7 Mar, 2024 | Kaprisky Rangel Rodríguez ("R. R. Kaprisky”) es una joven escritora margariteña que nació el 6 de septiembre de 1991 en Porlamar. Es una amorosa madre de gemelos —o “gemonios”, como ella, cómicamente, les dice—, quienes son dos de los motores fundamentales en su vida.

Como lectora, R. R. ha quedado fascinada con las obras de Verne, King, Poe, Christie y Austen. Aunque su gusto por la lectura nació en su adolescencia, no fue sino hasta hace cinco años que empezó a cultivar su pasión por la escritura. En sus prácticas se dedica a hacer microrrelatos sacados de sus sentimientos negativos y pesadillas.
Les invito a disfrutar de esta muestra de su obra:

***

Reflejo

Perdí la noción del tiempo. ¿Cuánto llevo caminando? Ya casi es la hora, no puedo prolongarlo más. Quise organizar mis ideas, saber qué decirle. Copié una lista sentada en el banco de una plaza que deseché cuando la leí en voz alta. ¿Cómo no estar nerviosa? Ella es la persona más importante en mi vida, a quien más amo. Solo a su lado me he sentido importante y protegida, incluso mimada.
La verdad quiero una cosa, y la tenía en mente cuando ingresé en la página web de Reflejo. Así que aquí estoy, a metros, minutos, del mejor psíquico del continente, quien permanecerá aquí sólo un par de meses. No se comentan sus métodos, pero sí lo hábil e innovador que es.
Nunca me ha gustado enredarme con nada oscuro o esotérico, aunque parezca inofensivo, pero esta vez es diferente: necesito hablarle, y no tengo idea de qué otra manera puedo comunicarme con alguien que dejó su cuerpo.
Un aire de misterio rodea el lugar de fachada simple. En el vidrio polarizado se lee la palabra Reflejo. “Reflejo”, susurro para mí antes de empujar la puerta. Me sobresalta el espejo ubicado frente a la puerta.
—Bienvenida —saluda una mujer con permanente negra y sonrisa forzada, sentada detrás de un escritorio de vidrio—, debes ser la cita de las seis.
—Sí —respondo, mientras me acerco y observo la simple estancia.
Inmediatamente me recorre un escalofrío, una sensación de falsa paz, como el insecto que se acerca a una planta carnívora. La mujer fija la vista en el reloj digital colgado en la pared frente a ella.
—Soy Ana, necesito que firme esto: es un acuerdo de confidencialidad para ambas partes.
¡Ah! Por eso no se habla de sus métodos. Intento entender algo, pero nada cala en mi cabeza. Así que firmo y devuelvo la hoja, no creo tener ganas de contar esta experiencia a nadie.
—Son las 5:48 p. m. En doce minutos será su turno. Puede sentarse.
—¡Qué específico! —bromeo con una risa boba, sin conseguir ninguna reacción de su demasiado maquillado rostro.
Once largos minutos después, la puerta se abre. La primera persona en salir, un rubio, hace un halago con una voz que resulta atrayente.
—Lo felicito por aprovechar su tiempo, Sr Delgado.
—Muchas gracias, Sr Simón. No lo habría logrado sin su ayuda.
El que debe ser el Sr. Delgado, regordete y sudoroso, es seguido por una niña descalza con el cabello enmarañado. Me impresiona verla, aunque nadie parece prestarle atención. Entonces el otro hombre, que recuerda a un ángel, me dirigió una sonrisa cegadora.
—Bienvenida, soy Simón. ¿Es usted la Srta. Lárez?
—Ehmm… sí, soy yo. Mucho gusto —estrecho su mano.
El reloj suena a las 6 en punto. “¿En qué mierda me metí?”, pienso.
—Adelante, el tiempo es valioso.
Le ordeno a mis piernas que se muevan mientras Simón me indica el camino y va detrás de mí. Escucho la puerta cerrarse detrás de mí, pero no antes de ver las otras trece que conforman el pasillo.
—Tu puerta es la número seis —Sus ojos transmiten tristeza y calidez.
¡Qué sorpresa! Sin bolas de cristal, cartas o cosas extrañas en las paredes, solo una habitación blanca con cortinas que cubren todo un muro, un banco de madera y una bombilla en el centro del techo. No sé qué esperar.
—Necesito su teléfono —me informa tomando una caja de la pequeña repisa que apenas podría contener algo más—, y apáguelo, por favor.
Pongo el celular dentro y él devuelve la caja a su sitio original.
—Gracias, me llevaré la llave, pero debo advertirle: se le mostrará lo que realmente necesita saber —enfatiza— en su alma, corazón y mente.
—Un momento. ¿No se va a quedar?
—Me temo que no funciona así. Estará bien. Y no se cohíba con hacer ningún ruido, está insonorizado. Le recomiendo quedarse hasta que yo venga por usted.
—¿Y eso será…?
—Cinco minutos antes de las 7. Luego de que yo salga de la habitación abra las cortinas, por favor. Recuerde que el tiempo es valioso.
