Y escaparme por entre los tejados como los gatos sin dueño de la canción de Sabina, y de paso, también, como en la escena de alguna película vieja o de una novela de Mark Twain, sentarme al borde de una ventana con los pies colgando hacia la noche y mirar el mundo recién oscurecido, con sus titilantes lucecitas de arrabal recién encendidas, y dejarme llevar, y pensar que todas esas luces, y los tejados, Sabina, los gatos y los perros, Twain y las películas y los libros y el arrabal y tantas cosas más, fueron algunas de las cosas que originaron mis “primeras reacciones” en la vida, las de ayer, las de antes de ayer y las de hoy, y recordar algunas de mis reacciones al romper y unas cuantas de las tantas reacciones espontáneas que he visto y percibido día a día, me han llevado a concluir que por esas reacciones, por esos impulsos, he podido empezar a vislumbrar la esencia de cada quien, porque mis primeras reacciones, y las de esta y aquel, no saben ni entienden de disfraces ni de antifaces ni de frases hechas o poses. Muestran lo que somos ante el pánico o ante el dolor, ante el amor, la alegría, el ocaso, la furia, la decepción o la ilusión, ante la desesperación, la angustia, la paranoia, una persecución, alguna sospecha o un golpe.

Nuestras primeras reacciones nos desnudan, aunque hagamos lo posible y lo imposible para que nadie las vea, para que nadie nos vea en ellas y por ellas. Dejan al descubierto nuestros más pérfidos deseos y nuestros más genuinos brotes de bondad. Es probable que la más poderosa razón por la que matamos, robamos o mentimos sea porque vemos todos los días y las noches cómo nos matamos, nos robamos y mentimos entre nosotros, y de ahí hacia atrás y hacia adelante. Reaccionamos con lo que somos, y somos mucho de lo que vimos y oímos, humanos y tan complejos e intrincados, que un día nos damos cuenta de que tal vez lo que nos ofendió de haber insultado a alguien que nos robó una libreta, un reloj o un simple beso, no fue el robo, sino que el ladrón descubriera lo débiles, precarios y salvajes que fuimos, o sea, lo silvestre de nuestra primera reacción, y a la mañana siguiente quizá reaccionamos “impulsivamente”, desviviéndonos por agradecerle con hechos y palabras a una señora que nos dio la mano mientras caíamos, cuando en realidad solo nos liberábamos de la eterna condena de tener que devolverle su ayuda. Cría cuervos y te sacarán los ojos, como decía el muy viejo proverbio. A nadie le gusta deber, porque en el fondo, muy en el fondo y muy a solas, todos sabemos que deber, en cualquiera de sus formas, es ser, depender un poco de quien nos ayudó.

Nos gusten o no, lo hayamos pensado o no, nuestras primeras reacciones, nuestros primeros impulsos, son, palabras más, palabras menos, el compendio más certero y el diagnóstico más preciso de nuestra infancia, de lo que nos impactó de niños, de lo que nos faltó, de quiénes y cómo eran los amigos con los que jugábamos a las canicas o a la pelota hasta que se iba el sol, y de nuestras familias, y del barrio y la tienda y la iglesia y la escuela y la televisión y los periódicos, y de las películas que vimos, por supuesto, y son, también, el resultado del fondo y el contexto que vivimos años más tarde, durante la adolescencia y los comienzos de la adultez, con los primeros amores y sus desamores, e incluso, en ocasiones, son un retrato detallado de lo que fuimos viendo y entendiendo algunas décadas más tarde, cuando por el paso del tiempo y lo vivido, de lo sentido y lo pensado y el mundo y las noticias y los rumores y conversaciones, dejamos a un lado los furores para tratar de comprender más y mejor, y cambiamos de fuerza, de tono y de color, y también, claro, de impulsos, o de primera reacción.

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Dime cómo reaccionas y te diré quién eres

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24.12.2023

Y escaparme por entre los tejados como los gatos sin dueño de la canción de Sabina, y de paso, también, como en la escena de alguna película vieja o de una novela de Mark Twain, sentarme al borde de una ventana con los pies colgando hacia la noche y mirar el mundo recién oscurecido, con sus titilantes lucecitas de arrabal recién encendidas, y dejarme llevar, y pensar que todas esas luces, y los tejados, Sabina, los gatos y los perros, Twain y las películas y los libros y el arrabal y tantas cosas más, fueron algunas de las cosas que originaron mis “primeras reacciones” en la vida, las de ayer, las de antes de ayer y las de hoy, y recordar algunas de mis reacciones al romper y unas cuantas de las tantas reacciones espontáneas que he visto y percibido día a día, me han llevado a concluir que por esas reacciones, por esos impulsos, he podido empezar a vislumbrar la esencia de cada quien, porque mis primeras reacciones, y las........

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