Diez minutos antes todos están sentados. Hay penumbra en la platea. El escenario con las luces necesarias. El primer violín anuncia que están listos. La música clásica, una vez más, protagonista de la sala
Covarrubias del Teatro Nacional. Es la Orquesta Sinfónica en su concierto de domingo, a las 11 de la mañana, como reconocen todos su fans.

Observo las caras de los músicos, quienes viven el acorde que ejecutan y simultáneamente van transformando cada músculo facial, pudiera decirse que no son los mismos que minutos antes pude ver, mientras viajaba en uno de los ómnibus alquilados que los trae, desde diferentes puntos de la capital,
ajenos a quienes –ahora sentados frente al escenario–, disfrutamos ese mágico momento. ¿Cuántas horas de ensayo, de estudio?, ¿cuánta preocupación para entregar a su público una actuación perfecta? Algunos los conozco de la cola del pan, de hacer los mandados de la bodega, intercambiar criterios relacionados con las mismas preocupaciones de los otros…

Sentados frente al atril son un grupo único que responde a la batuta del director, máximo responsable de que la interpretación sea ovacionada, que haga levantar a los asistentes. ¿Pero todos los directores son iguales? pregunté un día a una de los músicos. Y mi interlocutora respondió: “Una vez tuve un director que no era, según mi criterio, el mejor. Sé que era una preocupación general y, sin embargo, el concierto fue un éxito. Todos, en silencio, nos habíamos puesto de acuerdo para ejecutar lo que nos tocaba en la partitura, olvidé mi criterio anticipado sobre el director”.

Por supuesto, la función del director, en este caso, no es solo levantar y bajar la batuta. Hubo aplausos cerrados.

¡Qué lección! si cada quien hiciera lo mismo en cuanto al trabajo en equipo se trata, se podría lograr avanzar mucho más; porque interpretar música es un arduo compromiso como cualquier otro que produce bienes materiales, con la excepción de que un músico produce bienestar espiritual y, a mi entender, no tiene precio, y no todos valoran su ejemplaridad, de olvidar preocupaciones para transportarnos aun momento sublime.

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¿Solo director, de orquesta?

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02.12.2023

Diez minutos antes todos están sentados. Hay penumbra en la platea. El escenario con las luces necesarias. El primer violín anuncia que están listos. La música clásica, una vez más, protagonista de la sala
Covarrubias del Teatro Nacional. Es la Orquesta Sinfónica en su concierto de domingo, a las 11 de la mañana, como reconocen todos su fans.

Observo las caras de los músicos, quienes viven el acorde que ejecutan y simultáneamente van transformando cada músculo facial, pudiera decirse que no son los mismos que minutos antes pude ver,........

© Tribuna de La Habana


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