—Gracias, supongo.
Respiro hondo. Quería disculparme y terminé atrapada en cuatro paredes, pero ya es tarde para arrepentimientos. Me armo de valor y abro las cortinas. Un enorme espejo con marco de madera tallada se revela y puedo jurar que tiene alma propia.
Bufo. Debe ser una broma. ¿Dónde estará la cámara escondida? ¿Cuánto tiempo tardaré en encontrarme en las redes sociales? ¡Qué ridiculez! De seguro firmé una autorización en vez de un acuerdo de confidencialidad, eso pasa cuando no lees. Todavía frente al espejo, digo con desánimo:
—Espejito, Espejito en la pared, por favor déjame saber: ¿mi abuela me perdona por hacerla enfadar hasta la muerte?
Incómoda y fatigada por la experiencia, vuelvo a respirar profundo y me acomodo en el asiento. Mis ojos se cierran. Debería salir de aquí, sin embargo, sin saber la razón, no soy capaz de desobedecer a Simón, aunque si es una cámara oculta no les daré material para avergonzarme.
Una voz de niña me alarma, y entonces, como si mis ojos se abrieran por primera vez, veo a quién era yo a los siete años.
—Lo siento, abuela, fue un accidente.
Aparece en escena la abuela, mi abuela Consuelo. Justo como la recuerdo: el grisáceo cabello corto y ataviada con una blusa de colores que realza su añeja piel morena.
—Te dije que no jugarás aquí. No solo por las tazas, te puedes cortar —intenta sonreír–. Anda a organizar tus libros para hacer la tarea.
Parece un eco de mis recuerdos, aunque el espejo me muestra cosas que no vi: mi abuela limpiando mi desorden. Tengo una sensación similar a la que produce ver esa película tan esperada en la que aparece un personaje que añoras ver; con la emoción, algunos aplauden, otros gritan. Yo, por mi parte, quiero darle el mayor de mis abrazos a mi heroína. Solo el vidrio nos separa mientras mi corazón se encoge.
—Parece temprano. ¿Qué hora es? —se pregunta, sorprendida por mí abuelo, Ramón, que entra en el lugar—, ¿pasó algo?
—Sí. Tenemos que hablar. Quiero que limpies nuestra habitación.
—Sabes que la mantengo limpia.
—Mejor dicho: quiero que saques tus cosas —El tono de voz deja claro que es una orden.
Mi abuela comienza a molestarse.
—¿Pará qué sacaría las cosas si es allí donde duermo?
—No es un secreto para nadie que tengo otra mujer, Consuelo. Que te hagas la pendeja no quiere decir que deje de existir.
—¡Ajá! ¿Y qué quieres que haga con la perra con quien te acuestas? Porque esta es mi casa.
—Esta mierda también es mía, y quiero traer a mi mujer —grita aquel hombre que yo dejaba de reconocer.
—¿Sí? ¿Dónde están nuestros hijos y nietos? ¡Qué maravilla! No me vas a sacar de esta casa —deja en claro y continúa con su labor—. Primero, Karina hace un desastre y ahora tú vienes a joder. Me van a sacar de aquí con los pies para adelante.
La cara del hombre se torna pasiva, por un instante casi se pudo escuchar un clic. Se movió al estante, de donde sacó las pastillas de la tensión que acostumbraba a tomar mi abuela, las escondió en su bolsillo y se acercó a ella. Me siento inútil. “¡Aléjate, déjala en paz!”, grito. Ramón susurra algo inaudible para mí. Conozco el resultado y sé que nunca cambiará. La frustración abre paso a mis lágrimas. Yo no dejo de suplicar, de llorar mientras mi abuela muere de nuevo. Esta vez frente a mis ojos.
Escucho a mi corazón. ¡No! Es mi alma agrietada por la oscuridad, dando un último adiós a mi cuerpo. Me abandona. Comprendo que el espejo no miente: me mostró lo que había pasado. Lucho por calmar mi cuerpo, mis espasmos de ira; el resto de mí: es caso perdido. El fuego se prolongaba con el recuerdo de una mueca de dolor de la persona a la que más amé.
Después de tantos años, entiendo que no fue un disgusto causado por mí. Fue aquel hombre: Ramón. Él la mató.
Simón regresa y cualquier rastro de lo que se me mostró desaparece. El espejo vuelve a ser imponente y con alma.
—¿Ya pasó una hora?
—Sí —abre la caja con mi celular—. Espero que encontrara la respuesta que buscaba.
—Hasta las que no tenía, pero no entiendo cómo.
—Y no tiene por qué. Agradezca lo que se le dio. Alguien más espera.
—¡Ah, cierto!
Camino detrás de él. Efectivamente, un hombre estaba allí, esperando. Me aproximo al escritorio.
—Quiero otra cita por favor.
—Me alegra que aprovechara su tiempo, señorita Lárez.
—Karina está bien.
—Hasta pronto, Karina.
Siento la mirada del hombre que esperaba, y evoco el momento en el que la chica con el cabello enmarañado salía detrás del Sr Delgado. No me atrevo a mirar atrás.

