Según una cierta fábula–mito, cuando una rana entra en contacto con agua hirviendo sale huyendo de inmediato, pero si el agua está fría y se va calentando poco a poco la rana se va adaptando al aumento de la temperatura hasta que inconscientemente acaba pereciendo. Es el caso de buena parte de la sociedad española que no es consciente del progresivo deterioro de nuestras instituciones, y como consecuencia añadida, de nuestro bienestar económico y social.

El poder político en España está en manos de: independentistas que reniegan de la existencia misma de la nación española y consecuentemente de la constitución que la ampara; comunistas que además de compartir tales supuestos, aspiran a convertir España en una “república popular” -es decir una dictadura comunista- al estilo de Cuba; y socialistas -los de ahora, no los de la Transición- que ante su cada vez más obvia incapacidad de representar como en el pasado una mayoría social, no tienen otra ideología que el mantenimiento del poder al precio que sea, que no es otro que la obediencia ciega al dictado de sus citados aliados.

La situación descrita está siendo posible merced a un sistema electoral que, paradójicamente, está diseñado para desdeñar la voluntad popular -el voto electoral- tan pronto se cierran las urnas y someter a los parlamentarios al ordeno y mando del jefe de partido. Mientras han existido contrapesos en los partidos, se ha podido conllevar nuestro sistema proporcional, pero cuando los órganos intermedios han desaparecido como en el PSOE actual, todo lo que queda es la voluntad del líder y la obediencia debida al sumo sacerdote, cuya única razón de ser es conservar el poder -y repartirlo con sus allegados- al precio antes indicado.

Con un sistema electoral mayoritario de circunscripciones unipersonales o incluso mixto, como es habitual en todos los países de referencia, la dictadura del jefe del partido es imposible, pues los diputados dependen tanto o más de sus electores que de su formación política. Así, por ejemplo, una ley de amnistía como la actual sería implanteable por imposibilidad de aprobarla, pues muchos diputados -seguramente la gran mayoría- temerosos de actuar contra la opinión de sus electores votarían en contra.

Pero en tanto no se cambie el actual sistema electoral, la única posibilidad de regenerar nuestro deterioro institucional antes de que seamos -todo lo que está haciendo el Gobierno nos acerca a toda prisa- una Venezuela más, es la convocatoria de unas nuevas elecciones que permitan un gobierno libre de las ataduras antiespañolas y tercermundistas del actual.

Los votantes que pueden determinar el curso de los próximos acontecimientos políticos, detestan la amnistía, pero como suelen decir -los más ilustrados– no dejan de sentirse socialdemócratas por lo que, probablemente, no votarán al PSOE pero tampoco al PP.

La irracionalidad ideológica de tal razonamiento salta a la vista: ¿acaso el PP no es un partido socialdemócrata? ¿Qué conquistas sociales desmantelaron cuando gobernaron?: ninguna, a lo sumo las financiaron con más prudencia presupuestaria y algunas modestas reformas para facilitar un mayor crecimiento de la economía y el empleo, que es de suponer sea del gusto de los socialdemócratas no doctrinarios; es decir como los del norte de Europa. Por cierto, dichos países tuvieron que dar marcha atrás a sus ensoñaciones socialistas para -tras empeorar durante años de excesos- intentar regresar a la recuperación de su prosperidad perdida.

En las últimas décadas, una avalancha de ensayos económicos han puesto de manifiesto las razones de fondo de la prosperidad o el fracaso de las naciones, con una unánime conclusión: la calidad de sus instituciones, que se podría dividir en tres ámbitos: la vigencia del Estado de Derecho, las facilidades / limitaciones al ejercicio de la Función Empresarial y el Orden Moral de la sociedad.

Cuando se soslaya el estado de derecho, se legisla en contra de la función empresarial y se propaga un orden moral educativo contrario a los principios y valores de nuestra civilización cristiana-occidental, los resultados económicos y sociales que se obtienen son mucho peores que cuando sucede lo contario. Justamente lo que está sucediendo en España desde que Zapatero alcanzó el poder y ahora está siendo reeditado, para peor, con Sánchez.

