El colombiano José María Torres Caicedo, el chileno Francisco Bilbao y el francés Michel Chevalier, ideólogo del panlatinismo del rey Napoleón III de Francia, son los mejores candidatos al crédito de inventor de la expresión “América Latina”. No es políticamente inocente, pues en sus orígenes estuvo ligada a la expansión francesa por el mundo, o a la resistencia de las naciones centroamericanas frente al filibusterismo de particulares estadounidenses, que incluso pudieron asentarse en Nicaragua. Expresa una voluntad de poder invertida en algún esfuerzo temporal de integración de veinte países, e incluso los del Caribe, para algún efecto político o comercial.

Pero también es la fuente de destrucción de muchas ilusiones juveniles. Cada vez que algún político se propuso un esfuerzo de integración, no pudo llegar muy lejos. José Vasconcelos, Fidel Castro, Néstor Kichner, Hugo Chávez y Lulla da Silva vieron arder sus entelequias. ¿Por qué? Recordemos: Chávez entró un día en cólera y ordenó alinear tanques en la frontera con Colombia, produciendo una congestión de tráfico con las camabajas que hubo que conseguirle. López Obrador montó en cólera, por una violación del derecho de asilo en la embajada de México en Quito, y pidió expulsar al Ecuador de la ONU. Un hechicero llamado Maduro metió el Esequibo en el mapa de Venezuela, como talismán mágico, pero Guyana se alzó de hombros y siguió airosa por su camino de prosperidad. ¿Dónde quedó la unidad de América Latina?

En alguna parte debe existir una oculta fuerza poderosa que se pone en acción cada vez que alguien propone un proyecto de integración latinoamericana. Su eficacia es contundente: la irrelevancia política de América Latina en el mundo globalizado. Los actores relevantes del mundo son los Estados Unidos, China, India, Rusia y cada vez menos la Unión Europea. La fantasmagórica América Latina es irrelevante porque la gente importante del mundo no le pasa al teléfono. ¿Por qué? Porque no existe más que como ficción ideológica. La realidad es que tenemos veinte países latinoamericanos gruñendo y mostrándose los dientes, como perros chandosos. Pues que venga el Diablo y cargue con América Latina. ¡No más quimeras!