Al retomar estos ejercicios semanales de escritura, que tanto me cuestan y gratifican, quiero hacer mía la posición de Montaigne en sus Ensayos, una obra portentosa del Renacimiento francés: “Mis concepciones y mi juicio solo avanzan a tientas, vacilantes, tropezando y dando traspiés, y cuando he llegado lo más lejos de que soy capaz, no estoy en absoluto satisfecho. Sigo viendo tierra más allá, pero con una visión turbia y nublada, que no puedo aclarar”.

Petro es un hombre de la izquierda radical, comprometido con un ideario político estatizante, adverso, en muchos ámbitos, a la economía de mercado. Está empeñado en abolir, por su carácter neoliberal, los modelos vigentes para la prestación de los servicios públicos, motivo por el cual serán campales este año, quizás más que en el precedente, las batallas en el Congreso, tanto con relación a los proyectos en curso, como frente a las anunciadas reformas del sistema eléctrico y la tributación nacional.

Ejerce la jefatura del Estado gracias al resultado de las urnas y desempeñará el cargo hasta el 7 de agosto de 2026, salvo por las humanas contingencias que gravitan sobre su vida y, en especial, su salud, en el más amplio sentido del término, físico y mental (sabemos que el café le sienta pésimo). O porque se materializan causas constitucionales que le impidan continuar. Los procesos judiciales marchan con lentitud… pero marchan.

Que muchos no compartamos sus propuestas, y, por el contrario, nos esforcemos en hacerlas fracasar, no es extraño en una democracia fundada en el pluralismo político y la periódica renovación, bajo reglas preestablecidas, de los altos cargos del Estado.

El ser del presidente genera, pues, debates y discrepancias que son normales. No es su ser -su yo íntimo-, ni solo sus ideas, sino su modo de ser; la fuente de las mayores dificultades: lo es su manera de interactuar con el mundo, su carencia de empatía. Tiene seguidores, pero, hasta donde podemos saberlo, pocos amigos. Él mismo reconoce que sus funcionarios le temen. De allí provienen sus ostensibles dificultades para relacionarse con los demás; podios, micrófonos y trinos, instrumentos de sus monólogos, no construyen vínculos personales.

A lo anterior se añade su ideologísmo -la exacerbación de la ideología- que lo lleva a creer, de modo insular, que ganó las elecciones regionales del año pasado, que su popularidad es elevada y que la economía colombiana tuvo un desempeño notable en el año pasado, afirmación que las cifras pertinentes no demuestran (la economía mundial creció en el 2023 en promedio el 3%; la nuestra, si acaso, llegará al 1%). Súmele su condición de lobo solitario, que le impide presidir un Gobierno eficaz, circunstancia que, en muchos casos, es afortunada: como los mercados internacionales le creen poco, el peso colombiano ha recuperado valor. Y, por último, mencionemos su áspero carácter, razón por la cual es proclive al insulto y a tergiversar lo que dicen sus contradictores.

De esta última dimensión quiero ocuparme. A fines del año, el presidente de Fenalco hizo algunos comentarios respetuosos sobre el nivel que consideró adecuado para el ajuste anual del salario mínimo, muy en línea con lo que dijo el Banco de la República. La réplica de Petro fue muy ilustrativa de su personalidad:

(i) “Si quieren vender en sus grandes superficies comerciales, … Necesitan compradores con buen sueldo. La intención de descalificar al adversario es evidente: Fenalco representa también a miles de pequeños comerciantes y tenderos, que son elementos importantes del tejido social del país; no solo a los grandes empresarios. Petro lo sabe y finge ignorarlo”; (ii) “Al buscar esclavizar a la fuerza de trabajo… Fenalco estaría construyendo la ruina de sus propios afiliados”. La falacia es ostensible. Algo va de pedir cautela en el ajuste salarial a pretender que los trabajadores sean esclavizados, o que se reduzcan sus salarios reales; (iii) “Lo que más interesa a un comerciante es que la gente tenga capacidad de pago y eso se llama buenos salarios”. Aunque la oración es correcta, desvía el tema del debate: cómo ajustar el salario mínimo sin que la inflación destruya su poder adquisitivo.

