Me ha costado mucho trabajo aprender a decir que no. Llevo años acariciando renuncias que no he sido capaz de hacer y ensayando soltar pitas que sé que me enredan más de lo que me sostienen. He repetido la misma conversación con mis amigas y con mi mamá sobre las cosas que voy a dejar, hasta el punto de que la conversación se convirtió en un ritual.

El ritual comienza con mi queja casi sincera sobre la escasez de tiempo, se desarrolla enumerando los miles de pendientes de proyectos que ya pasaron, que están pasando y que no han empezado a pasar, llega al clímax con la observación obvia de que estoy metida en demasiadas cosas y termina con un angustioso “yo sé” de mi parte, seguido de una promesa de esta-vez-sí-voy-a-cambiar.

La agenda llena que empieza temprano, termina tarde, no deja tiempo de respirar, e incluye regados por ahí todo tipo de compromisos del trabajo remunerado y del gratis, que planifica hasta los tiempos de autocuidado, es una de las tantas adicciones del mundo moderno. Por lo demás, en un mundo en el que hace un par de generaciones se empezaron a abrir las puertas para la participación de las mujeres, hay de la que desaproveche una oportunidad.

No soy la primera mujer cansada que escribe sobre con el mito de la Mujer Maravilla. Muchas lo han hecho antes y sin duda, mucho mejor que yo. También sé que no soy la única mujer a la que le cuesta trabajo decir que no. Pero, sobre todo, aunque está de moda el debate sobre el tiempo y la disparidad de oportunidades entre hombres y mujeres, la brecha sigue ahí.

Hace unos días pregunté en un chat de mujeres líderes en el que estoy si a alguien más se le metía en la cabeza que tenía que hacer pan casero para la cena justo el día en el que tenía una entrega y tres compromisos. Por supuesto, estaba tomando el pelo. Pero también estaba haciendo la pregunta justo después de haberme lavado las manos de masa, de haber puesto el pan en el horno y de haberme sentado a escribir otra vez. Para mi sorpresa, una de ellas, CEO de una organización sin ánimo de lucro con más de 2000 empleados y mamá de cuatro hijos, confesó que, en sus días de mayor estrés, hacía tortas en la madrugada. Mujeres ocupadas ocupándose más.

No tengo la receta para salirme de la agenda imposible y no he sido particularmente exitosa diciendo que no recientemente. También tiene que ver con que amo mi trabajo. Tampoco estoy esperando consejos, ni recetas mágicas para aprender a priorizar el tiempo y manejar la agenda. En eso soy experta. Solo quiero hacerlos parte de mi ritual mientas logro, por mis propios medios, entender cómo salirme del espiral de no-tengo-tiempo y aprendo a decir que no.

CRISTINA VÉLEZ VALENCIA
​Decana Escuela de Administración, Universidad Eafit.

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16.04.2024

Me ha costado mucho trabajo aprender a decir que no. Llevo años acariciando renuncias que no he sido capaz de hacer y ensayando soltar pitas que sé que me enredan más de lo que me sostienen. He repetido la misma conversación con mis amigas y con mi mamá sobre las cosas que voy a dejar, hasta el punto de que la conversación se convirtió en un ritual.

El ritual comienza con mi queja casi sincera sobre la escasez de tiempo, se desarrolla enumerando los miles de pendientes de proyectos que ya pasaron, que están pasando y que no han empezado a pasar, llega al clímax con la observación obvia de que estoy metida en demasiadas cosas y termina con un angustioso “yo sé” de mi parte,........

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