Los periodistas locales solemos adjetivar al barrio Cabecera del Llano como un sector ‘exclusivo’ en la ciudad. Quién escuche o lea esta descripción, y luego visite esta tradicional zona de Bucaramanga, se puede llevar más de una sorpresa.

En primer lugar, de ese apacible barrio residencial con casas espaciosas, hoy queda muy poco. La construcción en altura y el impulso avasallador del comercio lo convirtieron en un sector cuyos habitantes resisten la congestión vehicular, la invasión del espacio público, la contaminación, la inseguridad y el deterioro de la tranquilidad, entre otros problemas, que lo convirtieron en un mercado persa y no en un lugar ‘exclusivo’ en sentido estricto.

La carrera 33, que hace más de 20 años fue intervenida para devolverle espacio al peatón, con amplias calzadas que invitaban a caminarla, ahora es un largo esperpento colmado de obstáculos, a diestra y siniestra, abarrotada de ventas informales. Pasar por allí es una prueba a la paciencia.

A ello hay que sumarle el submundo nocturno que se concentró en lo que hoy se reconoce como ‘cuadra picha’, un burladero a las normas que ya se parece a la zona de El Poblado en Medellín, con vendedores de todo lo que usted se imagine alrededor del negocio del ‘entretenimiento’. Desde hace más de una década sus vecinos -los que todavía resisten- han dado la lucha porque su derecho a vivir en un entorno tranquilo se respete.

Ni mesas de diálogo, ni PMU, ni mucho menos los operativos para intentar devolverles la tranquilidad han prosperado. Todo lo contrario, vecinos del sector de El Prado ven como, en sus narices, se empiezan a extender negocios con vocación de ‘gastrobares’, hasta la calle 34, que le suman más desorden al ya imperante caos.

Los hechos recientes de la capital paisa, que sacaron a la luz la grave problemática de la prostitución infantil, son el espejo para mirarse antes de que sea demasiado tarde y de que lo único que se mantenga como ‘exclusivo’ en Cabecera sea el precio de los servicios públicos. El alcalde Beltrán tiene por hacer allí un inmenso trabajo de pedagogía social.

Por: Luis Fernando Rueda Vivas.