Respondiendo a la cuestión de si el intolerante nace, o se hace, cabría responder que ni nace, ni se hace; simplemente, lo hacen; como a mí me han hecho contra la mediática dictadura de lo políticamente correcto.
Tal vez sea por ello que ya me quedan pocas hiladas de piedra por colocar antes de terminar el muro que, desde hace años, he ido construyendo a mí alrededor, y no por temor, sino por agotamiento a la hora de seguir soportando el patético mandato de mentirosos, tiranos narcisistas, con el aplauso entusiasta de borregos, buenistas y fariseos.
No me produce el mínimo resquemor el mundo exterior, tan solo asco y bostezos que me inducen a entrar cada vez más en un letargo, más pesadilla que sueño.
La pesadilla de ser un número más dentro de un sistema adocenado y castrador que ni me gusta ni quiero.