Los sicólogos conocen muy bien que cuando un humano oye algo más de una vez, tiende a creerlo. La primera vez, nuestros cerebros procesan la información, luego no. Por eso, lo que nos suena familiar lo aceptamos como verdad. El fenómeno es conocido como “verdad ilusoria”.

Culturalmente sabemos que mentir es malo y así lo registra la amígdala en el cerebro, pero cuando se repite la mentira, la amígdala se insensibiliza, y entre más se diga, menos se siente malestar. Por eso, mentir reiteradamente para generar una verdad ilusoria es muy grave, en especial si los formadores de opinión y los comunicadores lo hicieran. Algunos mienten con saña hasta creer sus propias falsedades. Esa práctica puede generar en el mediano plazo una reacción contraria a la que desean, expresándose en la pérdida de credibilidad y por tanto de audiencia. Mientras tanto, hacen demasiado daño a la sociedad.

Hay quienes aparentan un equilibrio mentiroso, mostrando un hecho cierto para luego dedicar decenas de comentarios para desvirtuarlo. Hay información desbordada que satisface una demanda de curiosos, pero que destruye la capacidad del receptor de tener un análisis criterioso de una historia, de una noticia. El análisis se lo apropian los informadores. Es difícil coger a alguien en una verdad.

De otro lado, las redes sociales han cambiado por completo lo que percibimos como un discurso aceptable, dice Tali Sharot, y pide regular estas plataformas. Las redes vienen aumentando las “fake”. Es tan grave el problema emergente, que foros internacionales las califican como la primera amenaza para la humanidad por encima del cambio climático.

La responsabilidad de los medios en Colombia es superlativa, dado que la audiencia en televisión se concentra en mas de un 80 % en dos cadenas, y la de radio en tres grupos empresariales, mientras los lectores de la prensa somos cada vez menos y más viejos. La mentira no tiene ideología, pero sí se relaciona con la debilidad al argumentar. Si bien hay que respetar la libertad de expresión y de información, ha llegado la hora de fijar los límites al abuso en redes y en medios.