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Cada final de año trae consigo una serie de mitos, creencias y sus respectivos rituales. Cada rincón de la humanidad, en cuando el año se aproxima a su final, se despierta en cada uno de nosotros una serie de eventos biológicos y psíquicos que en la mayoría de los casos se entremezclan y producen combinaciones de sobresaltos, alegrías, esperanzas y también tristezas.

En ese consecuente sin fin de emociones y propósitos, se suelen hacer temerarias afirmaciones y la favorita de muchos es declarar el año que está por comenzar como el «año decisivo». Cuando eso ocurre se suele acudir a la exageración de forma muy notable.

En el ámbito de la política se suele hacer uso de esa exageración cada vez que el año comienza. Los discursos y mensajes, sobre todo el de los populistas, autócratas y extremistas de ambos lados, llegan cargados de oraciones donde se hace énfasis a sus propósitos. En la medida que van estructurando el discurso, se va, deliberadamente, aumentando o disminuyendo la verdad o la mentira.

«Comienza el año más importante de la vida de cada uno» y así van hilvanando las palabras que le permitirán, al menos intentar, crear la sensación de que, de ahora en adelante, todo cambiará y «seremos más felices».

Así de fácil se suelen ocultar las realidades y las dificultades que se encuentran a la vista de todos, pero menos para el discursista de turno que trata de decir que la «oportunidad es real» y que hay motivos para verla de la forma que ellos la ven.

En muchos caos, esa retórica viene acompañada por uno de sus familiares: la soberbia. Si al año que comienza se le dan dimensiones desmesuradas de arrogancia, de que todo estará bien porque, quien ofrece el discurso es la persona ungida para lograrlo, las opciones para llegar rápidamente a la frustración estarán más disponibles que nunca.

Para un político aspirante a cargo de relevancia, como el de presidente de una nación, lanzarse por la borda del discurso de año nuevo bajo la convicción de que es el «año de la salvación» puede resultar demasiado peligroso ya que, de no ocurrir, como lo asegura en su alocución de oferta anual, las frustraciones y sensación de engaño pueden aumentar entre el público objetivo.

Aunque hoy en día la mentira y la falta de contexto en acusaciones u ofertas son las que mejor calan en los electorados, por lo que hacer uso de la grandilocuencia para expresar ideas que refuerzan la autoimportancia o superioridad de quien las comunica, es lo más común dentro del nuevo estilo de hacer política.

El peso entre la rabia y la frustración de la gente puede arrastrar al fondo del mar de la condena y el descontento al aspirante o al gobernante de turno.

El caso de Javier Milei es el ejemplo mejor adaptado para corroborar esto. Después de hacer gala de una ilimitada arrogancia, se encuentra en un cuarto oscuro con todos sus miedos observándole y sin tener alguna aproximación de lo que resolver se refiere, pese a lo sencillo que fue ofrecer y ofrecerse como la esperada «salvación».

*Lea también: ¿2024 año decisivo?, por Fernando Luis Egaña

Expertos han agotado un sin número de líneas y programas de opinión desde donde han tratado de explicar la inexistencia de soluciones políticas sacadas de una manga muy mágica. En materia de gobierno y sus políticas públicas, el consenso, la discusión y sobre todo el escuchar, representan la clave para elaborar un programa adecuado para cada problema.

Con ello quiero insistir en el punto de que el mesianismo o la falsa creencia de que «todo gira a mi alrededor», es una de las peores formas para conseguir los objetivos que se hayan trazado, en lo personal y en lo colectivo. Así que, pasar a creer ser el centro de la política y la sociedad en general, solo llevara aislacionismo y por añadidura al rechazo.

Con esa práctica, en nuestros países, en los cuales abunda este tipo liderazgo, se hace difícil que muchos logren recuperar el camino democrático que han perdido por más de una veintena de años. La promesa y anuncio de que hay un año esplendoroso no existe, puesto que cada año tiene sus curvas, subidas, bajadas y obstáculos como para decretar un «año decisivo».

Por todo esto, desde este rincón, solo quiero recordar a todos que todos los años de nuestra vida, pública y privada, son decisivos. Que es vital encontrar el equilibrio entre «optimismo» y «precaución», para avanzar.

En resumen, la tarea del liderazgo debería enfocarse en el trabajo en equipo, humilde y concertado, sin imposiciones, para, de esa manera, lograr los objetivos trazados cada año.

Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD

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Cuando el año decisivo son todos, por Luis Ernesto Aparicio M.

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18.01.2024

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Cada final de año trae consigo una serie de mitos, creencias y sus respectivos rituales. Cada rincón de la humanidad, en cuando el año se aproxima a su final, se despierta en cada uno de nosotros una serie de eventos biológicos y psíquicos que en la mayoría de los casos se entremezclan y producen combinaciones de sobresaltos, alegrías, esperanzas y también tristezas.

En ese consecuente sin fin de emociones y propósitos, se suelen hacer temerarias afirmaciones y la favorita de muchos es declarar el año que está por comenzar como el «año decisivo». Cuando eso ocurre se suele acudir a la exageración de forma muy notable.

En el ámbito de la política se suele hacer uso de esa exageración cada vez que el año comienza. Los discursos y mensajes, sobre todo el de los populistas, autócratas y extremistas de ambos lados, llegan cargados de oraciones donde se hace énfasis a sus propósitos. En la medida que van estructurando el discurso, se va, deliberadamente, aumentando o disminuyendo la verdad o la mentira.

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