X: @Gvillasmil99

A escasas horas de la designación del embajador Edmundo González Urrutia como candidato de la Unidad Democrática tras el calvario de incertidumbres vivido desde octubre pasado, la Venezuela esperanzada en el cambio, la maltratada tanto por unos como por otros, se siente reoxigenada y llamada a movilizarse. Ningún «creativo» de estos que suelen pulular en cuanta campaña es convocada – ¡vamos, que de eso viven! – estuvo tras el «Edmundo para todo el mundo» que se viralizó desde tempranas horas del sábado 20 por las redes sociales. La política de salón había sido puesta en su sitio y el otrora «candidato tapa» se convertía –sin él quererlo– en depositario del ultimo miligramo de fe en el porvenir que le queda al venezolano.

De las credenciales de Edmundo González Urrutia hay poco más que decir. Sus servicios desinteresados a la causa democrática venezolana están más que probados. La memoria me lleva de vuelta a los días de las campañas de 2012 y 2013 con Henrique Capriles Radonski como abanderado de la Unidad. El diseño de los programas de política sanitaria estaba a cargo de un extraordinario equipo integrado, entre otros, por mi colega, amigo y compañero de luchas de muchos años, el profesor Julio Castro Méndez. Nuestra propuesta de entonces tenía clara la complejidad del problema, tanto en su dimensión vertical –la reconstrucción de la rectoría del sector y de los subsistemas regionales y locales de atención – como en la horizontal – las disparidades epidemiológicas y en cuanto a capacidades técnicas entre las distintas regiones del país-.

Los supuestos de los que partíamos eran los peores: una economía en permanente decrecimiento desde 2005, una infraestructura sanitaria devastada, el éxodo masivo de profesionales de gran talento y unos indicadores de salud que hacía recordar a los de la Venezuela anterior a 1936.

El desafío estaba en los primeros 100 días: tres meses y una semana para contener la caída en barrena de la sanidad pública venezolana, disponiendo de al menos un servicio de cirugía, de medicina, de pediatría, de ginecobstetricia y de cuidado intensivo del más alto nivel posible en cada capital de estado, teniendo en cuenta la particular complejidad de las grandes áreas metropolitanas de Caracas, Maracay-Valencia, Maracaibo, Barcelona-Puerto La Cruz y Ciudad Guayana-Puerto Ordaz.

Había también que salir a aplicar vacunas masivamente a la población desprotegida y a recoger a los afectados por enfermedades crónicas no transmisibles, al tiempo que se debía perfilar ante el país un plan de reinstitucionalización sectorial a partir de un concepto de sanidad federada capaz de salirle al encuentro de realidades locales y regionales muy distintas entre sí. Los planes lucían claros en papeles y «slides» de Power Point, pero, ¿tendrían realmente la consistencia que nosotros como equipo les atribuíamos? Se hacía necesario someterlos al examen más crítico a la luz de experiencias relevantes en el mundo. Fue entonces cuando el embajador González Urrutia vino en nuestro apoyo.

Aquella comisión nuestra fue recibida, entre otros, por el doctor Jaime Mañalich en Chile, ministro de salud del fallecido presidente Piñera y de destacada gestión durante la pandemia así como por académicos de la Universidad Andrés Bello de ese país. En México hicieron lo propio funcionarios de la Secretaria de Salud bajo la presidencia de Enrique Peña Nieto y en Estados Unidos, académicos de la Escuela Kennedy de Gobierno de Harvard y del equipo del Growth Lab liderado por el profesor Ricardo Haussman. Recuerdo muy bien aquella tarde. Listo como estaba para dar inicio a mi presentación, el profesor Haussman me dijo: «espérate unos minutos, que está llegando alguien interesado en oírte». Era nada menos que el doctor Julio Frenk, antiguo secretario de Salud de México durante la presidencia de Vicente Fox y para entonces decano de la Escuela de Salud Pública de Harvard.

Las tareas de aquella campaña tenían que desarrollarse necesariamente en paralelo: había quien debatía sobre nuestro plan en Boston o en Santiago y quien, el mismo día, afinaba sus detalles con los equipos técnicos y políticos de San Cristóbal, Maracaibo o Margarita. Ocurrió que un día el embajador González Urrutia concertó para nuestro equipo una reunión técnica con el NICE – el National Institute for Health and Care Excellence, en el Reino Unido. La fecha coincidía con el «remate» de aquel esfuerzo de campaña en el estado Amazonas, donde habíamos sido invitados por el gobernador Liborio Guarulla y su muy competente equipo de gobierno. Entonces dividimos las tareas: el profesor Castro viajó a Londres y quien esto escribe, a Puerto Ayacucho.

