Lo llamábamos el tanque mágico. Era un cilindro de cartón duro que contenía ropa de mujer que ya no se usaba. Los días de lluvia mi mamá dejaba que nos disfrazáramos con ropa que sacábamos del tanque. Una vez, mi hermana menor eligió una falda que triplicaba la longitud de sus piernas. El bamboleo de sus andares mujeriles hizo que sus pequeños pies se enredaran con los vuelos de la falda. Cayó de boca contra el suelo de granito. Ese día descubrimos que no eran solo las piernas, los brazos o los dientes: si no tenías cuidado te podías romper hasta la lengua.

Cuando nos disfrazábamos decíamos que íbamos a cantar en el Maunaloa. La mayoría de los intérpretes de balada romántica que visitaban Santo Domingo se presentaban en la sala de conciertos de ese club nocturno. La educación sentimental de mi generación estuvo atravesada por esas melodías que no pasaban de moda y que configuraron una parte de nuestra memoria visual y auditiva. A muchos cantantes de balada los veíamos actuar en televisión, en el espacio musical de El Show del Mediodía.

No sé cuándo fue la última vez que vi una ceremonia de los Premios Grammy Latinos. Este año se celebró en Sevilla. Ya que el espectáculo coincidía con mi zona horaria, sintonicé la transmisión que anunciaba desde temprano la televisión pública. Rosalía apareció en el centro de un escenario que parecía en estado de desolación. Sentados en semicírculo, como en los velorios de pueblo, los guitarristas flamencos tocaban y los palmeros marcaban la intermitencia del ritmo. Viendo esa cascada blanca y gélida que lo cubría todo, y a Rosalía con su melena suelta y un clásico vestido de terciopelo negro, pensé en una imagen de Anita Ekberg en La dolce vita. Pensé en las estrellas del Maunaloa y en Federico Fellini, que decía que todo arte es autobiográfico.

Conocía esa canción. Llegué a cantar Se nos rompió el amor como si la furia de la mismísima Rocío Jurado hubiera tomado posesión de mi ser. No podía entender el significado de semejante drama, pero en la organización jerárquica del cerebro las emociones llegan antes que la razón. Eso explica que algunas niñas dramatizáramos esas baladas con el corazón hundido en la más oscura de las noches. No había necesidad de entender. Éramos la gata maullando bajo la lluvia, la mujer que conversaba de madrugada con un cigarrillo y la que dijo que ya era tarde porque-ahora-soy-yo-la-que-quiere-estar-sin-ti.

Es posible que la elección de Rosalía tuviera que ver con su deseo de ofrecer un homenaje a los artistas andaluces, a propósito de que era el Día Internacional del Flamenco, o quizá tenía que ver con un muchacho que estaba sentado en la primera fila. La intensidad de su interpretación puede atribuirse a una experiencia vivida. También podría ser un caso de apropiación emocional.

Que el arte sea autobiográfico, como decía Fellini, tiene que ver con la capacidad de un artista para adueñarse de una emoción y expresarla en sus propios términos. La calidad interpretativa era una característica de los artistas de la época de oro de la balada romántica. Sobre todo de las mujeres. Sus emociones adquirían formas concretas en cada gesto. Cantaban con todo el cuerpo. Con sudor y lágrimas. Las manos nunca estaban quietas. Empuñaban la tela del vestido, una rosa, el pelo, la nada. Dibujaban siluetas de olas y pájaros. Se arrodillaban ante el dolor. Poco importaba que fueras una niña. Esa manera de cantar una historia te hacía entender que aquello que los grandes llamaban amor tenía la fragilidad de las cosas que no resisten dos primaveras. Cosas que se quiebran fácilmente.

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Cosas que se quiebran fácilmente

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25.11.2023

Lo llamábamos el tanque mágico. Era un cilindro de cartón duro que contenía ropa de mujer que ya no se usaba. Los días de lluvia mi mamá dejaba que nos disfrazáramos con ropa que sacábamos del tanque. Una vez, mi hermana menor eligió una falda que triplicaba la longitud de sus piernas. El bamboleo de sus andares mujeriles hizo que sus pequeños pies se enredaran con los vuelos de la falda. Cayó de boca contra el suelo de granito. Ese día descubrimos que no eran solo las piernas, los brazos o los dientes: si no tenías cuidado te podías romper hasta la lengua.

Cuando nos disfrazábamos decíamos que íbamos a cantar en el Maunaloa. La mayoría de los intérpretes de balada romántica que visitaban Santo Domingo se presentaban en la sala de conciertos de ese club nocturno. La educación sentimental de mi generación estuvo atravesada por esas melodías que no pasaban de moda y que configuraron una parte de nuestra........

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