Está semana se encendió la Antorcha Olímpica para los Juegos de Paris 2024. Los orígenes de esta práctica simbólica vienen de la antigua Grecia donde se mantenía el fuego encendido durante el transcurso de los juegos. En la mitología, Prometeo le robó el fuego a los Dioses del Olimpo para entregárselo a los humanos porque “simboliza la luz de la razón y del conocimiento de los hombres”. Está historia se revive cada cuatro años como tradición y enlace entre las competencias antiguas y las modernas. Hoy cuando vemos la Llama Olímpica la asociamos con valores positivos como paz y amistad.

No todos los hechos de los últimos días significaron la tranquilidad que inspira la emoción de los olímpicos. El ingreso de un nuevo actor a la guerra en Gaza hace pensar que en el 2024 no finalizará la tensión en Medio Oriente. Irán lanzó el pasado 13 de abril un ataque con drones contra Israel. Los dos países llevan años en una gran rivalidad con acciones encubiertas en las que ninguno de los dos países reconoce su responsabilidad. El pulso entre Irán e Israel se ha descrito como una “Guerra en la sombra”.

Los dos hechos relatados anteriormente aparentemente no tienen relación, aparte de que ambos -la encendida de la Llama Olímpica para las Olimpiadas París 2024 y el ataque con drones a Israel- sucedieron durante el presente mes de abril. Pero nos traen recuerdos de un hecho trágico que conmovió al mundo hace ya más de 50 años: “La masacre de los Juegos Olímpicos de Múnich”.

El 11 de septiembre de 1972, un grupo palestino llamado “Septiembre Negro”, tomó 11 rehenes de la delegación Israelí, en la Villa Olímpica de Münich, durante las olimpiadas. El hecho fue seguido por televisión (pero sobre todo por la radio) de todo el mundo. Los terroristas exigían a cambio de la liberación de los deportistas, la libertad inmediata de 232 presos palestinos. El operativo de rescate organizado por los servicios de seguridad alemanes fracasó y el secuestro concluyó con la ejecución de los deportistas. Fue un hecho trágico que sigue conmocionando al mundo. 52 años después siguen los atentados, siguen muriendo niños y jóvenes inocentes.

Por lo pronto hagamos votos por la solución de ese conflicto secular y preparémonos para admirar la grandeza de la tradición antigua de los Juegos Olímpicos.