Las agendas en ambas citas fueron intensas, pues si bien a Julio tocó someter nuestras ideas y planes ante uno de los “think tanks” sanitarios más prestigiosos del mundo, la responsabilidad de hacer lo propio ante Guarulla, uno de los políticos más cultos y agudos que jamás conocí aquel tiempo, era mía. Al final de la jornada, seguros de estar más cerca de la difícil cuadratura de aquel circulo, pudimos por fin comunicarnos para informarnos unos a otros de todos de los avances del día a través de aquellos equipos Blackberry Bold que tan populares eran entonces: Julio desde un pequeño restorán de Londres; yo, desde un puesto de pescado frito Puerto Ayacucho. «Creo que lo tenemos», nos dijimos. «Estamos listos».

*Lea también: Desde Portuguesa, Machado respalda a Edmundo González: «Logramos tener candidato»

Desde entonces y hasta hoy han sido aquellas mismas reflexiones y constataciones las que nos han servido de guía y de acicate en el debate cotidiano por una sanidad pública mejor para Venezuela. Recuerdo aún la tarde en la que, tras entregar nuestro documento programático a la jefatura de la campaña en cabeza de mi amigo, el profesor Ricardo Villasmil, salimos a alcanzar al embajador González Urrutia para agradecerle su desinteresado apoyo a nuestra tarea. Se despidió de nosotros entregándonos a cada uno su tarjeta personal: «estoy a la orden para lo que pueda serles de ayuda», nos dijo. «Soy Edmundo González Urrutia».

La Venezuela democrática y su causa tienen en el embajador González Urrutia a un servidor idóneo de lealtad más allá de toda duda. Que «no es carismático» y que «es una tapa» me ha dicho unos; que «no arrastra masas y estos no son trajines diplomáticos», me han dicho otros, como si la tragedia venezolana actual estuviera para entretenedores de oficio o para simpáticos bebedores de martinis.

Lo mismo decían de Adolfo Suárez, el alfil de la gran transición española, a quien en la España de 1977 le hacían burla por su «estampa de gerente de tienda del Corte Inglés». Estamos ante «l’homme de l’heure» para un país agotado entre un régimen de oprobio y una oposición reducida a club de «operadores» jugando al billar con sus esperanzas. Abrirle puertas a una transición valiente y sin estridencias quizás sea el más grande servicio al que el embajador González Urrutia jamás haya sido llamado.

«Todo el mundo con Edmundo» es la consigna. Ya es un sentimiento nacional.

Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.

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González Urrutia, “l’homme de l’heure”, por Gustavo J. Villasmil-Prieto

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27.04.2024

X: @Gvillasmil99

A escasas horas de la designación del embajador Edmundo González Urrutia como candidato de la Unidad Democrática tras el calvario de incertidumbres vivido desde octubre pasado, la Venezuela esperanzada en el cambio, la maltratada tanto por unos como por otros, se siente reoxigenada y llamada a movilizarse. Ningún «creativo» de estos que suelen pulular en cuanta campaña es convocada – ¡vamos, que de eso viven! – estuvo tras el «Edmundo para todo el mundo» que se viralizó desde tempranas horas del sábado 20 por las redes sociales. La política de salón había sido puesta en su sitio y el otrora «candidato tapa» se convertía –sin él quererlo– en depositario del ultimo miligramo de fe en el porvenir que le queda al venezolano.

De las credenciales de Edmundo González Urrutia hay poco más que decir. Sus servicios desinteresados a la causa democrática venezolana están más que probados. La memoria me lleva de vuelta a los días de las campañas de 2012 y 2013 con Henrique Capriles Radonski como abanderado de la Unidad. El diseño de los programas de política sanitaria estaba a cargo de un extraordinario equipo integrado, entre otros, por mi colega, amigo y compañero de luchas de muchos años, el profesor Julio Castro Méndez. Nuestra propuesta de entonces tenía clara la complejidad del problema, tanto en su dimensión vertical –la reconstrucción de la rectoría del sector y de los subsistemas regionales y locales de atención – como en la horizontal – las disparidades epidemiológicas y en cuanto a capacidades técnicas entre las distintas regiones del país-.

Los supuestos de los que partíamos eran los peores: una economía en permanente decrecimiento desde 2005, una infraestructura sanitaria devastada, el éxodo masivo de profesionales de gran talento y unos indicadores de salud que........

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