Guapa y con un sentido fino del humor, sin vanidades de familia, ni se cree descendiente de la nobleza a pesar de que pasa un ducado por su sangre, alegre y desparpajada, inteligente y sin los aires que uno encuentra en ciertas esferas de esta ciudad con frecuencia.

Se quedó aquí porque “la gente ríe con facilidad”. Eso le encantó, y también la vitalidad y la espontaneidad del santandereano. “Me gustan estas montañas y el hermoso Páramo que se reparte entre Santander y Norte de Santander. Acampé por un jardín que se llama Mutiscua, donde los impresionistas hubieran hecho maravillas. Lloré con ganas apenas vi las lagunas y los frailejones solitarios, los cóndores en el cielo azul, los zorros, los venados y cientos de torcazas”.

Lloró por eso y porque a pesar de conocer otras partes del mundo, nunca había visto tanta belleza junta amenazada por la codicia extranjera. “Pasé unos días inolvidables y me maravillé del sol esplendoroso y de las estrellas nocturnas: Marte y Venus tan cerca, casi los alcanzaba con mis manos”. Lloró porque este era el único país que, en pleno 2024, piensa en explotar sus entrañas y amenazar sus fuentes hídricas, donde brota el agua pura a pesar de estos veranos infernales.

Sabe que se tiene que ir, pero retrasa ese momento. Disfruta de la risa que casi todos tienen. Le gustan las noches, le gusta el baile, y se entristece de la guerra diaria que a la vez azota a este país. “Me agobia un poco esos seres humanos que se canibalizan entre sí”. Eso no le gusta porque en la guerra, al fin y al cabo, hay tan poca poesía. Esa poesía que debería enseñársele desde temprano a las nuevas generaciones.

Se preocupa por una ciudad llena de basuras y de la preocupación cuando sale con tanta inseguridad.

Prefiere, y lo dice, la profesión del campesino a la profesión del soldado, porque “no es sino ver las laderas de este país produciendo los alimentos y las plazas de mercado tan abarrotadas, para maravillarse de la riqueza y de la capacidad de trabajo de esta tierra y de sus hombres y mujeres”.

Se había aprendido un poema de Aurelio Martínez Mutis (“Ciudad de los búcaros, querida con amor santo y filial ternura…”) y con sus aires de España supo dejarme lelo.

QOSHE - Crónica de una española en Bucaramanga - Donaldo Ortiz Latorre
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Crónica de una española en Bucaramanga

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15.04.2024

Guapa y con un sentido fino del humor, sin vanidades de familia, ni se cree descendiente de la nobleza a pesar de que pasa un ducado por su sangre, alegre y desparpajada, inteligente y sin los aires que uno encuentra en ciertas esferas de esta ciudad con frecuencia.

Se quedó aquí porque “la gente ríe con facilidad”. Eso le encantó, y también la vitalidad y la espontaneidad del santandereano. “Me gustan estas montañas y el hermoso Páramo que se reparte entre Santander y Norte de Santander. Acampé por un jardín que se llama Mutiscua, donde los........

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