***
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Instagram: @kapryrangel
Facebook: R. R. Kaprisky

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“Reflejo”, un cuento de la escritora margariteña R. R. Kaprisky

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08.03.2024

7 Mar, 2024 | Kaprisky Rangel Rodríguez ("R. R. Kaprisky”) es una joven escritora margariteña que nació el 6 de septiembre de 1991 en Porlamar. Es una amorosa madre de gemelos —o “gemonios”, como ella, cómicamente, les dice—, quienes son dos de los motores fundamentales en su vida.

Como lectora, R. R. ha quedado fascinada con las obras de Verne, King, Poe, Christie y Austen. Aunque su gusto por la lectura nació en su adolescencia, no fue sino hasta hace cinco años que empezó a cultivar su pasión por la escritura. En sus prácticas se dedica a hacer microrrelatos sacados de sus sentimientos negativos y pesadillas.
Les invito a disfrutar de esta muestra de su obra:

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Reflejo

Perdí la noción del tiempo. ¿Cuánto llevo caminando? Ya casi es la hora, no puedo prolongarlo más. Quise organizar mis ideas, saber qué decirle. Copié una lista sentada en el banco de una plaza que deseché cuando la leí en voz alta. ¿Cómo no estar nerviosa? Ella es la persona más importante en mi vida, a quien más amo. Solo a su lado me he sentido importante y protegida, incluso mimada.
La verdad quiero una cosa, y la tenía en mente cuando ingresé en la página web de Reflejo. Así que aquí estoy, a metros, minutos, del mejor psíquico del continente, quien permanecerá aquí sólo un par de meses. No se comentan sus métodos, pero sí lo hábil e innovador que es.
Nunca me ha gustado enredarme con nada oscuro o esotérico, aunque parezca inofensivo, pero esta vez es diferente: necesito hablarle, y no tengo idea de qué otra manera puedo comunicarme con alguien que dejó su cuerpo.
Un aire de misterio rodea el lugar de fachada simple. En el vidrio polarizado se lee la palabra Reflejo. “Reflejo”, susurro para mí antes de empujar la puerta. Me sobresalta el espejo ubicado frente a la puerta.
—Bienvenida —saluda una mujer con permanente negra y sonrisa forzada, sentada detrás de un escritorio de vidrio—, debes ser la cita de las seis.
—Sí —respondo, mientras me acerco y observo la simple estancia.
Inmediatamente me recorre un escalofrío, una sensación de falsa paz, como el insecto que se acerca a una planta carnívora. La mujer fija la vista en el reloj digital colgado en la pared frente a ella.
—Soy Ana, necesito que firme esto: es un acuerdo de confidencialidad para ambas partes.
¡Ah!........

© Sol de Margarita


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