Este episodio no es trivial. El ataque a Fenalco lo es también a la estructura gremial del país, cuya autonomía Petro pretende socavar. Ya obtuvo la renuncia forzada de varios presidentes gremiales y avanza en su intención de derrocar otros más. ¿Y por qué deberían importarnos los gremios, que muchos consideran instrumentos de la oligarquía? Porque la propia Constitución los reconoce, conjuntamente con los sindicatos y las demás organizaciones sociales (colegios profesionales, clubes deportivos, asociaciones filantrópicas y ambientales, etc.), como elementos centrales de la sociedad civil.

Justamente porque así es, los sindicatos, bajo precisas condiciones, pueden declarar huelgas y participar, conjuntamente con algunos gremios, en la definición del salario mínimo. Los gremios del agro administran fondos públicos por mandato legal.

Falta una pregunta que algún activista radical, de derecha o de izquierda, -Bukele, Daniel Ortega o algún integrante de la Primera Línea Petrista- podría formular. ¿Y a cuenta de qué nos interesa la sociedad civil, si nuestro interés es tomarnos el Estado para instaurar la justicia social, lograr la libertad plena, y superar, para siempre, todos los conflictos?

La razón es sencilla y poderosa. La democracia supone la existencia de dos instancias sociales sin las cuales no podría existir: las sociedades civil y política. De la primera surge la segunda, que, a su vez, está integrado por los partidos políticos, que son las entidades que movilizan a los ciudadanos para la construcción del Estado, su reforma y para elegir a los gobernantes. El Estado mismo es parte de la sociedad política. Desde fuera, la sociedad civil ejerce el control de los gobernantes. Esta supervisión es importante en cualquier país democrático, en especial para preservar sus instituciones si se encuentran amenazadas. Hay que hacerlo con prontitud y firmeza. No ocurra aquí una debacle como la argentina o la venezolana.

Briznas poéticas. Cito de nuevo a Montaigne: “La verdad y la razón son comunes a todos, y no pertenecen más a quienes las ha dicho primero que a quien las dice después… Las abejas liban aquí y allá las flores, pero después elaboran la miel, que es suya por completo”.

QOSHE - El modo de ser - Jorge Humberto Botero
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El modo de ser

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16.01.2024

Al retomar estos ejercicios semanales de escritura, que tanto me cuestan y gratifican, quiero hacer mía la posición de Montaigne en sus Ensayos, una obra portentosa del Renacimiento francés: “Mis concepciones y mi juicio solo avanzan a tientas, vacilantes, tropezando y dando traspiés, y cuando he llegado lo más lejos de que soy capaz, no estoy en absoluto satisfecho. Sigo viendo tierra más allá, pero con una visión turbia y nublada, que no puedo aclarar”.

Petro es un hombre de la izquierda radical, comprometido con un ideario político estatizante, adverso, en muchos ámbitos, a la economía de mercado. Está empeñado en abolir, por su carácter neoliberal, los modelos vigentes para la prestación de los servicios públicos, motivo por el cual serán campales este año, quizás más que en el precedente, las batallas en el Congreso, tanto con relación a los proyectos en curso, como frente a las anunciadas reformas del sistema eléctrico y la tributación nacional.

Ejerce la jefatura del Estado gracias al resultado de las urnas y desempeñará el cargo hasta el 7 de agosto de 2026, salvo por las humanas contingencias que gravitan sobre su vida y, en especial, su salud, en el más amplio sentido del término, físico y mental (sabemos que el café le sienta pésimo). O porque se materializan causas constitucionales que le impidan continuar. Los procesos judiciales marchan con lentitud… pero marchan.

Que muchos no compartamos sus propuestas, y, por el contrario, nos esforcemos en hacerlas fracasar, no es extraño en una democracia fundada en el pluralismo político y la periódica renovación,........

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