Para Manuel Aragón -catedrático de Derecho Constitucional y exvicepresidente del Tribunal Constitucional- impulsor de un reciente y magnífico libro editado por el Colegio Libre de Eméritos titulado Democracia menguante, “la degradación de nuestra democracia constitucional” presenta hoy un “panorama desolador de erosión institucional” hasta el punto de que el adjetivo menguante deba cambiarse por “desfalleciente”.

En el ámbito económico, el también catedrático Jesús Huerta Soto tiene acuñada una definición de socialismo como “todo sistema de agresión institucional y sistemática contra el libre ejercicio de la función empresarial”, que este gobierno social-comunista cumple escrupulosamente.

En el mundo de los valores morales, además de haber expulsado de la educación el esfuerzo, el mérito, la autoridad del profesor y seleccionar a los enseñantes entre los estudiantes con peores expedientes académicos, en su mundo político los socialistas desdeñan la integridad -pensar, decir y hacer lo mismo- y excluyen la confianza personal -la virtud que vertebra la prosperidad de las naciones- de las relaciones sociales

Las consecuencias de todo lo dicho para la prosperidad económica y social de los españoles saltan a la vista, con los datos en la mano, de los que huyen los progresistas y nunca se atreven a refutar; porque es imposible. He aquí un espeluznante resumen del fracaso histórico del socialismo del siglo XXI.

Los españoles -incluidos los votantes de este gobierno- deben hacer frente ahora a una deuda per cápita del 110% de su salario medio, cuando en 2007 la deuda solo representaba un 38% del mismo. Un magnífico ejemplo de la “solidaridad socialista” con las nuevas generaciones, que enfangadas en la deuda de sus padres, ni siquiera podrán disfrutar de aumentos de sus rentas porque el crecimiento económico -como ya está resultando- es incompatible con las “trampas progresistas”.

Sería de suponer que los votantes socialistas más apegados a la realidad pudieran hacerse cargo de la obvia “subida de la temperatura” -los datos acumulados anteriores, salvo que pudieran desmentirlos- de nuestro medio ambiente y en consecuencia abandonaran sus supercherías ideológicas para poder vivir mejor, todos, incluidos ellos. ¿Sucederá?: en las próximas elecciones lo sabremos.

QOSHE - La temperatura sigue subiendo - Jesús Banegas
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La temperatura sigue subiendo

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18.02.2024

Según una cierta fábula–mito, cuando una rana entra en contacto con agua hirviendo sale huyendo de inmediato, pero si el agua está fría y se va calentando poco a poco la rana se va adaptando al aumento de la temperatura hasta que inconscientemente acaba pereciendo. Es el caso de buena parte de la sociedad española que no es consciente del progresivo deterioro de nuestras instituciones, y como consecuencia añadida, de nuestro bienestar económico y social.

El poder político en España está en manos de: independentistas que reniegan de la existencia misma de la nación española y consecuentemente de la constitución que la ampara; comunistas que además de compartir tales supuestos, aspiran a convertir España en una “república popular” -es decir una dictadura comunista- al estilo de Cuba; y socialistas -los de ahora, no los de la Transición- que ante su cada vez más obvia incapacidad de representar como en el pasado una mayoría social, no tienen otra ideología que el mantenimiento del poder al precio que sea, que no es otro que la obediencia ciega al dictado de sus citados aliados.

La situación descrita está siendo posible merced a un sistema electoral que, paradójicamente, está diseñado para desdeñar la voluntad popular -el voto electoral- tan pronto se cierran las urnas y someter a los parlamentarios al ordeno y mando del jefe de partido. Mientras han existido contrapesos en los partidos, se ha podido conllevar nuestro sistema proporcional, pero cuando los órganos intermedios han desaparecido como en el PSOE actual, todo lo que queda es la voluntad del líder y la obediencia debida al sumo sacerdote, cuya única razón de ser es conservar el poder -y........

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