Mientras los jueces revuelven los papeles que los pueden encalomar y al soberano le sobran motivos para desalojarlos, se acerca el otoño de los oligarcas y el momento en que entraremos en Moncloa sin embestir y sin necesidad de desquiciar con yuntas de bueyes la entrada principal. Bastará con que alguien los empuje suavemente para que cedan en sus goznes los portones blindados que han aguantado hasta ahora los envites de los pocos medios que han venido resistiendo al régimen sanchista, entre ellos «Periodista Digital».

Cuando por fin llegue el día, veremos al entrar el retén en desorden de la guardia fugitiva, los bolaños, puentes, garbanceros fiscales y exteriores, amargadas y fashionarias limpiando los restos de comida vegana de una pareja artificial entre los pilares de una casa sin alegría, y las astillas de antiguos despachos con olor a establo donde vendieron la Nación a sus enemigos que no eran separatistas sino charnegos oportunistas, mientras las vacas de la finca de Marlasca muerden el terciopelo de las cortinas y el raso de los sillones. Y al fondo del enorme salón, bailando flipada veremos a Marisú pendiente del vuelo de su nuevo modelo y ajena a su fonética cantando el «ERESTú» para exorcizar sus demonios, saltando entre los memoriales del Valle de los caídos esparcidos junto a cientos de asuntos sin resolver apilados bajo el tapete rasgado del «billar a siete» del presidente.

Se escucharán ese día los ecos y psicofonías de los oligarcas susurrando en inglés sobre el destino de los fondos recaudados, porque de español sabían lo justo para esconder su ambición, -eslóganes para rebaños él, y presentaciones cursis llenas de anglicismos presuntuosos para captar fondos ella, que no dudaba en firmar incluso cartas de recomendación.

Aquel recinto prohibido donde apenas cabían ochocientos asesores parecía más un mercado persa que una casa presidencial y la paranoia del oligarca ya no distinguía cuales eran fieles y cuales traidores como él. En aquel desorden descomunal era imposible establecer donde estaba el gobierno y donde el hombre de la casa que no sólo participaba de aquel desastre sino que él mismo lo promovía y comandaba mientras daba consignas a esbirros aduladores y preparaba mítines para paniaguados que, a cambio de la comida, le proclamaban corregidor de terremotos, eclipses y otros errores de Dios mientras el tirano resolvía lo mismo problemas de estado que asuntos domésticos, -que le quitasen aquella puerta de alli y se la volvieran a poner allá,- para que así la vida le pareciese más larga, mientras meditaba en el excusado tratando de apagar con las manos el zumbido que producían en sus oídos, los gritos de la gente pidiendo que alguien hiciese algo para que se acabase aquel desmadre, que empezaba a ser ensordecedor.

Aquella mañana en Moncloa, tras una puerta oculta en una pared de ladrillo más falsa que él y, detrás de un edecán, allí estaba el oligarca mostrando a quien quisiera el rostro de su biografía de trepa, amigo de sus enemigos, negando freudianamente los hechos y proyectando sus defectos a los demás, «mentiroso, fascista, caprichoso», cualidades de aquel déspota solitario frívolo que teníamos delante embutido en un traje de presidente raquítico que desde que llegó no le alcanzaba, cuando de pronto aumentó el pronunciamiento de su bamboleo, el último cartucho de su chulería, como los toreros cuando se levantan ebrios de temeridad excesiva después de una cornada. Traía de la cocina un tazón de café negro sin saber muy bien por donde lo iban a arrastrar las ventoleras de la nueva jornada, atento siempre al cotorreo de una servidumbre que en el fondo despreciaba pero cuyos halagos recogía antes de sobreponerse a la zozobra del amanecer y enfrentarse a los azares de la realidad.

Cuando levantó la cabeza al oirnos entrar, tropezamos con los hoyos de su viruela tapados por horas de esteticien y aunque fingió ignorar que entrábamos a por las pruebas de sus últimas fechorías, vimos sus ojos de atardecer buscando una salida. Había empezado a vislumbrar que entre tantas mentiras, traiciones y engaños no se vive, se sobrevive y se aprende demasiado tarde, que hasta las vidas más dilatadas y útiles, no alcanzan para nada más que para aprender a vivir. El oligarca llevaba meses sin salir a la calle más que lo imprescindible y rodeado de guardias hartos de que los quisieran inflar todos los días después de decirles un rosario de lindezas, por lo que aprovechó aquel impasse para ponerse la ropa de deporte con la que se había dejado ver por los jardines de palacio al llegar, pero esta vez con la intención de salir.

Pero aun siendo su vestimenta deportiva un signo evidente del que pretende, no ya abandonar el poder sino salir corriendo, entre todas las cosas anormales que vimos en la guarida de los oligarcas aquel día, la que más llamó nuestra atención fue que el colchón que públicamente habían alardeado que iban a cambiar nada más llegar, estaba prácticamente sin estrenar.

Victor Entrialgo de Castro

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«El otoño de los oligarcas»

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22.04.2024

Mientras los jueces revuelven los papeles que los pueden encalomar y al soberano le sobran motivos para desalojarlos, se acerca el otoño de los oligarcas y el momento en que entraremos en Moncloa sin embestir y sin necesidad de desquiciar con yuntas de bueyes la entrada principal. Bastará con que alguien los empuje suavemente para que cedan en sus goznes los portones blindados que han aguantado hasta ahora los envites de los pocos medios que han venido resistiendo al régimen sanchista, entre ellos «Periodista Digital».

Cuando por fin llegue el día, veremos al entrar el retén en desorden de la guardia fugitiva, los bolaños, puentes, garbanceros fiscales y exteriores, amargadas y fashionarias limpiando los restos de comida vegana de una pareja artificial entre los pilares de una casa sin alegría, y las astillas de antiguos despachos con olor a establo donde vendieron la Nación a sus enemigos que no eran separatistas sino charnegos oportunistas, mientras las vacas de la finca de Marlasca muerden el terciopelo de las cortinas y el raso de los sillones. Y al fondo del enorme salón, bailando flipada veremos a Marisú pendiente del vuelo de su nuevo modelo y ajena a su fonética cantando el «ERESTú» para exorcizar sus demonios, saltando entre los........

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