25/11/202324/11/2023 Joan Subirats entrega cartera ministerial a Diana Morant. / A. Pérez Meca (Europa Press)
21/11/2023

Si las paredes de los ministerios hablaran, si los despachos contaran lo que ha ocurrido dentro de ellos. Ahora un conserje mueve los muebles, los devuelve a su lugar original. El nuevo ministro podrá colocarlo todo a su gusto, a su medida. El equipo que llegue tendrá que hacer de esos fríos pasillos, su hogar. Pasarán miles de horas ahí dentro.

Dos sofás en el recibidor, una mesa de cristal en el centro con alguna revista especializada. Más adelante, una sala donde se ubicaban los asesores políticos, jurídicos y de comunicación, el equipo de la anterior ministra. A la derecha, la puerta que da al gran despacho. Una zona con sofás para las reuniones. Las estanterías que estuvieron llenas de libros, ahora están vacías. La bandera de España, y la europea.

La mesa de trabajo, antes estaba repleta de dosieres y papeles perdidos, junto al ventanal. Tras él, se divisa el Museo del Prado desde el otro lado del Paseo, quizás; o el Paseo de la Castellana en Nuevos Ministerios; la calle Alcalá desde el señorial edificio de Hacienda que colinda con la Puerta del Sol...

Todos los ministerios tienen mucho en común. El aire funcionarial les da un regusto soviético. Las medidas de seguridad a la entrada dan sensación de aeropuerto. Las grandes proporciones de su arquitectura, en la mayoría de los casos, nos retrotrae al periodo franquista. Mesas de trabajo por los pasillos. Algunos uniformes pasados de moda.

La república es así, no es de nadie y es de todo el mundo. Al contrario que la monarquía, en la democracia la gente pasa por la cosa pública de forma temporal. El puesto perdura, las personas transcurren. La monarquía es una propiedad familiar, la cosa privada. La familia perdura en el puesto. "Hay ministros que se han pensado que el ministerio era suyo y que no llegaría el día en el que se tuvieran que marchar", susurrarían algunas paredes.

Si las paredes de los despachos ministeriales hablaran, nos contarían cómo se largó aquel ministro incluso antes de que terminara su mandato, cómo hacía semanas que el bufete estaba recogido y sus pertenencias aguardaban en cajas de cartón. O cómo hubo uno que una vez no tuvo tiempo ni de exponer sus novelas en las estanterías, pues duró una semana en el cargo tras destaparse un escándalo del pasado.

Una ministra socialista, cuentan las paredes, obligaba al servicio a usar cofia. Y no comprendía los chascarrillos sobre el asunto que hacían algunos de sus compañeros de Gobierno algunos martes, cuando se encontraban tomando un café en el Palacio de la Moncloa antes del Consejo de Ministros. Ay, si las paredes hablaran más de lo que hablan ya. Una vez llegó una pandemia de coronavirus y casi todo el equipo de otra ministra recién llegada se quedó a hacer vida en el ministerio durante días. Varias de aquellas personas se contagiaron.

Una luz encendida a altas horas de la madrugada en un ministerio. Lo que podría ser una fiesta ilegal solo es una reunión en la que se deciden las listas para un congreso interno del partido. Desde un despacho oficial del Gobierno, se tachan nombres de una lista. Nombres que verían truncadas, con nocturnidad y alevosía, sus aspiraciones políticas.

Cuando los traspasos de carteras, los ministerios se visten de gala. Se cruzan quienes llegan con quienes se van: a veces del mismo partido, otras, rivales. Esta semana ha tomado posesión un nuevo Ejecutivo. Un nuevo Gobierno de coalición progresista. Ha habido traspasos para todos los gustos. Quienes se querían ir y poner fin a su carrera en la política institucional, quienes criticaron no seguir en el puesto, quienes siguen pese a las quinielas... Arranca un nuevo Consejo de Ministras y de Ministros. Pese al ruido, la democracia funciona con normalidad: los ministerios perduran, sus dirigentes cambian. Muchas despedidas esta semana. Si las paredes de los despachos ministeriales hablasen.

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Si las paredes de los ministerios hablaran, si los despachos contaran lo que ha ocurrido dentro de ellos. Ahora un conserje mueve los muebles, los devuelve a su lugar original. El nuevo ministro podrá colocarlo todo a su gusto, a su medida. El equipo que llegue tendrá que hacer de esos fríos pasillos, su hogar. Pasarán miles de horas ahí dentro.

Dos sofás en el recibidor, una mesa de cristal en el centro con alguna revista especializada. Más adelante, una sala donde se ubicaban los asesores políticos, jurídicos y de comunicación, el equipo de la anterior ministra. A la derecha, la puerta que da al gran despacho. Una zona con sofás para las reuniones. Las estanterías que estuvieron llenas de libros, ahora están vacías. La bandera de España, y la europea.

La mesa de trabajo, antes estaba repleta de dosieres y papeles perdidos, junto al ventanal. Tras él, se divisa el Museo del Prado desde el otro lado del Paseo, quizás; o el Paseo de la Castellana en Nuevos Ministerios; la calle Alcalá desde el señorial edificio de Hacienda que colinda con la Puerta del........

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