¿Puede Albert Rivera influir en la lista constitucionalista de PP y Ciudadanos en Cataluña? Sí. El teléfono del primer líder del partido naranja echa humo estos días en busca de una bendición para allanar el camino a un diálogo que tiene como límite el 29 de marzo. Si no hay acuerdo antes de esa fecha para una coalición, o Ciudadanos se integra en el PP o los dos partidos concurrirán por separado a las elecciones anticipadas del 12 de mayo.

Rivera vive alejado de la política desde su dimisión como presidente de Ciudadanos en el 2019. Pero un perfil como el suyo nunca se va del todo. No va a volver. Pero una palabra suya beneficia la negociación entre los dos partidos.

Rivera levantó la marca Ciutadans de la nada hasta a la victoria electoral con Inés Arrimadas como candidata en 2017. Conoce como nadie Cataluña. Y los separatistas no pueden ni verlo. Por si fuera poco, paradojas de la vida, las mismas razones que motivaron su caída –su negativa a pactar con Pedro Sánchez- se han convertido con el paso de tiempo en la mayor reivindicación de su carrera política: el discurso de Sánchez y la banda en la tribuna del Congreso

Rivera se alejó por completo de Ciudadanos tras su dimisión y ha protagonizado más de un flirteo con el PP. Pablo Casado intentó una y otra vez ficharlo públicamente, porque de manera discreta y con la ayuda de su gente de confianza ha facilitado el desembarco de más de un dirigente de Ciudadanos en el PP a lo largo de estos años. Eso sin contar el papel que jugó en dinamitar la moción de censura de Murcia en el 2021.

El caso es que su vinculación plena al PP no se produjo por múltiples razones. A pesar de ello, sigue teniendo un contacto muy estrecho con algunos líderes populares, especialmente en la Comunidad de Madrid y ya menos en Andalucía.

Al igual que el entorno de Alberto Núñez Feijóo filtró el simbolismo de Inés Arrimadas, con Rivera pasa algo parecido. Sigue teniendo ascendencia por lo logrado en votantes y cuadros de Ciudadanos, pero también del PP y de los que se marcharon a Vox. Una palabra a favor del acuerdo y el apoyo más o menos activo a esa lista serían muy bienvenidos.

Rivera inventó el estilo de discurso desacomplejado contra el separatismo. Cuando empezó a hablar en castellano en el Parlament, la cosa era tan alucinante que hasta el PP le criticaba. Ponían pantallas en la calle para ver a la selección española y se mofaban de los mitos nacionalistas. Todos los líderes de Ciudadanos han seguido ese camino y Alejandro Fernández, por ejemplo, también profesa esa religión discursiva.

En la unión de PP y Ciudadanos hay más mito que realidad, porque el partido naranja tiene escasas opciones electorales en solitario. Pero hay una sensación de que todavía es posible unir al voto constitucionalista en torno a una marca que saque de la abstención a todos aquellos que se quedaron en casa desencantados hace tres años.

Y Rivera es un nombre deseado en ambos bandos para allanar el camino a ese intento de sacar al nacionalismo de la Generalitat y, de paso, a Sánchez de la Moncloa. Una victoria póstuma para el exlíder de Ciudadanos de la que seguro le gustaría ser partícipe.