02/02/202402/02/2024 En manifestante lanza un huevo dirigido a agentes de policía mientras los agricultores de Bélgica y otros países europeos usan sus tractores para bloquear el exterior del Parlamento Europeo, en Bruselas, mientras protestan por las presiones de precios, los impuestos y la regulación verde. REUTERS/ Yves Herman

Las protestas de los agricultores de estas últimas semanas están siendo la chispa que puede encender aún mayores movilizaciones desde otros sectores. Nadie puede obviar que, desde hace ya tiempo, las sociedades europeas viven en una tensa calma. Una tensión que se palpa pero que no termina de rasgar las frágiles costuras de unas democracias que llevan ya demasiado tiempo en crisis profunda.

La situación de incertidumbre y cambios, situación de interregno, de ese momento de cambio de época, por el que transita el mundo, y también Europa, es insoslayable: la covid-19 fue el punto de inflexión; la invasión rusa de Ucrania, determinante; y la inacción del Derecho Internacional ante las matanzas en Gaza, la constatación de que todo cambia y lo hace muy deprisa. Pero antes de que todo eso sucediera, ya vivíamos en lo que hace años Ramón Cotarelo explicaba en su libro Del Estado del bienestar al Estado del malestar (1987). La diferencia es que entonces nadie esperaba ver una crisis de las democracias como por la que se atraviesa en estos momentos. En aquel momento, Cotarelo enunciaba como la enorme crisis de legitimidad por la que pasaban los Estados no tenía correspondencia práctica con una crisis política a su altura. Pues bien, ahora dos de estas variables han cambiado. Las democracias liberales están en riesgo y la crisis de legitimidad está provocando una gigantesca crisis política que nadie parece poder evitar.

La movilización masiva de sectores productivos, históricamente esenciales, han precedido cambios profundos en allí dónde tenían lugar. Recuerden si no como la revuelta campesina de la Grand Peur dio paso a la Revolución Francesa, o como la movilización del campo consiguió parar la participación de la URSS en la I Guerra Mundial. Como es evidente, las movilizaciones agrarias nos son, desde luego, nada nuevo. No es difícil recordar distintos momentos de la historia reciente donde también se han visto tales movilizaciones. Lo realmente relevante de lo que se observa en estos días es que esas movilizaciones se están dando por toda la geografía del continente europeo. Eso es lo excepcional. Los agricultores de toda Europa están descontentos.

Las protestas de los últimos días son una más de una serie de protestas que llevan sucediendo desde el año 2023 por toda la UE. Primero en los países fronterizos con Ucrania, Polonia, Eslovaquia, Rumanía, Lituania; entonces las causas tenían que ver con el miedo a la mayor competitividad del cereal ucraniano. Después serían los tractores belgas, italianos y portugueses los que saldrían a las calles. También en Alemania y Países Bajos, y, por supuesto, en Francia se están dejando sentir sus demandas. Unas demandas que desde las calles también pasan a los parlamentos. En marzo de 2023, el descontento con la política climática y agrícola ayudó al Partido Agrario neerlandés a ganar las elecciones regionales en los Países Bajos, el segundo mayor exportador agrícola del mundo. Mientras que en Francia, la gran hacedora de la Política Agraria Común (PAC), los agricultores aunque conservadores, siempre han sido proeuropeos. Esto es lo que está cambiando en Europa.

La conjunción de varios factores que incluyen impuestos más altos al diésel, la exigibilidad de la reducción del uso de pesticidas, la limitación de las emisiones de nitrógeno y de gases de efecto invernadero, o la prolongación de los barbechos, junto con el rechazo a la firma de acuerdos de libre comercio con otras regiones del mundo (fundamentalmente Mercosur, pero también con Ucrania) han creado la tormenta perfecta de esta movilización.

Sería arriesgado afirmar con contundencia que estas movilizaciones favorecen a las extremas derechas, puesto que, como en todo este tipo de movimientos sociales, la transversalidad es un hecho. Y esto es algo de lo que todas las fuerzas del espectro político son conscientes. Sin embargo, el peso de este sector, fuertemente subsidiado, se convertirá a buen seguro en uno de los ejes de la campaña de las elecciones europeas, de la mano de la inmigración. Y ahí estarán las extremas derechas intentando capitalizar su apoyo contra los acuerdos de libre comercio, la inflación y las condiciones regulatorias del Pacto Verde europeo.

Esta presa no la van a dejar escapar. En Alemania, AfD ya ha comenzado a tomar posiciones, pero también Agrupación Nacional en Francia, e igualmente movimientos parecidos en Italia y Países Bajos. Seguro que algo similar también se verá en España. En un contexto como el actual, el miedo y la incertidumbre juegan a favor de los reaccionarios. Y la inmigración y el repliegue nacional son perfectos para alimentar a esos monstruos. La narrativa de que la UE pisotea los derechos de los agricultores ya ha comenzado. Así, el delfín de Le Pen, Jordan Bardella, culpa a la "Europa de Macron" de todos los males, incluidos los acuerdos de libre comercio, azuzando las posiciones más euroescépticas.

La reacción de las fuerzas convencionales está siendo la de la flexibilización de las medidas, poner fin a las exenciones fiscales sobre el diésel o la reducción del barbecho. Hay dudas de que eso pueda competir con la estrategia de los reaccionarios de europeizar el conflicto. Y todo ello en un contexto en el que todas las encuestas de intención de voto prevén un aumento importantísimo de las derechas radicales. Frente a esta agresiva propuesta, los partidos centrales apostarán por discursos matizados sobre la transición verde y justa y la necesidad de una Europa geopolítica y más militarizada. Francamente, no parece que esta vaya a ser la opción ganadora.

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02.02.2024

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Las protestas de los agricultores de estas últimas semanas están siendo la chispa que puede encender aún mayores movilizaciones desde otros sectores. Nadie puede obviar que, desde hace ya tiempo, las sociedades europeas viven en una tensa calma. Una tensión que se palpa pero que no termina de rasgar las frágiles costuras de unas democracias que llevan ya demasiado tiempo en crisis profunda.

La situación de incertidumbre y cambios, situación de interregno, de ese momento de cambio de época, por el que transita el mundo, y también Europa, es insoslayable: la covid-19 fue el punto de inflexión; la invasión rusa de Ucrania, determinante; y la inacción del Derecho Internacional ante las matanzas en Gaza, la constatación de que todo cambia y lo hace muy deprisa. Pero antes de que todo eso sucediera, ya vivíamos en lo que hace años Ramón Cotarelo explicaba en su libro Del Estado del bienestar al Estado del malestar (1987). La diferencia es que entonces nadie esperaba ver una crisis de las democracias como por la que se atraviesa en estos momentos. En aquel momento, Cotarelo enunciaba como la enorme crisis de legitimidad por la que pasaban los Estados no tenía correspondencia práctica con una crisis política a su altura. Pues bien, ahora dos de estas variables han cambiado. Las democracias liberales están en riesgo y........

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