Cuando Pedro Sánchez, por indicación de Pablo Iglesias, nombró a Yolanda Díaz ministra de Trabajo en el primer gobierno de Coalición PSOE-Podemos, a la gallega se le presentaron dos posibilidades: usar su tiempo en formarse sobre las materias, todas ellas muy técnicas, imprescindibles para el ejercicio responsable de su cargo, o dedicarlo íntegramente a moldear su imagen para ofrecer el aspecto más ministrable posible y sonreír muy mona a las cámaras a golpe de melena rubia cartera en mano. Partidaria defensora del Fake it until you make it o “fíngelo hasta que lo consigas”, la imperturbable ministra se dedicó en cuerpo y alma a su transformación física. No se ahorraron ni dinero ni esfuerzos. Peluquería, maquillaje y vestuario para deslumbrar, vía telediario, al votante medio acostumbrado a las pintas, más bien penosas, de los podemitas recién llegados al poder. Los que acabábamos de conocerla no podíamos recordarla en su versión inmediatamente anterior, mucho más cercana a una matrona de Bildu que a una Barbie ministra, y no supimos calibrar en toda su importancia la eficacia de la maniobra, Díaz empezó a ser considerada una ministra más razonable y eficaz que el resto de sus compañeros de formación simplemente porque lo parecía, porque daba esa imagen, aunque luego se atragantara intentando explicar lo que es un ERE, concepto que le resultaba tan ajeno como la física cuántica. Poco a poco la fuimos calando, empezando por los que la colocaron en el poder. Hija única de un mandamás de Comisiones, princesa roja, ni sabía de economía ni mucho menos de trabajo, pero todo sobre como ir reptando hacia arriba y sin hacer prisioneros en una organización comunista. Entre rulos y sombras de ojos, siempre sonriendo ferozmente a sus enemigos, reales o imaginarios, a los que desactiva con agresivos abrazos, Yolanda traicionó a la pareja Iglesias-Montero y activó con Sumar una forma casi perfecta de hacer que la extrema izquierda restase.

En un alarde de torpeza política, se negó a darle a Irene una salida digna o un puesto en las listas que desactivara el rencor de la cúpula de Podemos y solo consiguió con ello que acabaran abandonando su coalición y que le juraran odio eterno. De nada han valido sus discursos de teletubbie y su voz infantilizada hasta el paroxismo. Los que no iban a votarla jamás empezaron a verle las costuras a sus múltiples modelos y los que hubieran debido votarla, por tradición ideológica, empezaron a sentir por ella una ojeriza extrema. Los gallegos, que la tenían calada desde mucho antes, de cuando decidió defender a aquel asesor suyo implicado en distribución de material pedófilo en un tenebroso episodio por el que se ha pasado casi de puntillas o de cuando Beiras, el histórico dirigente del Bloque, dijo de ella que “fue la primera persona que me traicionó”, no se dejaron engañar por la nueva Yolanda. Rubia o morena, vestida con ropa buena o con pañuelo palestino sobre el jersey de bolas, saben muy bien quién es la presidenta de Sumar y conocen y temen la ambición que se esconde por detrás del almíbar.

Así que ni los pellets ni las visitas al Papa han servido para nada. Sumar no consigue ni un solo escaño en el Parlamento gallego y en su pueblo, Fene, no le ha votado ni su familia. Si le diera la cabeza para hacer algo de autocrítica, la ministra debería detenerse en la realidad incontestable de que solo donde no se la conoce se la valora en algo. Es lo que ocurre cuando se le da más importancia al peinado, esos peinados que las demás mujeres sabemos que una mujer no puede hacerse ella sola, como esas filigranas de trenzas que llevaba el día de su encuentro con Puigdemont, que al trabajo y a la preparación minuciosa y adulta de los temas de su responsabilidad. Sumar se queda fuera y Podemos, en su paroxismo de furia y desespero, también, en una de esas carambolas autodestructivas con las que el destino premia de vez en cuando a los sufridos países en manos de la izquierda, y eso es una buena noticia para Galicia y para España.

Ahora solo le queda a la ministra decidir qué modelazo se pone para explicarle a Sánchez que no solo no suma, sino que su liderazgo, cada vez más comprometido, ya no aporta casi nada a un partido socialista abrasado y casi aniquilado por la ambición de su presidente. Desde aquí le aconsejo que no pierda mucho tiempo en decidirlo y se ponga cualquier cosa: Pedro solo se fija en lo que lleva Pedro.

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Yolanda Díaz: vestida para perder

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20.02.2024

Cuando Pedro Sánchez, por indicación de Pablo Iglesias, nombró a Yolanda Díaz ministra de Trabajo en el primer gobierno de Coalición PSOE-Podemos, a la gallega se le presentaron dos posibilidades: usar su tiempo en formarse sobre las materias, todas ellas muy técnicas, imprescindibles para el ejercicio responsable de su cargo, o dedicarlo íntegramente a moldear su imagen para ofrecer el aspecto más ministrable posible y sonreír muy mona a las cámaras a golpe de melena rubia cartera en mano. Partidaria defensora del Fake it until you make it o “fíngelo hasta que lo consigas”, la imperturbable ministra se dedicó en cuerpo y alma a su transformación física. No se ahorraron ni dinero ni esfuerzos. Peluquería, maquillaje y vestuario para deslumbrar, vía telediario, al votante medio acostumbrado a las pintas, más bien penosas, de los podemitas recién llegados al poder. Los que acabábamos de conocerla no podíamos recordarla en su versión inmediatamente anterior, mucho más cercana a una matrona de Bildu que a una Barbie ministra, y no supimos calibrar en toda su........

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