoria electoral de Jacobo Árbenz, tampoco su reforma agraria, de modo que auspició un golpe de estado y reemplazó al presidente democrático por un matarife de su confianza. Todo en nombre del anticomunismo. A modo de secuela, el país terminó sumergido en una guerra sin fin con un rastro aproximado de doscientos mil cadáveres. La ONU lo llamó genocidio.

Tanto en la literatura como en la cultura popular, abundan las alegorías que tratan de explicar el misterio de la riqueza. Por lo visto, el abogado estadounidense Silas H. Strawn ya recurría en los años treinta a la vieja analogía de las vacas para justificar sus preferencias por el Partido Republicano. Capitalismo: si tienes dos vacas, vendes una y compras un toro. Socialismo: si tienes dos vacas, el Gobierno te quita una y se la da a tu vecino. Ahora que el capitalismo campa ya sin freno y el socialismo nos parece un posibilidad remota, el chiste de las vacas suena más bien irónico. Si respetamos el paralelismo, Oxfam diría que un 1% de los ricos ha acaparado el doble de vacas y de toros que el resto de la población mundial en apenas dos años.

La guerra de Ucrania apuntala a Putin en el poder y garantiza su victoria en las elecciones presidenciales rusas


Las metáforas ganaderas han envejecido peor que la obra de Monterroso. Y quien dice Mr. Taylor, dice también Mr. Marshall. Poco antes de que Árbenz concurriera a las elecciones guatemaltecas, el Gobierno de Harry Truman había ofrecido sus fondos de reconstrucción a todos los países europeos excepto a la dictadura franquista. En medio de la Guerra Fría, Franco vendió baratas sus simpatías estadounidenses y los Pactos de Madrid terminaron por convertir a España en una colonia militar de Washington. En Bienvenido Mr. Marshall, Luis García Berlanga satiriza la humillación de un régimen que había ganado la guerra civil pero había perdido la Segunda Guerra Mundial sin llegar plenamente a combatir en ella.

Mr. Taylor y Mr. Marshall encajarían sin esfuerzo en episodios más recientes como la guerra de Ucrania. Hace ahora diez años, Occidente alentó los disturbios del Euromaidán y bendijo la deposición violenta del presidente Víktor Yanukóvich. Ahora, en el segundo aniversario de la invasión rusa, nos dicen que el capital internacional es insuficiente para paliar la bancarrota de Ucrania y garantizar la integridad del territorio. En los primeros meses de 2022 se exploró la oportunidad de sellar un alto el fuego, pero triunfó el hambre de guerra. Según el diario Ukrainska Pravda, Boris Johnson se plantó en Kiev para decir en nombre de Occidente que había que disolver las negociaciones porque Putin se encontraba debilitado. Johnson cayó. Putin sigue en pie.

Ahora Occidente redobla los tambores de guerra y Macron llama a levantar las armas europeas contra Rusia. El relato de Mr. Taylor nos dice que la guerra, mejor en terceros países, es un negocio boyante que permite hacer prosperar otros negocios boyantes: crecen las unanimidades sociales, crecen las leyes represivas, crece la industria militar y crece también la fabricación de ataúdes. Por su parte, la película de Mr. Marshall nos dice que esos terceros países, patio trasero de las potencias imperiales, terminan abandonados a su suerte, avasallados, explotados y comprados a precio de saldo. Somos sus bases militares, sus marionetas políticas, sus depósitos de cadáveres.

Europa aprovecha la guerra de Ucrania y la tensión con Rusia para impulsar su industria militar


Si queremos que el comercio de cabezas reducidas cuaje, no conviene escatimar en pretextos y dobles raseros. En junio de 2022, bajo la euforia de las sanciones contra Rusia, Ursula von der Leyen viajó a Jersualén para anunciar un acuerdo de compraventa de gas con Israel. Ahora que Netanyahu ha convertido la franja de Gaza en un cementerio, las autoridades occidentales miran hacia otro lado y silban con disimulo o apoyan decididamente a Israel y le piden cinco, diez, veinte cabezas palestinas más para que el negocio de la muerte nunca se detenga. Al fondo, un sector de la grada aplaude y agita banderitas. Genocidas, os recibimos con alegría.

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En un viejo relato de Augusto Monterroso, un infeliz llamado Mr. Percy Taylor abandona Boston sin un chavo en los bolsillos para adentrarse en la selva amazónica y convivir con una tribu originaria. Al principio los nativos lo toman por el pito de un sereno y le adjudican una reputación de gringo pobretón y desdichado. Todo cambia el día en que un desconocido le regala una cabeza humana, un cráneo reducido con su buen bigote y sus buenas barbas, todo un amuleto que Mr. Taylor decide remitir por correo a su tío Mr. Rolston. El tío, vecino de Nueva York, se siente tan fascinado con el obsequio que le pide a su sobrino cinco, diez, veinte cabezas más. Mr. Taylor sospecha que alguien se está lucrando a su costa.

Mr. Rolston y Mr. Taylor, por su puesto, se alían en la exportación de cabezas nativas con el beneplácito de las autoridades locales. El caso es que la demanda crece, las cabezas escasean y las autoridades buscan la forma más expeditiva de aumentar la mortalidad. Las leyes se endurecen y las faltas más inocentes se castigan con la horca. Fallecer es un acto de patriotismo y no hay médicos más valorados que aquellos que nunca curan. La industria de los ataúdes sube como la espuma. La economía del país despunta sin límite aparente. Pero llega un día en que no quedan más nativos que los políticos y los periodistas, así que no hay otro remedio que declarar la guerra a las tribus vecinas.

Con esta fábula de apariencia infantil y giros hilarantes, Monterroso denunciaba la expansión colonial de la United Fruit Company y señalaba a Estados Unidos y a la CIA, que por entonces habían desplegado sus artes........

© Público


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