Por un muro, algún obstáculo o una trampa que se me cruzaron de repente, caminé varios kilómetros más de los que había presupuestado, y en ese andar de recodos vi mariposas, escarabajos, lagunas, y a lo lejos, algún diminuto zorro. Me llené de imágenes nuevas, de sombras a las que les fui poniendo colores, y de colores que iban formando pinturas. Bebí de un agua transparente salpicada de pepitas verdes, rojas, amarillas y azules, y me perdí o me encontré, ya no sé ni qué palabra elegir, intentando hallar su nacimiento, o por lo menos, sus primeros brotes. Probé algunas frutas muy dulces que jamás había visto ni en fotos ni en dibujos, me trepé en algunos árboles que me parecían seres de otra galaxia, e intenté seguir la lejana melodía del canto de unos pájaros invisibles.

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Escarbé en la tierra y alcancé a sentir entre mis dedos el húmedo latido de alguna enigmática profundidad, y por un instante jugué a explorar, y exploré y divisé un diminuto mundo de hadas, duendes y hechiceros que bailaban tomados de sus manos una canción que yo no alcancé a escuchar. Deduje solo por deducir cualquier cosa que era un canto de celebración y de agradecimiento a algún diminuto dios por una cosecha, un poco de lluvia y otro poco de luz, y me propuse escribir por lo menos dos líneas sobre aquella danza. Tomé un palo y tracé sobre la tierra, “promesa de escribidor”. Luego lo borré. Pensé en lo que era y lo que no era un escribidor, y en lo que podía ser un escritor, y volví a escribir la misma frase.

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Después, casi de noche ya, me prometí regresar a aquel lugar si algún día lograba escribir por lo menos un párrafo que estuviera a la altura de mi promesa. Memoricé la ubicación del sitio “sagrado”, árbol rojizo de veinte metros, con riachuelo de peces de colores y helecho azulado, y decidí regresar a casa. Anduve por otros tantos caminos y divisé cientos de parajes repletos de vida y de misteriosas figuras por descubrir, y recordé aquel viejo poema de Kavafis sobre el viaje a Ítaca. Para prolongar el momento, o los momentos, me recosté contra un árbol y repetí muy lentamente: ”Ten siempre a Itaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Más no apresures nunca el viaje”.

QOSHE - Y escarbé la vida - Fernando Araújo Vélez
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Y escarbé la vida

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25.02.2024

Por un muro, algún obstáculo o una trampa que se me cruzaron de repente, caminé varios kilómetros más de los que había presupuestado, y en ese andar de recodos vi mariposas, escarabajos, lagunas, y a lo lejos, algún diminuto zorro. Me llené de imágenes nuevas, de sombras a las que les fui poniendo colores, y de colores que iban formando pinturas. Bebí de un agua transparente salpicada de pepitas verdes, rojas, amarillas y azules, y me perdí o me encontré, ya no sé ni qué palabra elegir, intentando hallar su nacimiento, o por lo menos, sus primeros brotes. Probé algunas frutas muy dulces que jamás había........

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