Desde la Constitución de 1978, atea, liberal y de trazas masónicas, el famoso “cambio” supuestamente administrativo-político, se convirtió en ruptura con el pasado nacional-católico que veníamos viviendo y saboreando en aquella España ya hermanada y en impresionante progreso material, social y admirado por el resto del mundo ya desde los años 50 y 60, a la que las embajadas extranjeras que habían marchado, volvieron en 11945, en vistas del progreso de nuestra patria en recuperación sobresaliente tras nuestra Gloriosa Cruzada Nacional.

Pronto, ante la ausencia del providente Caudillo, los enemigos de la Patria, a cara descubierta, comenzaron su solapada labor de desmantelamiento del régimen que salvó a España del comunismo.

Nada tiene de extraño, que el revoltijo de ideas que contaminan como moderno basurero el ambiente de nuestro fin de siglo XX, surjan los nuevos “Caballos de Troya” portando en sus entrañas el obligado fárrago de tópicos, caricaturas y conceptos mentirosos, que manipulen al humano y le desvíen de sus fines más sagrados: terrenales y trascendentes.

Si la peor de todas las injusticias es la justicia simulada –decía Platón-, la peor verdad es la que renuncia a la noble facultad de cribar los conceptos, analizar su alcance y demostrar la solidez de su cimiento. No se puede alimentar la voluntad con la moral torcida, desinflada de ilusiones creíbles; una vaciedad que nos reduce a ídolos con pies de barro.

Los medios de comunicación, por no llamarles de intoxicación, nos obligan a la crítica serena pero contundente contra la manipulación de la historia, de la moral y del sentido común.

Y es que la verdad produce frutos; los tópicos, desengaños.

Al final, siempre se vuelve a la casa paterna, con la cabeza rota como el borracho o con la vergüenza en el alma como el hijo pródigo. Se trata de ser grandes. No de parecerlo. Se trata de cimentar la intransferible validez de las raíces. No de discutir las formas de las hojas.

Y ya que es preferible la verdad, al martirio, nos dispongamos a sacar el máximo partido a los tesoros de la verdad, que para ganarla con mayúsculas (en sentido sobrenatural) antes hemos de saborearla y amarla con la minúscula de su valor cotidiano y hasta sabiamente terrenal. ¡Ah, la fidelidad a la santa monotonía del cada día!

Ya no es el “homo homini, lupus” (el hombre es un lobo para el hombre) del empírico y materialista filósofo Hobbes; pero tampoco podemos caer en el “homo homini, deus” de los liberalismos actuales.

Tenemos que cultivar la nobilísima facultad de la Razón para ennoblecer y perfeccionar al humano con todo lo que le trasciende sin humillar la Fe sobrenatural. Ambas se complementan y no pueden ni contradecirse ni destruirse.

La verdadera y única cultura (no hablamos de civilizaciones) es la armonía entre la Razón y la Fe que realicen las misiones temporales y la eterna del ser racional (creado a imagen y semejanza de Dios) y en esa andadura tan arriesgada como apasionante, conquistar su felicidad en este mundo limitado y en el eterno y glorificante. De forma que la medida de la felicidad, marca la medida de su inteligencia (explotada, se entiende). Como la medida del bienestar social, está en la altura del termómetro de la moralidad. Al fin, nada grande se hizo jamás sin esfuerzo.

De ahí que Donoso Cortes dijese que “no hay más que dos dictaduras: la que viene de arriba (haciendo alusión al Decálogo divino) o la que viene de abajo (haciendo alusión a la ley convencional de los hombres).

Por lo mismo, no hay más que dos formas de tiranía: abusar del poder…, o no usarlo.

El error, es la inadecuación de nuestra mente con la realidad. La mentira, es la inadecuación de lo que expresamos con lo que creemos o sabemos. El tópico, es el Caballo de Troya, que bajo tentadoras apariencias literarias, inocula el veneno de la mentira y cuando menos, el error. Así, el tópico diluye, idiotiza, envenena, anestesia y manipula al ciudadano.

Cuando el error filosófico (ontológico, lógico o moral) hace presa en la sociedad, arrastra a males físicos y morales incalculables. A ellos se deben no solo las catástrofes monstruosas de las guerras, sino también las miserias y subdesarrollos de los pueblos.

“La verdad es lo que es

Y sigue siendo verdad

Aunque se piense al revés”,

En verso de Machado.

Rechazar la verdad, no es refutarla. Podemos hasta odiarla, pero jamás tendremos derecho a quejarnos de sus amargas consecuencias.

¿Ese es el amor a la verdad provechosa y perfectiva que nuestros jerarcas tienen para sus “democráticas sociedades”?.

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Cambios sustanciales y traiciones nacionales

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03.05.2024

Desde la Constitución de 1978, atea, liberal y de trazas masónicas, el famoso “cambio” supuestamente administrativo-político, se convirtió en ruptura con el pasado nacional-católico que veníamos viviendo y saboreando en aquella España ya hermanada y en impresionante progreso material, social y admirado por el resto del mundo ya desde los años 50 y 60, a la que las embajadas extranjeras que habían marchado, volvieron en 11945, en vistas del progreso de nuestra patria en recuperación sobresaliente tras nuestra Gloriosa Cruzada Nacional.

Pronto, ante la ausencia del providente Caudillo, los enemigos de la Patria, a cara descubierta, comenzaron su solapada labor de desmantelamiento del régimen que salvó a España del comunismo.

Nada tiene de extraño, que el revoltijo de ideas que contaminan como moderno basurero el ambiente de nuestro fin de siglo XX, surjan los nuevos “Caballos de Troya” portando en sus entrañas el obligado fárrago de tópicos, caricaturas y conceptos mentirosos, que manipulen al humano y le desvíen de sus fines más sagrados: terrenales y trascendentes.

Si la peor de todas las injusticias es la justicia simulada........

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